Sin saber muy bien ni el porqué, ni sobre que, ni de que manera, comienzo a escribir algo alrededor de un título que se me acaba de ocurrir. No me termina de gustar, pero resulta que hoy no es importante, no me importa que tenga coherencia, que sea agradable de leer, o que sea tan solo un conjunto de palabras discordantes y difíciles de entender. Tan solo tengo la obsesión de plasmar un sentimiento, una tendencia generacional al caos y al desorden camuflados de control y estructuras orgánicas incomprensibles por el deterioro que les ha infringido el tiempo.
El caso es que en el siglo de la tecnología y del progreso total nos estamos quedando atrás. Hemos pasado de utilizar a ser utilizados y hemos perdido el control absoluto de nuestra existencia, pero por una sencilla razón, no sabemos que es lo que queremos. Vivimos rodeados de influencias, tendencias, modas, referentes, mitos de toda clase y sueños prefabricados, y acabamos adoptando ese extraño mezclote que forma todo tipo de “grupos” más o menos definidos, donde nos sentimos seguros ante la mirada atenta de nuestros congéneres.
El problema de idiocia mental colectiva me parece que no es nada nuevo, seguramente mucha gente se ha dado cuenta, de una u otra manera, que las cosas no van bien. No se decir, bueno, no soy quien para decir lo que es correcto o incorrecto. Sobre todo si entramos en un plano como la personalidad de los individuos. Si tomamos como punto de referencia para la existencia humana, lo únicos que somos todos y cada uno de los seres humanos frente a la aptitud adoptada por la colectividad ante su existencia, a mis ojos, queda desacreditado todo cuanto de especial tenemos como individuos. No veo diferencias entre yo y mis amigos deambulando por una calle abarrotada, y un banco de peces. Todos nos limitamos a ir… ya está, vamos y no sabemos muy bien hacia donde, porque realmente estamos perdidos. Quizá eso sea lo más individual que tenemos como ser social, la soledad.
Como he dicho, no soy quien para marcar el camino a seguir, pero algo “especial” he notado, algo que me llena de orgullo, como a tantos otros cuando toman conciencia de lo borregos que somos. El motivo de mi alegría, si me puedo alegrar por algo así, es darme cuenta de que ¡soy distinto! ¡OH maravilla! Dos mil años de historia y llego a esta conclusión… claro que nunca he sido el más listo de mi clase, como mucho un poco más inquieto que la mayoría, no me ha servido para mejorar mi expediente académico pero si para estar un poco más contento con, atención, MI EXISTENCIA.
Ha llegado el momento de matizar esa famosa frase de “pienso, luego existo”, con un “vale, pienso… ¿pero en que?”
Nuestras metas y objetivos están tan falseados y manipulados que se puede hacer una biografía colectiva de la humanidad si dejamos de lado todas las trivialidades que nos encontramos en la vida, si solo hacemos caso de lo que verdaderamente nos importa.
En mi vida, como en tantas otras, he visto como se levantaban auténticos muros de crítica cuando nuestra ilusión se centra en algo un poco fuera de lo común. Como reacción a estos “muros” lo más valiente que podemos hacer es enfrentarnos de cara a él, saltarlo o rodearlo, y llegar a nuestro fin… Pero no nos engañemos, una sola persona no puede luchar contra todo su entorno, o por lo menos, no si lo que se pretende, es mostrar una visión intima y personal de la existencia, a una vorágine de salvajes embrutecidos por una socialización putrefacta. He aquí mi juicio de valor, por el que tantos disgustos me he llevado, y por el que tantos otros me voy a llevar…
El problema, en este caso el mío, es que no intento convencer de esto o de aquello, solo pretendo mostrar una actitud diferente, no tiene porqué ser mejor o peor, tan solo diferente, ese es mi fin último al expresar esto. Por supuesto que creo que muchos están equivocados, o más bien confundidos, a cerca de cómo un ser humano ha de plantearse su vida. Pero me reitero al decir que no estoy en posesión de la verdad absoluta, que no tengo ni más ni menos razón que aquel que consagra su existencia a un ideal que yo pueda detestar. Pero es donde me veo diferente y me enorgullezco, si me equivoco, me daré cuenta y algo habré aprendido. Si me quedo conforme en el fondo de La Caverna, sin “molestarme” en pensar, no soy nada…
La incomodidad de mi razonamiento es obvia. Una vez que tengo claro que es lo que pienso, guste o no, me voy a dar cuenta de las docenas de barbaridades que he hecho, totalmente convencido de que era “lo correcto”, y que tan solo me han servido para alcanzar las metas que otros pensaban que eran las correctas. Es realmente duro darte cuenta de cómo tus objetivos no son ganar dinero, poder, o estatus, sobre todo cuando estos están tan presentes en la vida cotidiana. Hay que soportar mil desprecios, mil rechazos, y algún que otro “golpe” para llegar a hacer lo que realmente uno quiere.
Por si esto no fuera suficiente, una vez alcanzado el objetivo, nadie te va a felicitar. Nunca hay una chica con minifalda y ramo de flores en un podio al cruzar la meta. Lo único que encuentro es una basta extensión de posibilidades no compartidas por casi nadie, otro punto de partida, y para sentirme mejor, soledad, esa soledad que me caracteriza, me llena de orgullo y alegría, y me deprime al mismo tiempo.
Ya he dicho que no trataba de convencer, varias veces, y sólo ahora, cuando termino la reflexión, me doy cuenta de lo que realmente pretendo, más allá de mostrar otra manera de vivir. Tan solo estoy pidiendo ayuda. Solamente quiero despertar alguna conciencia, que mire a su interior y se pregunte qué es lo que necesita para ser feliz, y que, si en la respuesta se sorprende con algo que no va a ser aceptado, reúna la fuerza suficiente para ser ella misma, para estar sola. Tal vez si en esta ocasión me salgo con la mía, y alguien me escucha, la próxima vez que me plantee una meta, pueda reunirme con alguien al cruzar la línea, tal vez me sienta un verdadero ser social…
Javier Fernández de la Torre. Alicante.
Estudiante de Criminología y secretario de la Asociación de Estudiantes de Criminología de la Universidad de Alicante.
Colaboración.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Marzo 2004.