Tan sólo habían pasado unos minutos tras salir de la escuela, cuando Alí junto a sus primos ya se encontraban jugando al fútbol en una campa de un barrio bagdadí. El pequeño corría como un diablo cuando se detuvo de repente justo en el momento de ir a chutar. Escuchó unos gritos, se trataba de su tío. Salió corriendo a su encuentro, fue el primero en adivinar lo que ocurría. Había noticias del hospital. Sin decir nada volvió a la carrera y no se detuvo ni tan siquiera al llegar al centro médico. Subió las escaleras y entró en una habitación.
Primero abrazó a su padre y después de su mano se acercó a la cama donde en brazos de su madre se encontraba su hermanita recién nacida; con aquellos increíbles ojos, idénticos a los de aquella bella mujer que sostenía a la criatura.
En aquel momento Alí despertó de su sueño, un sueño que paradójicamente hubiese sido la realidad si Irak no hubiese tenido petróleo. Pero no era así; la bomba que cayó sobre su casa se llevó por delante la vida de su madre embarazada, tampoco está su padre, ni sus tres primos para jugar al fútbol. También falta su tío y otros familiares. Ha pasado un poco de tiempo y Alí se encuentra ya mejor; ya no le duele el cuerpo tanto como una montaña, cómo solía decir. Como ha sido noticia le tratan los mejores médicos; cientos de niños no han tenido la misma “buena suerte”. Por eso cuando leáis alguna noticia acerca del pequeño Alí y de cómo le ayudan en su recuperación, pensar en su verdadera historia y en la de tantos niños que cada día siguen perdiendo extremidades, cuando no la vida por culpa de esas malditas bombas de racimo, que a modo de trampas para niños están por ahí, jugando al escondite, esperando su momento para explotar.
Habrá otra guerra y los de siempre junto a sus cómplices, volverán a asesinar y mutilar niños usando las mismas armas.
Xabier Susperregi Gutiérrez.
Oiartzun, Guipúzcoa.
Cartas de los lectores.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Abril de 2004.