Autogestión y explotados: Formas productivas de la necesidad (V) – por Boris Iván Miranda

Precisamente es gracias a esas falencias de las instancias aglutinadoras clásicas las que dieron lugar a la reacción de las masas. La radicalización de la multitud se ha venido transformando en organizaciones autónomas y en un proceso signado por la autogestión en varios niveles.

La revitalización de las prácticas participativas y de autonomía popular son producto de una necesaria reacción social frente a la expansión del capital. Practicar la autonomía es, como señalaba Gramsci, una lucha intelectual y moral por vencer a la fetichización. Estas lógicas de acción directa son innatas a los trabajadores; reflejan la natural intencionalidad del trabajo por desplegar sus capacidades concretas y desplazar al capital. Ya anotamos arriba como las prácticas directas han sido desplazadas por la hegemonía representativa. Lo que si es relevante es que, pese a todo el proceso desplegado en el siglo XX que renunciaba a las formas de participación directa, nunca las clases subalternas renunciaron a estas. En realidad las formas autogestivas de producción surgen casi al mismo tiempo que la clase obrera industrial moderna *(21). Existen formas de cooperación que surgieron antes de los sindicatos o que luego devinieron en ellos. Estas formas son las mutuales y cooperativas obreras *(22).

Entonces, esta forma autoorganizativa rechaza las mediaciones exteriores. Opta por la toma de decisiones de manera muy asambleísta y horizontalmente. La democracia directa es un detonante para las relaciones de poder; es precisamente cuando las multitudes se constituyen en un sujeto activo. La rebeldía, cansada de frustrar sus intenciones en las instituciones que le corresponderían, se desprende de la representatividad y abraza la acción directa. Además aquellas instituciones también se han visto trastocadas por este reflote de las formas autonómicas. Sus papeles han sido arrollados por esta emergencia de subjetividad tan fuerte.

La forma sindicato y sus similares son instancias de organización natural para las clases subalternas. No es solamente esa instancia en la cual los partidos de izquierda buscan una base social y reconocimiento, es la organización más cercana al trabajador y por tanto también la más sensible al sentir y al querer de las multitudes. Durante años toda la inconformidad y la bronca estuvieron marcando turno en las burocráticas sedes sociales del sindicato. Sin embargo el estallido de la nueva insurgencia no ha aplastado al sindicato como lo hizo con el partido. Los sindicatos, con toda la carga de sus viejas prácticas, han sido empujados por las nuevas subjetividades y muestran buenos síntomas frente a lo que era antes la burocracia obrera. Aquí no hay que engañarse; el sindicato sigue marcado por un sinnúmero de taras heredadas por tantos años de representatividad y burocracia. Lo que es digno de rescatar es que la urgencia de las condiciones materiales han retomado principios de participación olvidados en el sindicato. Las necesidades de la gente han tornado al sindicato en una instancia más directa y le han devuelto algo de la vigencia que había perdido en todos estos años.

Los partidos también tienen funciones nuevas. No podemos, basados simplistamente en la crisis de la representatividad, enviar a los partidos al basurero de la historia. No solamente podemos pensar al partido como instancia de representación absoluta. El partido también puede ser una organización de delegación en distintos niveles. Le estamos quitando ese papel protagónico al partido pero no estamos renunciando a contar con él para otras tareas. Si bien existen instancias formales que van perdiendo vigencia con el desarrollo de las condiciones sociales otras van redescubriendo sus funciones y posibilidades en otros planos *(23). En este sentido, y pese a que enarbolemos las banderas de la democracia directa y radical, no podemos cerrar los ojos y renunciar a las ventajas de una delegación frente al aparato estatal.

Aquí hay que reconocer principalmente la situación en la que nos encontramos. Como no podemos enviar al basurero de la historia a los partidos tampoco podemos renunciar a los espacios estatales y mucho menos ignorar su poder. Al Estado-Nación le quedan todavía muchos años de vigencia política.

Entonces debemos aprovechar los supuestos que conlleva la concepción del Estado y de ninguna manera perder de vista su verdadera naturaleza. La base materias sobre la cual está constituido el Estado es el modo de producción capitalista. El Estado no es neutral; más bien funciona bajo intereses de clase, es el garante de la relación desigual en el capitalismo.. Sin embargo el Estado no se presenta a si mismo de esa manera. Más bien el Estado pretende posicionarse como una aparente institución constituida para sintetizar al interés general. El Estado al presentarse como velador del interés general abre grietas por las cuales podemos filtrar instancias útiles para proveer de recursos al movimiento social. Entendemos que el cambio de estructuras no reside inicialmente en la toma del Estado pero procuramos aprovecharlo para nuestra empresa.

Esto es el quiebre con las nociones que marcaron a la izquierda tradicional durante todo el siglo XX. No partimos del control del Estado para cambiar a la sociedad; más bien empezamos a creer en que la sociedad se empieza a cambiar desde abajo. Esto es utilizar al Estado sin perder nuestra autonomía ni tampoco limitándonos a ese escenario de acción. Ahí es donde rompemos con la clásica concepción de política como la conquista y conservación del poder encarnado en el control de el Estado. De todas formas asumimos necesaria la conquista del Estado para lograr superar las formas de producción capitalistas pero comenzamos a vislumbrar y practicar la nueva sociedad desde ya. Se trata de rasgar, rasguñar, arrancar del Estado mismo las formas anticipatorias de nuevas relaciones sociales igualitarias y emancipatorias *(24).

Las prácticas autonómicas encuentran su esencia y valor en aquella idea: forma anticipatoria de las nuevas relaciones sociales. Es por eso que el control del Estado no es la premisa en las luchas políticas; las formas autonómicas son expresión de la nueva sociedad (socialismo) construidas desde abajo. La política no se limita ni se circunscribe solamente al ámbito del Estado; en ese aspecto la política es una potencia insaciable. El capital ha demostrado que es perfectamente capaz de ir absorbiendo las formas de protesta que lo interpelan. Pero tendrá más problemas al enfrentarse a formas de vida ya constituidas en su seno mismo. Estas prácticas son victorias en la lucha por un sistema nuevo.

Por eso no podemos renunciar a instancias que, aunque aparentemente en vías de extinción, nos son todavía útiles. La democracia directa no se limita a decidirlo todo a través de asambleas y la representatividad, además de lógica burguesa, es una solución al complejo y diverso entretejido societal. Los partidos pueden ser, y en algunos casos son, instituciones de delegación frente al Estado con estrechos lazos con la multitud. No hay por que renegar ciegamente contra los liderazgos y contra las formas organizativas de delegación. Se deben implementar medios para viabilizar el sentir de las multitudes. El asambleismo excesivo terminaría fracasando por la ausencia de convocatoria, deslegitimando realmente las decisiones.

Hasta ahora el asambleismo ha sido un eficiente conductor, pero generalmente en momentos de crisis, cuando todos tienen centrado su interés en el tema *(25). Otro reto para esta nueva vertiente creadora es saber desarrollar los procedimientos para mantener la participación sin necesidad de agotar el recurso de la asamblea. Crear estos procedimientos participativos forma parte de las tareas para esta nueva constitución de rebeldía emergente. No se puede escatimar en recursos creativos a la hora de resistir. Lo importante es creer en la posibilidad de producirlos. (La Paz, octubre del 2003)

*(21) Mandel apunta que ya en 1819 obreros ingleses del tabaco producían por su cuenta y en Francia en 1833 los trabajadores del vestido decidieron trabajar solamente en asociación. En Ernst Mandel, Consejos obreros, control obrero y autogestión, Carlos Mariátegui, Santiago de Chile.
*(22) Mucho también critican algunos teóricos al reflote de estas formas de cooperación como un retorno al pasado. Como volver hacia algo ya superado. Al respecto creo que toca defender a estas formas, pese a todos los riesgos que implique hacerlo. No solamente porque no reconozcamos al presente como una instancia superior cuantitativamente al pasado, sino por el generoso despliegue de creatividad surgido en estos procesos. Inclusive pese a que, particularmente en la Argentina, el resurgimiento y desarrollo de las cooperativas está dando claras señales de que el sistema establecido es capaz de cooptarlas y reinsertarlas en las lógicas de la producción capitalista.
*(23) En Bolivia los dos partidos de las clases desposeídas son el MAS y el MIP y ambos tienen bases sociales relacionadas con sindicatos y multitud en general. Estos mismos funcionan bajo formatos representativos pero también se les reconoce que tienen prácticas participativas directas, de control y de decisión. Inclusive el MAS no se reivindica como el partido representante de los oprimidos y se reconoce como un instrumento político, es decir una herramienta más al servicio de las masas.
*(24) Mabel Thwaites Rey, Autogestión social y nuevas formas de lucha, La Fogata, 5 de junio del 2003.
*(25) Las formas autonómicas y asambleístas implementadas durante la crisis que devino en la caída de Goni por los vecinos de El Alto y algunas zonas de La Paz son muestra de aquello.

Boris Iván Miranda. La Paz, Bolivia.
Estudiante de Sociología en la universidad de la UMSA, La Paz.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Febrero 2004.