“Cuando oigo hablar de cultura, echo mano a la pistola”. Esta frase se atribuye, al mariscal nazi y lugarteniente de Hitler, Hermann Göering.
Yo no quisiera emular a tan tenebroso personaje, pero sí me gustaría parafrasearle con la siguiente: “Cuando oigo hablar del futuro de Europa, o de la Europa que queremos, o de los crecimientos y de las oportunidades del nuevo mercado europeo, echo mano al freno de emergencia del mundo y busco la forma de apearme de él”
Este mundo occidental del que Europa forma parte, está dominado por un capitalismo que ha asentado a políticos y economistas de su cuerda y se ha fabricado Constituciones a la medida, en las que se puede cuestionar el relevo de los conductores cada cuatro años, pero no el modelo de vehículo consumista en el que vamos montados.
Ese vehículo, el de la economía actual, que rige los destinos de los ciudadanos (véase, si no, cómo los ministros económicos son los que gozan de mayor poder y prestigio y están sentados a la derecha de los presidentes), es una máquina infernal. Se trata de la máquina de la aceleración permanente y toda persona en su sano juicio, debería pararse a pensar que las máquinas de aceleración permanente, están destinadas a estrellarse, lo mismo que deberían saber que las máquinas de movimiento perpetuo son un imposible de la física.
No otra cosa son las promesas y los planes de los gobiernos nacionales y del gobierno europeo, así como de las instituciones económicas trasnacionales, que están por encima del bien y del mal y del juicio de los ciudadanos a los que someten. Las máquinas a las que se dota de movimiento físico, para ser estables y duraderas, tienen que tener freno y acelerador, y en la vida diaria, a veces pueden arrancar y acelerar, y si se encuentran en una carretera, pueden mantener la velocidad estable durante un cierto tiempo, pero al final deben frenar y parar para no estrellarse.
Pero hete aquí que los economistas convencionales han convencido a la clase política, con el visto bueno del capital, de que las máquinas económicas son ingenios que tienen que estar siempre acelerando; es decir, creciendo. En su modelo económico y de vida, a sus máquinas no les está permitido mantener la velocidad; es decir, mantener un nivel de vida determinado; ni mucho menos, frenar, es decir, reducir su actividad económica. Sus máquinas económicas han sido diseñadas para estar en crecimiento continuo; esto es, permanentemente aceleradas y acelerando. Eso es el crecimiento económico. No se admiten límites. Los economistas ortodoxos, actualmente en el poder, no admiten el concepto de finitud; para ellos, la economía es algo que tiene crecimiento infinito. Algunos físicos y geólogos, que ven cómo se está quedando nuestro pequeño y limitado planeta, denominan a las especies de economistas que pueblan los despachos ministeriales, los bancos y las instituciones financieras, “economistas de la tierra plana”. Esto es, economistas de una época en que se pensaba que el mundo era plano y por tanto, tenía que llegar necesariamente al infinito. O tener un precipicio insondable en algún punto que aterrorizaba a marineros y al que nadie se atrevía a asomarse.
En ese mundo sí que es posible disponer en teoría de un barco que fuese acelerando hacia el infinito de forma infinita. En el mundo moderno, los que miran a las selvas, al aire de nuestro planeta, al deshielo de los polos, al avance de la desertificación, al agotamiento de las tierras y a su tremenda contaminación y, en fin, al agotamiento progresivo de los recursos, saben que el mundo es finito y que la Naturaleza que conocieron nuestros padres y desde luego nuestros abuelos, se está esquilmando, a los ojos de dos simples generaciones.
Esas personas se dan cuenta de que no se puede seguir creciendo de forma infinita, sin quedarnos rápidamente sin los elementos que permiten la vida, animal y vegetal, en el planeta. Los griegos decían que los básicos eran apenas cuatro el aire, el agua, la tierra y el fuego y tenían mucha razón. Pero el aire está infectado: de 280 partes por millón de CO2 en el aire, hace apenas cien años, hemos pasado a tener 379 partes y sabemos que este cáncer crece de forma exponencial, por causa del crecimiento infinito de la actividad humana. El agua está muy envenenada: todos los grandes ríos europeos bajan muertos biológicamente hablando; lo que no impide seguir pensando en crecer con industrias en sus riberas. En cuanto a la tierra, ya hemos hecho desaparecer más del 55% de los bosques del planeta, desde que empezamos a creernos que el crecimiento económico podía ser eterno y cada año, desaparece más de un 1% de las masas forestales totales en el mundo. Grandes países tienen sus tierras de cultivo agotadas y esquilmadas; éstas ya ocupan el 11% de los continentes. Los desiertos crecen a ritmo vertiginoso; para evitar el agotamiento de los suelos, hacemos llevar cada vez más millones de toneladas de fertilizantes químicos, cada vez más poderosos y cada vez más venenosos, de lugares cada vez más distantes. O los extraemos del petróleo y el gas natural, que salen de miles de metros bajo tierra en lugares muy lejanos. Y cuando se agota el agua que la tierra exige de forma natural, la sacamos por bombeo del subsuelo, que también se está agotando cada vez más, para ponerla a nuestro servicio, agotando acuíferos.
Y finalmente, el fuego. Para los griegos, el único fuego significaba el uso y el consumo de la biomasa para hacerlo, con los conocimientos adquiridos por Prometeo y robados a los dioses. Pero hoy son los combustibles, la enorme pira de los combustibles cuyo humo se eleva a un cielo cada vez más gris, en adoración de estos nuevos dioses del crecimiento infinito. Y los combustibles convencionales, se van acabando. Entre sesenta y cien millones tardó la Naturaleza en crearlos y los vamos a exprimir en apenas doscientos años de éxitos incesantes de crecimiento infinito… o que creíamos iba a ser infinito. Eso no obsta para que la religión imperante siga empujando la máquina, para que siga insistiendo en acelerar, aunque esté empezando a vislumbrar el fin de la carretera un poco más adelante.
En el año 72 se reunieron científicos para analizar el estado del mundo en Roma (el famoso Club de Roma) y calcularon las reservas que le quedaban al planeta de los principales minerales y combustibles. Fueron seducidos por los economistas de la tierra plana, que ya empezaban a dominar los resortes del poder, para que los científicos les proyectasen la duración de las mismas en años, sobre la base de los consumos existentes en aquella época. Y cometieron el error de hacerlo. Era una simple división. Si hay X millones de toneladas de tal cosa bajo el suelo y extraemos cada año Y millones de toneladas, quedan reservas para X/Y. Sencillo ¿no? Pues no. Los economistas les convencieron para que calculasen la duración probable incluyendo un factor que era el respecto al crecimiento económico, tomando como referencia los que había en aquella época, en que se crecía un 5% anual en muchos aspectos y capítulos.
Desde entonces, ha habido una crisis como la del año 1973; el crecimiento se frenó, mal que les pesase a los sacerdotes del crecimiento infinito. Bajó al 2 o al 3%, en los mejores casos, los años posteriores. Es cierto también que las tecnologías inventaron aparatos para explorar nuevos yacimientos extraer mejor algunas cosas o para aprovechar mejor los yacimientos. Y así, los economistas se pasaron desde los años 80 haciendo chanza y burla de las predicciones de los “catastrofistas” y de los físicos y geólogos. Y debido a la inmensa presión y a los inmensos recursos de estos fundamentalistas económicos y financieros, el mundo volvió a ser plano e infinito y los crecimientos posibles, también. Siempre se ha negado el debate de que aunque se hubiesen equivocado, los bienes se agotan si el consumo es incesantemente creciente y las fuentes finitas y limitadas. Quizá unos años más, pero se agota.
El gráfico de la figura 1 muestra que los científicos no se equivocaron tanto como los economistas que les pusieron en las manos los posibles crecimientos del 5% en vez de un crecimiento de un 2%. Y las diferencias en los 30 años transcurridos, podrían haber casi duplicado el consumo y recortado las reservas a estados más cercanos a los que entonces se predijeron. Todavía hoy, es común encontrar ortodoxos del crecimiento infinito haciendo burla y jactándose públicamente de que “siempre se inventará algo; siempre se descubrirán más reservas”. El mundo plano, el mundo infinito.
Desde entonces, prácticamente nadie comenta, sin embargo, que el consumo per capita, debido al aumento de población humana, llegó a su cenit en 1978 y desde entonces, hay cada año inexorablemente menos energía por persona. Eso no sale, ni tiene por qué salir, porque sería como negar la existencia de la Santísima Trinidad a un católico. Además, qué importa, si los que disminuyen, resulta que los hacemos disminuir más aprisa, los que subimos, todavía podemos seguir subiendo, aunque el total global por persona caiga de forma inexorable.
En esta nueva religión, la herejía es pensar que no se puede seguir creciendo siempre y la apostasía, proponer que veamos la forma de frenar sin dañarnos demasiado. Pero no hay forma. No escuchan. Siguen creciendo.
Y así, el debate en los periódicos y demás medios, se centra en peregrinas discusiones sobre si crecemos más en un sentido que en el otro; o que si un partido se vuelca más a crecer “en lo social” que en lo accesorio y el otro dice que lo que hay que hacer es crecer y mucho y que los que propugnan crecer en lo “social” en realidad no saben crecer tanto como ellos. Unos se refieren a más viviendas sociales; los otros a más autopistas. Unos quieren más barcos de pesca; los otros más aviones. Pero todos quieren más, como en la canción. En eso, no se diferencian en absoluto. Son muy respetuosos con el cuerpo principal de la doctrina del crecimiento infinito.
Pero ya va siendo hora de desenmascarar a los que siguen acelerando, con las orejeras puestas en los vagos conceptos de “desarrollo” (incluso hay quien habla convencido de que existe el “desarrollo sostenible”, como si la aceleración pudiese ser sostenible). Empecemos pues, en este caso, por los europeos. “El futuro de Europa”, “el crecimiento de Europa”, “la Europa que queremos” o “la Europa que no queremos”, pero siempre creciendo. Veamos cuanto y en qué condiciones. El mundo está hoy así:
Si vamos a la figura 2, más abajo, vemos una Europa con unos desiguales niveles de vida, que se reflejan perfectamente en sus niveles de consumo de energía primaria. Siempre ha sido así. El consumo de energía es un barómetro casi perfecto del nivel de vida en estos modelos de sociedad.
Y ahora vienen las preguntas:
¿Qué Europa buscamos? ¿La de Noruega e Islandia? ¿Buscamos ese modelo de consumo, ese modelo de vida, buscamos llegar adonde ellos están?
Su promedio de consumo es como si los europeos fuesen máquinas que estuviesen consumiendo 5.000 vatios de forma permanente. Es decir, unas 50 veces más que lo que el cuerpo humano necesita en promedio para sobrevivir mediante una alimentación digna. Parece claro que hay un intento, al menos nominal, para hacer que los países pobres “converjan” hacia los ricos y que el promedio tienda a colocarse en los 5.000 vatios per capita de potencia promedio. Bien pero claro, también los alemanes y los que se encuentran encima de la tabla, tienen ministros de economía que quieren seguir “creciendo”; esto es, consumiendo más energía. Así pues, ¿donde buscamos la convergencia: en los 12,000 vatios de Noruega y Finlandia? Pero claro, los noruegos y finlandeses, también tienen ministros de economía intentando “crecer”. ¿Cuál es el límite de nuestra querida Europa? ¿Ponemos 15.000 vatios por persona?
Pues bien. Coloquémonos ahora en el contexto mundial, según nos muestra descarnadamente la figura 3. Europa hoy, sin crecer más, consume el 20% de los bienes del planeta y de su energía primaria, aunque no es más que el 7% de la población. El mundo consume en promedio bastante menos de la mitad y eso porque metemos en ese promedio a norteamericanos, europeos y japoneses. Estos solos consumen más de la mitad de la energía mundial, aunque son apenas el 13% de la población. Esto son hechos. Como hechos son que hay energía del petróleo para 40 años al ritmo de consumo actual. De gas natural para 60 años; de uranio para menos de un siglo y de carbón para algo más que eso. Considerando esos hechos y estos límites, uno se pregunta:
¿Qué Europa buscamos? ¿La que se aproxime en nivel de vida, modelo de sociedad y por tanto nivel de consumo a la norteamericana (que es idéntica a la de Noruega e Islandia, por otra parte)? Y si vamos por esa vía, ¿dónde paramos? ¿De nuevo cuando los europeos seamos máquinas de disfrutar de 15.000 vatios permanentes de felicidad? ¿Seguimos hasta los 20.000 vatios? (porque, no lo duden: los economistas norteamericanos de la tierra plana, también siguen pensando en crecer febrilmente, cuanto más mejor, aunque ya estén en la cúspide)
¿Y qué hacemos con el resto del planeta? ¿Lo que dicen nuestros cínicos dirigentes, cuando reciben a líderes del Tercer Mundo, como ahora se llama a los pobres?: es decir, ¿les prometemos que “les ayudaremos a crecer”, mediante los consabidos acuerdos comerciales? ¿Alguien se ha puesto a pensar seriamente en lo que eso supone en consumo? Pues es muy sencillo: multiplicar por cinco el nivel de consumo actual, por supuesto empezando por el de los diferentes tipos de energía. Y si vamos a las estadísticas de las empresas petrolíferas o de energía, veremos que donde decíamos que quedaba petróleo para 40 años, quedaría sólo petróleo para 8. Es decir, que antes de ponernos a la tarea de “ayudar a los del Tercer Mundo a crecer”, nos habríamos quedado sin combustible en nuestra maravillosa máquina de aceleración permanente, bajo la sabia conducción de nuestros economistas de la tierra plana.
En realidad, es un eufemismo: lo que queda hoy, incluso sin ayudar a los pobres, es mucho menos, porque los patrones de consumo del petróleo, del gas o del carbón, tienen una curva en forma de campana y cuando se llega a la mitad de las reservas, se cae por la curva produciendo cada vez menos, aunque se intente producir más. Es una ley física).
Así pues, hablemos descarnadamente, cuando hablamos de Europa, de su futuro o de la forma en la que tiene que crecer (porque hablar de la forma en que debería “decrecer”, para no estrellarse, es un sacrilegio en el mundo actual.
¿Seguimos creciendo hasta reventar el planeta y reventarnos a nosotros mismos? ¿Abandonamos a los demás (recuerden: no hay para todos y dentro de poco no habrá energía fósil y nuclear para nadie) y seguimos hasta que podamos? ¿Ignoramos al resto del mundo? ¿Emulamos a los estadounidenses y aceleramos aún más de lo acelerados que ya estamos “para competir mejor”?
¿Seguimos con el cínico principio de la “Ayuda la Tercer Mundo” sabiendo que es una cruel mentira, que es un sarcasmo, que es un imposible energético y que aquí la realidad es que cada uno va a lo suyo y de lo mío qué hay? ¿Nos tiramos a la yugular de los últimos pozos de petróleo como posesos, a disputárselos a los que más consumen? (Porque no nos olvidemos que la lucha en Oriente Medio, que tiene el 70% de las reservas que quedan y el 95% de la capacidad exportadora mundial de crudo para la próxima década, no es entre estadounidenses e iraquíes, por más que los iraquíes estén ya muriendo como chinches, sino entre los consumidores principales. Véase la figura 3 y se verá claramente entre quienes está la disputa final, mientras el resto languidece y simplemente se muere de inanición).
En fin, ¿Quo vadis, Europa?
Pedro Prieto. Madrid.
Experto en temas energéticos.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 5 Mayo 2004.