¿Escucharemos nuestra llamada natural? – por Rafael Pérez Ortolá

La tenacidad y la perspicacia que uno puede desarrollar como lector, nos permite descubrir pasajes llenos de sentido. El hallazgo de esas perlas constituye la mejor invitación para la lectura. No es una teoría alambicada, sino la práctica plácida quien nos acercará a un mejor disfrute de los textos. Esa fruición es el mejor estímulo, superior al de las campañas o grandes ensayos de promoción.

Aún estoy saboreando los trazos finales de una relectura, «La llamada de la Naturaleza» de Jack London. Y no me parece mal empeño resaltar los rasgos naturales que caractericen a cada ser vivo. En la novela es el perro Buck, quien abrumado por mil avatares, redescubrirá lo mejor de su constitución natural. Entre gentes pendencieras y ambientes hostiles, el hielo o el agotamiento no impedirán su mejor realización como perro.

¿Qué pasa con nuestra propia naturaleza como humanos? No parece preocupar demasiado en nuestros ámbitos sociales. Pese a todo, no puede quedar como cierto e inamovible ese dominio apabullante de despropósitos, corrupciones, agresividad e intolerancias. ¿A dónde nos llevarán nuestras esencias naturales? Instintos, razones o intuiciones no pueden constituir un caos degradante. Debemos resistirnos a ese carácter peyorativo de nuestras manifestaciones.

Buck se vio sometido a unas duras condiciones de vida, tirando de los trineos junto a perros lobos de raza esquimal. Agotados, por la noche coreaban un canto mezcla de lamento o aullido, como un pronunciamiento elegíaco. ¿Protesta? ¿Expresión del dolorimiento ancestral por sus sufrimientos? ¿Simple reflejo de un rescoldo vital que permanece pese a todas las calamidades?

En principio se puede apuntar un aspecto negativo en la incapacidad del perro Buck para enebrar análisis demasiado profundos. Ahora bien, esta deficiencia se torna en cualidad perentoria, porque nosotros nos perdemos en análisis muy intrincados. Eso nos conduce a desviar responsabilidades, nos fuímos por los ramajes más elevados y ya no percibimos nuestras raíces. Hemos desaparecido como sujetos activos de la realidad cotidiana. Somos elucubraciones, más que entes reales.

Ante los problemas cotidianos quizá convenga preguntarse si los humanos perciben ese lamento vitalista. Es precisa una dotación capaz de percibir ese dolor interno de la especie que sufre. Sobre todo cuando las personas se ven sometidas a presiones antinaturales. De tanto razonar podemos perder la chaveta, olvidando las preguntas más elementales. Así no podrá extrañarnos una consecuente falta de respuestas. Nos hemos creado un limbo con pocos rasgos naturales. ¿Qué somos? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo relacionarnos con los demás? No disponemos de ese AULLIDO HUMANO capaz de lamentarse y provocar estímulos positivos de recuperación. ¿O quizá sí?

Como a los perros del relato, las diferentes astucias y ferocidades nos marcan con todo tipo de cicatrices, heridas en la superficie, lesiones internas y de forma lamentable con muchas repercusiones mentales. Estamos sometidos a la fuerza mayor, como una ley del colmillo más potente. Diríamos que el factor humano debe aportar piedad, sensibilidad, solidaridad y atenuantes promovidos por la inteligencia. Diríamos, pero lo afirmamos quizá con una rotundidad menor. Reluce más el poco esfuerzo y el aprovecharse del débil. De tal forma se reflejan estas actitudes que quien no consigue más es simplemente porque no puede.

Y si al buen Buck le llueven mensajes instintivos, del bosque, la primavera, de sus cuidadores…; no será porque a nosotros nos vayan a faltar mensajes. Sobran conocimientos y escasean las actitudes sensibles. Percibimos la evolución de la naturaleza, vemos los sufrimientos, cerramos entendederas a lo que no nos interesa, no trabajamos lo que debiéramos. Más bien vamos en sentido contrario, de tantas informaciones ya no distinguimos nada relevante. No insistamos, no nos van a servir las evasivas, son escusas demasiado pobres. No es por falta de información y mensajes.

El relato de Jack London termina con la canción de la manada. Después de responder a las llamadas desde los entornos naturales, Buck y sus compañeros expresan con sus bramidos las vibraciones de su auténtica naturaleza. Están en plena efervescencia vital.

Estas celebraciones espontáneas traducen una convivencia acorde con sus atavismos y con sus novedades evolutivas . ¡Nada menos! Ejercen lo que son, sin recurrir a mascaradas inútiles ni a destrucciones innecesarias. Ante este discurso biológico se supone que debiéramos sentir alguna cosquilla. ¿Envidia? ¿Admiración? ¿Desdén? Mucho me temo que continuemos despreciando esta animalidades. Nosotros somos muy cultos, razonables y científicos, no vamos a detenernos en estas nimiedades.

Vuelvo al inicio, ¿Cúal es nuestra llamada? ¿Nos interesa? ¿Responderemos? El protagonista perruno, nuestro Buck, va a resultar un ideólogo de nivel inalcanzable para nuestros sesudos caletres.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Abril 2004.