Devenir de una sensibilidad – por Rafael Pérez Ortolá

«La herida, qué diablos! de vieja se amustia
y sobre la silla me agacha la angustia…
Angustia? ¡Fastidio, fastidio, fastidio»
Pablo Neruda

en Sensación de clase de Química.

Somos una herida abierta desde que nacemos. Podremos expresarla como un accidente permanente o como una carencia perpetua. Y viene a sumarse un destino final trágico con la segura muerte, una especie de designio abrumador. ¡aramba cuantos inconvenientes! Pese a todo, se genera una especie de regodeo cotidiano que multiplica los sinsabores, aderezando con pasividades y crueldades de todo pelaje. ¡Lamentable que seamos capaces de empeorar la convivencia!

Todo lo anterior realza, como auténticos destellos humanos, a las personas capaces de transmitirnos las cualidades requeridas para salir de este atolladero. Dentro de la complejidad de los individuos, van a ser muchas las facetas útiles, aunque no siempre las estimemos como tales. Así citaríamos a maestros, inventores, músicos, buenos profesionales y simples laborantes de a pie. En cada recoveco surgen personalidades refulgentes, lo cual puede parecer increíble dado el panorama general.

La savia poética resultó una de las mejores tramas vitalizadoras que quisiera aprovechar hoy en el centenario de Pablo Neruda. Su sensibilidad constituye a la vez un descubrimiento y un vehemente impulso para superar los fastidios originados por las heridas mencionadas. Ni que decir, a su vera duelen más las maquinaciones crueles implantadas por una humanidad insensible, o no creímos o no quisimos aprovechar su mensaje, como el de tantos otros también desdeñados.

No obstante tantos desvelos, la vida sigue siendo trágica, cobrando ahí la rebeldía digna una belleza y armonía inigualable. Leámos a Neruda en su poema La Rebeldía:

Cuando son azotados por la lluvia y el viento
los álamos elevan una oración salvaje
y parece que muestran al negro firmamento
la hirsuta cabellera de su verde ramaje.
Pero después se cansan de implorar lo imposible
y en un rebelde instante se mantienen erguidos
desesperadamente, con un indefinible
deseo de agrandarse para no ser vencidos.

Y en la lucha salvaje con la naturaleza
tienen esa apostura de suprema grandeza
de los que se levantan en una rebelión.

Pero ellos serán siempre los eternos vencidos
y victoriosamente da siniestros silbidos
el viento que retuerce la dócil armazón.

*

Enhiestos , resistentes, aunque los avatares, las ventoleras y nuestra más insondable realidad nos conduzca por senderos que no alcanzan el sosiego necesario. Nuestras intuiciones entran en laberintos borgianos de los que cada uno sale como puede. Nada está escrito con todas las letras.

Por encima de todo planea otra actitud necesaria, presente en los versos de nuestro poeta de hoy: «y tener para todos los seres y las cosas / una dulce alegría, risueña y generosa, / perfumada del hondo contento de vivir…» (El deseo supremo). Lo plantea como deseo supremo en estos versos y constituye una de sus orientaciones más preclaras. Lo va a reiterar en sus memorias, donde confiesa sus vivencias remarcando ese carácter de abarcarlo todo, todo lo interesa. Nosotros somos en tanto participemos en todo.

No quiero insistir demasiado, duelen los ambientes mediocres, con una pasividad transformada en nulidad que suele acabar en intolerables vilezas. «…el álamo se eleva soberbio y orgulloso / … / encima de la suave tristeza de las cosas. / El álamo desprecia lo que abajo se extiende…»(El solitario). ¡Qué difícil equilibrio! Faro distintivo en un extremo, interesado y colaborador. En la otra punta nos preguntamos ¿Qué hacer con el desinterés general? ¿Como combatir la desidia?

A la vista de una histórica decepción reiterativa, vamos a confiar en un talante diverso que revalorice a las diferentes expresiones personales; géneros, colores, ideas,… embarcados en una navegación capaz de superar las mareas. Son precisos muchos destellos humanos, de todo calado, cada uno aplicado a sus matices más apropiados. Me siguen asustando los salvadores de pacotilla. ¡Qué prolíficos son en todas las parcelas de actividades humanas!

Me temo que no baste una confianza benevolente y releo otros versos de Pablo Neruda: «En la noche desierta y fragorosa / … / Y en una calentura de ruegos humillados / he caído de bruces sobre la tierra buena / y en los cielos azules por los hombres cansados / he querido ser bueno como la luna llena. / Y a los hombres que solos van por su soledad / bajarse para darles toda la claridad. / Y que beban, que beban de la fuente serena / sin odio, sin cansancio, sin dolor y sin pena» (La oración en la noche).

Poemas de amor y canción desesperada son estas tesituras, Neruda nos introduce en un rescoldo de humanidad que permanece como especie en vías de extinción, en un mundo pleno de intolerancias, abandonos, odios y llenos de cocos embravecidos. Por eso conviene recuperar con urgencia el devenir de las sensibilidades, redescubrirlas. Y en concreto esta tan señera y recia del poeta chileno. ¡No la olvidemos!

* Poema y versos aparecidos en los Cuadernos de Temuco

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Mayo 2004.