Me acerco a este asunto atraído por la polémica expresada estos días en varios medios de comunicación. Se trataría de un TRASPLANTE total o parcial de la CARA extraída a un cadáver, para aplicarla a personas con desfiguraciones faciales, originadas por traumatismo, enfermedad u otras causas.
En Le Fígaro y algunos medios españoles se hablan de esta cuestión planteada a los Comités nacionales de Ética en el país vecino. ¿Cuál será la postura más conveniente? Surgen algunos aspectos dignos de una valoración adecuada.
Los avances científicos disponen casi siempre de esa magia propia de lo considerado difícil o imposible. Ese trasplante de una parte de la cara, o toda ella, a partir de un cadáver puede suponer un gran alivio para el sufrimiento de aquellos con alteraciones faciales importantes. Hasta aquí sólo me cabe el beneplácito para un logro al que no considero enemigo de las ideas sociológicas imperantes.
En sí mismo no supone ningún problema ético como tal. Hasta ahora, las reacciones de los Comités Nacionales franceses, si ponen reparos lo hacen en el sentido de PROTEGER a los posibles receptores del injerto. Prevenirles ante grandes reacciones adversas, mayores destrucciones y peor calidad de vida. Sobre todo porque los métodos aún no están bien acabados. No es menor el matiz de proteger a los angustiados receptores en torno a un sensacionalismo no del todo justificado.
Suponiendo la eficacia y buenos resultados de la técnica, como en el resto de trasplantes, conviene pensar en la forma de elegir donante, si debe ser anónimo y, cuestión crucial, la gratuidad.
No aprecio objeciones sensatas al hecho de admitir la cara de un donante anónimo. Pensemos que no se trata de la misma expresión facial, en esta participan los huesos, los nervios, músculos y metabolismo del receptor. Por lo tanto no se trata de adquirir un nuevo rostro con las características del donante.
¿Deben generalizarse estas intervenciones? ¿Algo así como injertos a la carta? Necesitamos discurrir sobre estos planteamientos. Si la reglamentación se hace bien, no parece de tanta gravedad la decisión. Se trataría de una nueva técnica disponible, como una especie de cirugía estética o injertos cutáneos de mayor complicación.
Como los adelantos surgen de forma acelerada, la BUENA INFORMACIÓN resulta crucial. Primero para los posibles receptores y también para establecer una normativa adecuada. Conviene pensar que todos somos receptores en potencia y los oportunismos o explotaciones deben alejarse de estos menesteres.
El revuelo levantado se relaciona con el hecho de tratarse del ROSTRO, el hecho de recibir la cara del otro. Excluida la interpretación literal de un rostro idéntico, los impedimentos parecen puramente técnicos. Huesos, nervios y temperamento fraguarán matices nuevos.
Ya disponemos de una buena REGULACIÓN para los trasplantes de otro tipo, esta normativa puede constituir un buen punto de partida. Si se dirige hacia los grandes desfigurados, las posibilidades deben aprovecharse a tope.
Aún tratándose de casos abusivos, pervirtiendo la idea inicial, con las actuales procedimientos de identificación -ADN, etc.- los conflictos no debieran agrandarse. No obstante, la inventiva y desfachatez ofrecen muchos vericuetos. Estar atentos a la evolución nunca vendrá mal.
Para las personas con semejantes taras agobiantes, se abre un hálito de ESPERANZA que debe ser bien recibido. Los sensacionalismos suelen dañar muchas aplicaciones de la ciencia. Estos y otras desviaciones hemos de procurar evitarlos desde el comienzo.
Dicho esto, el buen perfeccionador que todo nos lo perfeccione, buen perfeccionador será. Aunque sea de pasada, un logro de esta naturaleza no debe llevarnos a exagerar los rechazos de todas las IMPERFECCIONES. Entramos en una cultura demasiado afín a eliminar las diferencias y no todos han de ser herculitos apolíneos, existen otros sabores.
Por lo tanto, nuevos avances, nuevas cuestiones. A ver si por lo menos no se originan demasiados problemas de tanto enredar la madeja.
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 10 Marzo 2004.