Las condiciones en las cuales los obreros de fábrica (que sobrevivieron a los despidos), los campesinos y demás grupos sociales fueron obligados a subsistir se tornaron insostenibles. La fragmentación de los centros productivos significó para muchos trabajadores la pérdida o devaluación de sus derechos laborales. Antes de que se pueda reiniciar el crecimiento capitalista se tenían que configurar las nuevas condiciones sociales de control de la fuerza de trabajo. Debe existir suministro suficiente de fuerza de trabajo además de salarios lo suficientemente bajos como para asegurar la ganancia. La reconfiguración de esas condiciones sociales fue el fomento al trabajo a domicilio, los contratistas y, en general, la informalización de los trabajadores. Se han ajustado las condiciones del empleo a los requerimientos de la producción justificando estos cambios en la competitividad empresarial. Toda esta reestructuración, que como ya dijimos antes debilitó a los sindicatos tradicionales, fue la que se encargo de precarizar las condiciones materiales de vida de las clases subalternas.
Además, el reemplazo del anterior modelo acumulativo por uno nuevo también trajo consecuencias duras para el capital y sus agentes. El cambio de eje en la acumulación no basta para impulsar un crecimiento sostenido de golpe, esto trae consigo drásticas implicaciones para aquellos que no ostenten el suficiente capital para sobrevivir y reacomodarse *(16). La consecuente crisis determinó la desaparición de muchos capitalistas que no supieron mantenerse en competencia y, por ende, el cierre de sus centros de producción. De cualquier forma, el desmantelamiento de todo un aparato constituido en torno a un enorme taller significa que aquel taller se vuelve obsoleto. Aún sin crisis muchos capitalistas se hubieran visto obligados a salir de competencia por su incapacidad de mantenerse al día con los paradigmas productivos. Es la famosa polarización económica, el desempleo tenía que incrementarse y los ingresos iban a irse perfilando en un rumbo predominante. Esas eran las condiciones para reiniciar el proceso de valorización del capital. Los obreros debían someterse a aquellas nuevas condiciones sociales impuestas hábilmente.
En las últimas décadas la conciencia no fue suficiente a la hora de resistir, ahora las prácticas que surgen lo hacen sobretodo por la necesidad y gracias a las iniciativas y deseos del cuerpo. Por eso también estas nuevas iniciativas, como en los mejores días de la rebeldía, vuelven a surgir sin manual, teorías o modelos absolutos. Romper la conciencia para dar lugar al deseo *(17). Son prácticas del cuerpo que piensa y necesita que demuestran lo que el cuerpo puede. Las organizaciones autónomas y de gestión política directa son producto de estas condiciones.
Tenemos presente una gran oportunidad para revolucionar las relaciones en la sociedad y cambiar los roles a la hora de la confrontación. Pero en realidad tenemos que resaltar y reconocer que estas prácticas se dan, antes que nada, por la necesidad de los hombres y de las mujeres. Por eso es que no existen manuales ni recetas que las subordinen. Lo que si sucede es que estas nuevas prácticas están alimentadas por un vasto cúmulo de experiencias autónomas durante siglos. La necesidad le ha causado a los trabajadores, estudiantes, campesinos y al resto de los grupos subordinados muchas veces la urgencia de pensar en alternativas para sobrevivir. Es esta necesidad la que ha vencido a la conciencia y a sus creencias y ha convencido a estos nuevos grupos que es posible aceptar el desafío de crear. La autogestión productiva supera la frontera del hacer con el pensar hacer. Es más, supera a aquel hacer conciente y lo lleva a formas mucho más amplias; esto el hacer del deseo.
En realidad es en el hacer conciente residen muchas de las limitaciones del movimiento popular. La famosa concientización le ha ensañado a las masas cual es su función en los procesos productivos. Llegamos al mundo con una posición y una misión, algo castrante por más que la misión sea liberar a toda la humanidad. Los obreros industriales aprendieron que llegaron al mundo bajo un signo contradictorio. Ellos aprendieron que en el desarrollo de sus formas de producción residía la contradicción que los liberaría. Los productores de conciencias de clase les enseñaron que su poder aumentaría en la misma medida que aumentaba la producción en masa, que en ellos residía la contradicción fundamental. Pero cuando las condiciones objetivas ya se cayeron de maduras y el fordismo pasó a la historia ya no supieron que hacer. El obrero sabía que por las leyes del desarrollo social vendría el advenimiento del socialismo y se instauraría la dictadura del proletariado. El obrero sabía que era obrero y que era explotado por los burgueses, dueños de los medios de producción. El obrero sabía que era una fuerza productiva y que vendía su fuerza de trabajo. Lo que el obrero no sabía era que podía desplegar sus capacidades productivas sin necesidad de un patrón. La conciencia no solamente implicaba que la clase obrera actúe para si misma, también implicaba toda la estructura jerárquica del partido y los moldes de la confrontación social. Tanto el patrón como el partido se apropian y moldean las capacidades creativas del trabajador. Y cuando la conciencia ya no fue suficiente fue el hambre de la familia que empezó a abrirle los ojos.
Por suerte la conciencia se asienta más en aquellos iluminados del partido que en la inmadura multitud. El partido, lugar donde residen los más esclarecidos, es donde los cuadros revolucionarios se tienen que sentir más comprometidos y plenamente concientes. Por eso los burócratas de los partidos progres se niegan a aceptar el cambio trascendental que ha sucedido y muchas veces reniegan de estas prácticas *(18). En cambio, la conciencia de los obreros adoctrinados no es más que una escala de creencias que una situación concreta puede modificar. Esa conciencia pese a que, luego de generaciones y generaciones, se encuentra profundamente arraigada y sujeta en la mentalidad de las multitudes sigue siendo un objeto extraño. Sigue siento un objeto externo frente a la capacidad creativa de las masas.
Y fue una situación concreta la que arrancó los esquemas y estructuras jerárquicas producidas en la conciencia de clase e implantadas en el imaginario de los trabajadores. La pobreza y el sometimiento extremos.
La contundente derrota obrera de los ochentas y noventas abrió paso para que los empresarios y demás agentes del capital dieran rienda suelta a sus apetitos voraces. El fenómeno estaba revirtiendo las reivindicaciones que se fueron ganando los trabajadores durante muchas décadas. Y como dijimos antes, al obrero no le quedaba otra que plegarse a las nuevas condiciones impuestas por el capital para los asalariados en general. Durante las últimas dos décadas los obreros subsistieron bajo aquellas condiciones. Desde los más indiferentes hasta aquellos completamente politizados vieron como su certidumbre se caía a pedazos. Durante las últimas dos décadas se fueron acumulando en los cuerpos de los trabajadores necesidades y deseos que no guardaban relación con lo que les dictaba la conciencia de clase.
La creatividad surgió cuando más implacable era la necesidad. La multitud iba rompiendo con la conciencia jerárquica a medida que se le tornaba insoportable la pobreza o la humillación o ambos. El rescate de las experiencias autónomas apareció como el recurso desesperado en afán de sobrevivir. La subjetividad autonomista estalló luego de haber sido ahogada durante casi un siglo por las estructuras partidarias. Esas subjetividades participativas, que durante todo el siglo XX habían sido encausadas bajo formatos de representación, fueron adquiriendo mayor relieve y desbordaban las barreras clásicas cada vez más fuertemente. Cada vez que el movimiento social encontraba frustradas sus intenciones rebeldes por la incapacidad de los canales institucionales establecidos se iba radicalizando más y más. En las multitudes se empezaron a prefigurar probables valores constitutivos de la nueva sociedad a medida que se iba profundizando la crisis *(19). América Latina, en los últimos años, es un gran testigo de la constitución de nuevos actores sociales cada vez más abocadas y forjados en torno a la participación directa de sus componentes *(20).
Este surgimiento también era respuesta a la incapacidad de los partidos de izquierda y movimientos sindicales tradicionales. Aquí también se fracturaban procesos en torno a estas dos instancias. Este desborde ha cavado más la zanja en la que se encuentra la forma partido en su rol de representante de la sociedad civil aunque le ha dado nuevos designios, solamente que menos protagónicos. También observamos como esta nueva subjetividad rebelde está cambiando las dimensiones clásicas en las que se encontraba marcado el sindicato. Existe una permanente correlación entre el cambio estructural y la reacción social que está marcando el desarrollo de la vida política en América Latina. Como apuntamos más arriba, la reestructuración laboral y el consecuente desencadenamiento de fuerzas subjetivas que se han impulsado gracias a este proceso han abierto posibilidades y capacidades insospechadas para instancias viejas y nuevas.
*(16) Para el caso de América Latina estas implicaciones son más significativas puesto que sus estructuras de acumulación son mucho más dependientes. Ver, Carlos Salas, “El modelo de acumulación y el empleo en América Latina”, en Reestructuración productiva, mercado de trabajo y sindicatos en América Latina, Grupos de Trabajo de CLACSO, Buenos Aires, 2000.
*(17) Ver la explicación de Luis Mattini, Autogestión productiva y asambleismo:“Lo que el cuerpo piensa”, en Rebelión.org, 24 de junio del 2003.
*(18) Hay que anotar también que los burócratas de estos partidos de ninguna manera sufren necesidades básicas.
*(19) Eduardo Lucita, “Autogestión social y nueva organización del trabajo – Ocupar, resistir, producir”, en Revista Cuadernos del Sur, Buenos Aires, 2002.
*(20) En América Latina observamos un gran resurgimiento de prácticas participativas en los últimos años. EZLN y Los Sin Tierra; las fábricas tomadas en Argentina; la emergencia y el poder de las movilizaciones campesinas de Bolivia y Ecuador, etc.
Boris Iván Miranda. La Paz, Bolivia.
Estudiante de Sociología en la universidad de la UMSA, La Paz.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 7 Febrero 2004.