Ante el exilio social – por Rafael Pérez Ortolá

No cabe ninguna duda, nos acucian por todas partes hacia el desligamiento social, a los dominantes no les conviene un buen entramado social. Nos muestran nuestra incapacidad para llegar a conocer todo lo que pasa, los cientifistas habituales nos hablan de percepciones subjetivas que no alcanzan a comprender la realidad de las cosas y, como cada cual es diferente a los demás, no podremos ponernos nunca en el lugar de los otros.

Nosotros contribuimos en demasiadas ocasiones, unas veces por entretenernos con elucubraciones estratosféricas, muchas otras por desdeñar a las personas o circunstancias que nos rodean. Esto adquiere tales proporciones que ¿Dónde estamos? ¿Estamos? ¿Con qué maneras estamos? Quizá sea más propio hablar de que no estamos en esta sociedad, nos exiliamos, voluntariamente o nos facilitan exilios más o menos dorados para que no estorbemos.

Entre unos arrogantes y otros pasivos se va colando una incertidumbre radical. Con la progresiva ausencia de criterios se va implantando un ambiente caótico. ¡Alarma! ¿Preocupación?

Antes debiéramos mencionar una lectura positiva de estos desmadejamientos, se ha roto con las cristalizaciones obsoletas, todas aquellas que castran el desarrollo personal auténtico. Por fortuna ya desapareció la dicotomía REALIDAD – INDIVIDUO que tantas veces nos han intentado imponer. Y sobre todo, ese dualismo al dictado de las instituciones (Estado, Religión, Partidos, Gran Hermano…)

No existen compartimentos estanco, la vida de cada persona es un proceso. Consiste en aprehender sus contornos y convivir con otras personas. No va la realidad por un lado y las personas por otro, no se pueden eludir entre sí. En el mejor sentido zubiriano, hemos de redescubrir o implantar que somos seres vivos si desarrollamos esa conexión con el entorno, activa y participativa. De no hacerlo quedamos exiliados de la sociedad.

En lo ecológico, en lo estrictamente humano, en todos los aconteceres, es preciso consolidar esa unión. Uno va ejecutando su forma de ser, no es un monolito. No es lo que podamos hacer con la naturaleza o con los demás, es que todos somos la misma cosa y según actuemos, seremos.

Ahora bien, se empeñarán en hacernos ver lo contrario, porque de esa manera desarraigados, podrán disponer de nosotros al mejor postor.

¡Ya basta de dogmatismos! Primero porque nadie consiguió resolver las cuestiones de forma absoluta. Y aún es más relevante, cada situación que surge aporta siempre una carga novedosa, nunca es la misma. Eso exige inventar a cada paso, en un activismo ilusionante y fundador de realidades mejores. Se trataría de una reacción completamente opuesta al exilio del que hacíamos mención.

Aquí tropezamos con verdaderas alambradas de púas. No se aprecian querencias por los compromisos, hasta en labores simples proliferan actitudes de dejadez. Las grandes ciudades y las facilidades de comunicación favorecen la fragmentación de los grupos. ¡Es tanta la velocidad y las informaciones! De todo esto también brotan tendencias fuertes a crear cotos cerrados, incluso una sola persona puede ensimismarse y pasar de lo social. La retahíla de púas puede ser impresionante. Por esta vía podemos encontrar baches, a no ser que se trate ya de una sociedad socavón que no deje lugar a ningún tránsito ni realización personal.

Llegados a estas tesituras descorazonadoras se impone un impulso que nos revalorice, una búsqueda de aspectos más deseables encaminados a una convivencia digna. Debemos echar mano de lo que llamo aristas de criterios y aperturas. Es decir, aquellos apoyos fructíferos, capaces de suavizar los impedimentos. Son como anhelos de una sociedad que somos todos.

Entre esas aristas podemos apuntar:

1. Adaptación. No es en el cielo, en Júpiter, ni en los oráculos donde debemos situarnos para el arranque. Hay que partir de la actual base social, barrios, trabajos, demografía, participación, etc. No se trata de hacer tabla rasa.

2. Promoción. Hay que proclamar, estudiar mejor y favorecer, esa actitud de realización personal que forme un todo con sus adláteres. No somos en el entorno, formamos parte de él. Si no lo promovemos activamente ¿Cómo va a prosperar?

3. Cualidades. Hay que hablar fuerte de las cualidades a defender. Se mencionan unos derechos humanos timoratos y adaptados a los corsés de cada país. Para llegar a alguna parte sugestiva conviene desgranar adecuadamente lo que se estime defendible.

4. Focos de influencia. Digamos que cada ciudadano conviene que lo sea. A la vista de las dificultades e intereses contrarios, todos los impulsos a favor de una imbricación verdadera de los sujetos en las decisiones y actividades grupales serán bien acogidos.

5. Evaluación constante. No se puede uno detener contemplando lo etéreo. Las vicisitudes cotidianas requieren una calibración continua de las actitudes y los medios que ponemos a sus disposición. No todo da igual, pero además cambia y convendrá saber lo que manejamos.

Resulta perentorio tener en cuenta estas aristas en forma de criterios, abrirlas a la evolución de las circunstancias vitales y avanzar en busca de la convivencia digna que mencionaba. No resulta cómoda esta elaboración, hay que ponerse las pilas y trabajarse esa dignidad.

Si no hay una reacción significativa, las globalizaciones y la proliferación de acontecimientos favorecerán un EXILIO SOCIAL PROGRESIVO de todos aquellos acomodaticios sin voluntad real de participación. En estas situaciones fluyen de manera lógica las desconsideraciones, terrorismos, agresividad, intolerancias y tantos olvidos de las demás personas como vamos observando.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Equipo de Redactores. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Mayo 2004.