Puse una pareja de ratas en una jaula cuadrada, de paredes de cristal, aseada, de unos cinco metros de lado por uno de alto, con comida y bebida y sistema de limpieza. Las observé durante bastante tiempo. Tenían unas costumbres alimenticias, sexuales y demás comportamientos bastante normales, incluyendo las reproductoras y de amamantamiento y cuidado de las crías. Era un mundo normal de ratas, aquél en que se movía aquella pareja. Metí cincuenta parejas de ratas en la misma jaula y les di suficiente alimento y bebida y también las limpiaba. Comencé a observar que las ratas vivían algo mas agitadas; alguna daba algún chillido, de vez en cuando y se producía algún que otro roce. Pero seguía siendo un mundo casi normal de ratas. Tomé nota.
Mis años de experiencia en los laboratorios de una empresa multinacional, me habían permitido elaborar un proyecto, que acababa de poner a punto, de decodificación del sistema de comunicación de las ratas, mezcla de chillidos, movimientos de cuerpos y de bigote, juegos con las patitas, restregados de morro y otros signos externos. Mi potente ordenador de última generación, capaz de simular explosiones nucleares y procesos meteorológicos muy complejos, con miles de coprocesadores matemáticos trabajando en paralelo, estaba ya perfectamente afinado para decodificar el lenguaje de las ratas, a través de juegos de cámaras y micrófonos sensibles, que todo lo detectaban y todo lo grababan, en este importante experimento.
El equipos de investigadores estaba ansioso por poder extraer las conclusiones de su estudio. Había costado bastantes millones de euros, pero gracias a los beneficios que la empresa esperaba obtener de este experimento y a la generosidad del gobierno del Lander, que había dado también una copiosa subvención, confiando en que la empresa se quedase en su territorio y sus beneficios también, estábamos a punto de asistir a un gran descubrimiento.
Así pues, conectamos los ordenadores e introduje en ese momento quinientas parejas de ratas en el mismo cubículo en el que habíamos hecho los experimentos que tan bien habían salido en las primeras pruebas de campo y nos dispusimos a tomar febriles notas en turnos continuos.
Lo que descubrimos, lo que fuimos descubriendo, nos dejó tan estupefactos, que solo hoy, ya retirado del mundo activo, me atrevo a contar en este ensayo, ya fuera de aquella empresa multinacional, retirado en mi casita de los Alpes. El equipo de científicos que trabajábamos en aquél experimento, terminó dispersado, solo después de hacer un juramento colectivo de no publicar en ninguna revista científica las conclusiones de aquel suceso, a pesar de que ese era el fin de todo experimentador en aquellas fechas. Solo hoy, años después de que haya fallecido el último de mis colegas presentes, me atrevo a contárselo a ustedes, en la esperanza de que esa terrible experiencia les pueda iluminar por los caminos de la razón, que nosotros abandonamos en aquellas fechas. Que Dios me perdone si a alguien molesté con mi actuación. A mi edad ya no tengo miedo a que la GESTAPO pueda aparecer en mi casita rural y llevarme por desvelar un secreto tan espantoso.
Pues bien, volviendo al experimento, al meter las quinientas parejas de ratas en aquel cubículo de un metro de lado, se notó, en principio, una tremenda agitación de todos los individuos de la colonia, sin excepción. No faltaba agua, ni faltaba comida y se limpiaba la jaula escrupulosamente en periodos tan frecuentes como era necesario. Era otra, pues, la razón de aquel creciente nerviosismo que no acertábamos a averiguar. Pedí entonces una traducción en tiempo real del ordenador super-rápido y que pasasen por los altavoces el audio traducido, con control de volumen, para ver qué pasaba por la mente de aquellos animales. Mediante la observación directa, se veía que ese barullo creciente, como diría algún presidente de gobierno de la época, llevaba algunos ejemplares a la violencia. Como los ejemplares machos eran de mayor envergadura en promedio que las hembras, aquellas salían generalmente perdiendo en los crecientes conflictos que se daban en la jaula.
El super-ordenador trabajaba a destajo. Las primeras traducciones me dejaron perplejo: un grupo de ratas hembra hablaba, con desesperación e impotencia, de «violencia de género» y decía que había que acabar con ella. No es que las ratas macho no se peleasen entre si, que también eso sucedía. Es que las hembras se habían agrupado en una parte de la jaula y exigían, algunas de ellas con muestras evidentes de mordiscos en la yugular, otras violadas salvajemente y otras magulladas, que se acabase con la violencia contra ellas. Algunas ratas macho también apoyaban esa solución y unos y otros, proponían crear en una esquina (concretamente en el sector P-5 de la jaula), una casa de acogida de ratas hembras maltratadas, con un centro de ayuda psicológica en el sector P-4. Otras sugerían que había que crear un grupo de ratas policía más numeroso, para atajar la violencia de género (nunca supe si el ordenador traducía mal la violencia de sexo, porque la violencia de género se podía ejercer contra la fuente que había en la jaula, que era de género femenino, pero eso no importaba a nadie). Una especie de policía de proximidad, más cerca de la situación real de las ratas machos y hembras. Otro grupo de ratas macho, que se definían entre si como “legisladoras”, entre las que se había introducido, por ley interna roedora entre un 25% y un 50% de ratas hembra, pedía a gritos una legislación más severa con las ratas macho y se dividía en dos sectores: el crítico, que pedía que «contra violación, castración» y el moderado, que pedía penas mayores y sin redención posible. Ambos grupos exigían que las ratas judiciales apremiaran sentencias de separación entre ratas macho y hembra, a la primera que el macho sacase los dientes a la hembra.
El ordenador no daba abasto, traduciendo y produciendo la información que el interior de la jaula generaba; a estas alturas, era casi más una jaula de grillos que de ratas. Mi equipo de investigación también daba muestras de ponerse nervioso. El grupo de trabajo encargado de verificar los comportamientos sexuales, me venía con listados kilométricos. Decían que el porcentaje de homosexualidad también parecía haberse disparado. Del 5% de casos que se presentaron en los mil experimentos que hicimos con mil parejas en mil jaulas diferentes, habíamos pasado a tener un 30% en esta jaula de las 50 parejas. La simple observación a través del cristal de la jaula, no dejaba lugar a dudas. Ratas macho sodomizaban a otras ratas macho por doquier, o a ratas hembra con total promiscuidad y sin respetar los ciclos biológicos, ya de por sí frecuentes en esta especie. Había prácticas de todo tipo. Las ratas hembra también descubrían nuevos mecanismos de relación sexual entre ellas, sin excluir a las de los sectores P-4 y P-5 antes aludidos. Algunas ratas macho y hembras, según la decodificación del ordenador, proponían desfilar alrededor de la jaula, y crear el Día del Orgullo Gay (eso dijo el ordenador en su traducción), porque, decían, era de lo más natural sodomizarse, si dos o más elementos adultos consentían en tal práctica. Un sector de ratas (pudimos detectar que casi todas eran de las que ya habían pasado por el experimento de una pareja por jaula y las llamamos «nostálgicas» a fines de la experimentación), dudaban de que fuese correcto hablar de Orgullo Gay, pero el aluvión de ratas macho comportándose como hembras y viceversa, insistía en que tenían derecho.
Otras ratas con comportamientos homosexuales (quizá debiera decir roderesexuales, del latín rodere, roedor), exigían sus derechos a formar matrimonios y a cobrar la porción de comida y bebida de su pareja al fallecimiento de ésta e incluso a adoptar crías de ratón, de las que quedasen huérfanas en aquella jaula de grillos o ratas, que ya no sabe uno con qué estaba experimentando.
El equipo de investigación a estas alturas, ya estaba convencido de que el ordenador no servía de nada y que las traducciones eran todas bastardas. Había enormes discusiones y proponían poner fin al experimento. Solo mi férrea negativa evitó tal interrupción. Pedí mas tiempo.
En el sector X-6, se ventilaba otra discusión entre ratas machos y hembras y se intentaba hacer una carta de los derechos humanos de las ratas adultas o ancianas, que cada vez eran menos, porque los bocados que se daban entre ellas, no les daban muchas oportunidades. Los ratoncillos no sabían si quedarse al cuidado de una pareja de roderesexuales o si correr al sector T -11, donde se había instalado un locutorio para que pidiesen ayuda, si eran maltratados por sus padres, en una suerte de teléfono de la esperanza. «Esto no tiene sentido», musité, para mis adentros, viendo tan sorprendentes registros del ordenador. Pero antes de que pudiese reaccionar, ya tenía a otro grupo de ratas diciendo que para evitar los accidentes de tráfico en la jaula, lo que había que hacer era retirar los protectores laterales, porque las ratas que gustaban correr como posesas sobre dos patas, por el borde de la jaula, cuando se caían, se cortaban con ellos como si fuesen cuchillas. Observé incluso que un grupo de ratas de las denominadas “legisladoras” (con el consabido 25%-50% de ratas hembra), discutían si el aumento de la criminalidad en las ratas jóvenes, se debía a que se les dispensaba el botellón a cualquier hora y que la solución estaba en sacar el dispensador de agua fuera de las estaciones dispensadores de comida, para evitar incidentes.
En éstas, la patrulla Cóndor de ratas, que se entretenía evolucionando acrobáticamente en racimos por el techo de la jaula, cayó con estrépito sobre una masa informe de ratas que habla ido a presenciar el espectáculo y mientras se retiraban los trozos de ratas aplastadas, la patrulla Águila, que solía hacer lo mismo, aseguraba a las demás que estas cosas nunca pasan.
La situación estaba a punto de desbordarme a mi y a todo el equipo, que se tiraba de los pelos y no podía sacar conclusiones válidas para ninguna revista científica. En el sector M -6 habían decidido que la mejor forma de luchar contra la droga, era poner una camioneta con kilos de metadona en la esquina del sector M.
Los casos de violencia doméstica, entendida por la que generalmente ejerce la rata macho sobre la hembra, de las parejas censadas en la jaula no cesaban de crecer. Aparte de la casa de acogida, se propuso una campaña de «concienciación» de las ratas hembra, porque no era normal que su rata macho le pegase «lo normal». Las ratas legislativas seguían, con furor casi uterino, creando leyes y decretos para atajar la violencia, la delincuencia, el terrorismo y el paro. A los ratones parados les exigían, para seguir dispensándoles comida y bebida, un «compromiso de actividad», como si en aquella jaula se pudiese estar inactivo.
Para evitar el terrorismo, se decretó que cualquiera que no condenase inmediatamente cualquiera de los homicidios de rata legislativa, por parte de rata separatista, que empezaba a haberlas y solían estar en los lugares más despejados y limpios de la jaula, quedaría ilegalizado y por tanto podría ser encarcelado. Del resto de los homicidios, se suponía que ya eran todos condenables y no se exigía que fuesen automáticamente condenados, cada vez que se produjesen, porque ¡menudo follón, si había que condenar cada unos de ellos!
Aquella jaula era un torbellino. En medio de aquel berenjenal, se habían metido de rondón, no se sabe bien por donde, otras veinte parejas de ratas, muy buenas para experimentos y para trabajar en las tareas más arduas. «Inmigrantes», las llamaban las quinientas parejas iniciales, o lo que quedaba de ellas, como si ellas llevasen toda la vida viviendo en la jaula. De nuevo, las ratas legislativas (con su 25%-50% de ratas hembra, ¡faltaría más!) se pusieron a decretar que 1@S recién llegad@s (ese neologismo de palabras con @ salió también del ordenador; cosas de la impresión, seguramente) en realidad podían trabajar, pero sin papeles y sin derechos y más barato. Oficialmente se decía que los que no tenían papeles no podían trabajar y que solo podían hacerlo los que los tenían. Las quinientas parejas de ratas, echaban la culpa de todas las desgracias a las veinte parejas últimas de ratas que habían llegado y que además se reproducían a tasas superiores a las de las ratas primeras. ¿Adonde vamos a parar, con tanto inmigrante?, decían las quinientas parejas, de las dos recién llegadas. Cuando alguna rata suelta les hacía ver que solo eran veinte, frente a quinientas parejas, la respuesta era invariable: «si, claro, ahora son veinte, pero si seguimos metiendo más inmigrantes en la jaula, terminarán siendo más que nosotros», se suponía que en alusión a las quinientas parejas de ratas primigenias. Es decir, no les importaba tanto que ellas fueran ya quinientas, ni sus propias tasas de reproducción, por cierto, muy alteradas por el experimento, como que se les habían metido veinte más y que no eran primigenias.
El equipo ya no aguantaba más aquel desastre. Las disputas sobre la conveniencia o no de la continuidad del experimento llegaron a su fin. A la vista de las circunstancias, tomé el hacha que siempre suele haber en el cuadro de emergencias contra incendios y rompí la jaula de cristal en mil pedazos. Las ratas todas, machos, hembras, gays y lesbianas, orgullosas e inmigrantes, legisladoras y judiciales, policías y ladronas, salieron espantadas por todas las direcciones del laboratorio y hasta hoy. Se disolvieron las ratas y se disolvió el grupo. Yo me retiré al campo y desde entonces no he querido volver a oír las sandeces que decodificaba aquel ordenador, que también recibió el castigo del hacha y murió de repente, vertiendo un flujo de nitrógeno líquido por el borde de sus estanterías, no como el HAL de la película «2001, una odisea en el espacio».
A veces, en la soledad del campo, cuando veo algún topillo salir del montoncito de tierra picada, me pregunto: ¿qué será de aquellas ratas que salieron disparadas en todas las direcciones?
Pedro Prieto. Madrid.
Realizado el 30 de Julio de 2002. Revisado el 11 de Febrero de 2004.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.