En abril de 1904, muere Isabel II en el exilio. Cercanos los cien años de su muerte algunos sectores conservadores y monárquicos españoles, intentan celebrar el primer centenario de su muerte.
La Real Academia de la Historia realiza una exposición intentando salvar la imagen de Isabel II. Uno que se dedica a impartir la Historia en un Instituto pamplonés, no acaba de entender, que es lo que hay que celebrar: su conservadurismo político más rancio y su anticonstitucionalismo, sus continuos desdenes a la sociedad, su lujuriosa y licenciosa vida personal, su falta de brillo monárquico, etc. Pero para opinar, lo mejor es conocer su historia.
Con la muerte de Fernando VII, el veintinueve de septiembre de 1833, se suscita con toda la crudeza el problema sucesorio dinástico. Por un lado, está Isabel II que apenas tenía tres años y por el otro lado estaba el hermano de Fernando VII, el príncipe Carlos María Isidro. Antes de su fallecimiento se reimpone la Pragmática Sanción que permite a las mujeres reinar. En su aplicación, es elegida como reina Isabel II, que era menor de edad, nombrándose regente a su madre María Cristina de Borbón, de cuyos devaneos en la cama y sus continuos embarazos siendo viuda, causaban auténtico escándalo público.
Esta disputa dinástica se traslada a la política, donde el movimiento liberal apoya a Isabel II, mientras que el conservadurismo lo hace al príncipe Carlos María Isidro. Fruto de esta disputa dinástica surge la llamada Iª guerra carlista (hay hasta tres) que tanta incidencia tuvo en Navarra, con gran cantidad de muertos y de destrucción. El carlismo marcará la vida política navarra durante muchos años.
El levantamiento carlista es en defensa del Trono y el Altar y surge como movimiento antiliberal, antireformista y en defensa del Antiguo Régimen. Concluye esta guerra con la derrota carlista en 1839.
María Cristina es expulsada como regente en 1840, nombrándose como regente al general Baldomero Espartero que será desde 1840 a 1843. En su regencia se elabora la ley de Modificación de Fueros de catorce de agosto de 1841. De esta ley, existen diversas interpretaciones históricas, haciendo de Navarra una provincia foral, conservando algunas singularidades de tipo económico pero que en muchos aspectos queda igualada al resto del Estado.
Ante la difícil situación política en que está Espartero y su cuestionamiento como regente por el bombardeo de Barcelona, se opta por adelantar la mayoría de edad de Isabel II a los trece años, siendo proclamada reina en 1843. Contrae matrimonio con Francisco de Asis que era primo carnal. Matrimonio negociado por las Cortes y contrario a la voluntad de la reina. Con este casamiento se intentaba callar el continuo escándalo que suponía el acoso que ejercía Isabel sobre muchos hombres, por ejemplo el general Serrano.
El católico Jaime Balmes defendió la candidatura, a casarse con Isabel II, del duque de Montemolin, que es hijo del pretendiente carlista Carlos María Isidro. Con ello, creía aportar una contribución decisiva a la pacificación del país, dividido por la lucha dinástica.
Durante el cuarto de siglo de su reinado, siguió la línea política de su madre: monopolio del poder en manos de los moderados y entrega del mando a los progresistas solo cuando lo obtenían por la fuerza. Como dice Balmes, el poder militar fue fuerte en esta época en España porque el poder civil fue débil. Esta debilidad tiene su origen en la decidida intervención de Isabel II en el juego político de apoyo al moderantismo y causa principal de la altísima inestabilidad gubernamental, con treinta y dos gobiernos en veintiocho años y con quince disoluciones de las Cortes españolas.
Es cierto, que durante su reinado tuvo lugar lo que se ha denominado “revolución liberal”, con un respetable desarrollo de la modernización social. Son destacables la reforma de la Hacienda española de 1845 de Mon-Santillán, la densa legislación del denominado bienio progresista (1854-1856) con sus leyes de Bancos, de Sociedades de Créditos, de Ferrocarriles. La Desamortización General que constituyen hitos muy importantes en el tránsito de una sociedad arcaica a una más acorde con la época. Son también destacables los errores, como la creación del semi-legal Banco de Isabel II, la restrictiva ley de Sociedades por acciones de 1848, la fusión del Banco de Isabel II y San Fernando que estuvo a punto de hundir el futuro Banco de España, el repudio de la Deuda por Bravo Murillo en 1851, el ancho de vía diferente al de los ferrocarriles europeos, etc.
En Navarra, durante su reinado, hubo hechos destacables como la constitución del Consejo provincial de Navarra que provocó fuerte rechazo político y social. Se produce la segunda intentona carlista (1846-1849). En 1855, se promulga la Desamortización General, que la elaboró el navarro Pascual Madoz Ibáñez, cuando fue nombrado ministro de Hacienda en el bienio progresista, con cierta repercusión en Navarra.
Pero no es por la labor de sus gobiernos, como debe valorarse a un monarca moderno, sino por su papel de árbitro constitucional. Aquí, es donde la actuación de Isabel II fue desastrosa. Lo realmente imperdonable en su ejecutoria fue su radical incapacidad para actuar con una mínima competencia como reina constitucional, trabando continuamente el sistema político que la había encumbrado al poder. Como los intereses de Isabel II y del partido moderado, eran idénticos, aquella revolución que consiguiese al fin derribar a los moderados del poder, derribaría también a la propia monarquía. La crisis social, económica y política era total al final de su reinado. El levantamiento contra Isabel II fue organizado y dirigido por miembros de la pequeña y mediana burguesía y fue ampliamente secundada por el pueblo. Esta participación popular en el fenómeno revolucionario fue lo que proporcionó a la revolución de 1868, una dimensión distinta de las anteriores y que daría lugar al denominado sexenio democrático con un fuerte componente modernizador.
Obstaculizó sistemáticamente el acceso de los progresistas al poder, con lo que se veían empujados al retraimiento y a la conspiración, con un grave quebranto de la paz civil y del normal funcionamiento de las instituciones.
Tras la caída de Isabel II, en septiembre de 1868, y pasado el denominado “sexenio democrático”, viene la Restauración, Isabel tenía entonces 44 años. La Restauración encabezada por Antonio Cánovas del Castillo siempre la rechazó y la procuro tener alejada de su hijo Alfonso XII, para evitar así, que pudiera hacer daño y desprestigiar la monarquía de Alfonso XII.
España no debe nada a Isabel II, más bien al contrario, pues se quedó con una parte muy importante del Patrimonio Nacional.
Se puede decir, sin caer en el error, que Isabel II fue un obstáculo permanente al progreso social, político y económico de la España de su época.
¿Hay algo que celebrar en el centenario de la muerte de Isabel II?
Lo mejor que pueden hacer estos neoconservadores, es olvidarse de la figura de Isabel II y el mejor homenaje a su persona es dejarla que descanse en paz.
Edmundo Fayanás Escuer. Pamplona.
Profesor de Historia.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Febrero 2004.