Tráfico humano – por Teresa Galeote

La sangría de muertos que están costando las migraciones humanas, desde el continente africano, deja la civilizada Europa con las vergüenzas al descubierto. Las mafias de tráfico humano no son las únicas culpables de todos los cadáveres que nos lanza el mar. También los son las leyes injustas que facilitan todo tipo de tránsito económico, pero no facilitan el tránsito normalizado de seres humanos: hombres y mujeres que se ven obligados a emigrar porque sus países de origen no les ofrecen las mínimas garantías de subsistencia.

A 500 años vistas, ¿en qué nos diferenciamos actualmente del sangrante tráfico de esclavos para las colonias americanas? Veamos. Aquel tráfico era legal y servía para abastecer a las naciones americanas colonizadas por españoles, ingleses y portugueses. En aquel momento, a los hombres y mujeres se les cazaba como a animales y se les metía, contra su voluntad, en grandes barcos destinados al mercadeo de vidas humanas. No querían salir de sus tierras porque ellas les ofrecían los recursos necesarios para vivir, pero África era la reserva idónea para la caza de esclavos. De allí salieron centenares de miles de personas para enriquecer a otros países. Llevaban a su tierra metida en el corazón y la nostalgia les acompañaba hasta su muerte. Esa es la gran diferencia con lo que hoy ocurre.

Ahora no existen negreros legales. Sus puestos han sido sustituidos por mafias de tráfico humano: les venden sueños y les meten en balsas para mandarles a un futuro incierto a cambio de un puñado de monedas que gustosamente ofrecen. Si la muerte no termina con el dolor humano de los emigrantes, las autoridades de los países receptores pondrán un muro legal que les impida el paso a ese «dorado mundo desarrollado». Todo el contexto ha convertido a hombres y mujeres en una mercancía, en un paquete de ida y vuelta.

Las mafias actuales y los antiguos negreros son muy parecidos: eran y son insensibles ante el dolor humano. Aunque ahora, las mafias trafican con sueños y los venden muy caros; las pérdidas ya sabemos para quienes son y las ganancias también. La moral para ellos, (esa que según Kant nos diferenciaba de los animales) no es más que un invento de la razón para aguarles la fiesta y los beneficios. El tráfico se fomenta con la prohibición y con las malas leyes, eso se sabe, aunque poca cosa se hace para evitarlo.

Se supone que los siglos han madurado a las sociedades, que el pensamiento ha evolucionado hasta hacerse ilustrado, que se han constituido naciones y unificando leyes, que se ha realizado en el siglo XX la Declaración de Derechos Humanos, que se han creado multitud de organismos internacionales para garantizar la efectividad de cuantas propuestas se hacían.

El aluvión de personas que llegan a las costas mediterráneas es prueba de que las necesidades humanas obligan a lanzarse a la aventura, y de que no se puede poner puertas al campo. Por otro lado, las autoridades europeas han alertado del déficit de mano de obra en las poblaciones envejecidas europeas. ¿Por qué ese disloque entre ambas necesidades?

Debemos admitirlo, la civilización navega a la deriva. Puede que dentro de poco naufrague al igual que las pateras que cruzan el estrecho.

Espacio adecuadoCogiste tu paquete de desdichas,
lo metiste en una bolsa y…
te echaste al mar.
«Todo está en orden», te dijeron
y te subiste a la balsa.
El agua balanceó tus miedos
y tus esperanzas.
Hasta ti llegaron las voces del viento
y el furor de la tormenta.
La luna, a lo lejos,
por no ver el desastre llegar,
los ojos cerró asustada.
El alba cubrió tu cuerpo morado,
Lleno de salitre y algas,
hasta que la autoridad dio parte.
Allí quedaron tus sueños,
con lápida de arena enterrados.
Tu cuerpo, rígido e hinchado,
sobre mármol de y olores de formol,
esperaba el lugar adecuado.

Teresa Galeote. Alcalá de Henares, Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 20 Junio 2004.