No podemos esquivar la horda que nos abruma, aunque sólo sea por el hecho de estar vivos. La vida ajetreada y los conflictos han sido constituyentes de cualquier entramado social. Pero en el nuestro, estamos muy bien servidos de todo tipo de tribulaciones. Guerras, desastres naturales y artificiales, asesinatos, corrupciones…con una ristra interminable de desaguisados. Nuestra tendencia es la de colocarnos al margen, dado que estos desmanes tienen lugar fuera de nosotros.
¡Son sucesos cotidianos! Y nuestras reacciones son demasiadas veces lamentables y también a diario. Asesinan a la ministra Lindh, pero muy lejos. Atentados muy cerca, pero con inconfesables tolerancias. Palestina e Israel se enquistan sin reacciones fuertes, ni de aquí, ni de allá.
Ante todas estas avalanchas, clásicamente se perciben 3 actitudes básicas posibles:
1ª. Esperar remedios ancestrales, como fantasmas o dioses que nos solucionarán la cuestión.
2ª. Simplemente, pasividad; como los acontecimientos nos superan, estemos quietos.
3ª. Valiente participación positiva, arriesgando con tomas de postura en busca de alivios y mejorías.
Otra realidad se nos sitúa alrededor, no faltan voluntarios para ejercer de gurús, como intérpretes; ellos se ofrecen para decirnos como debemos sentir, cómo debe ser el país, la cultura, los músicos adecuados, lo que debemos leer, apoyar, etc. Estas piezas humanas ejercen a sus anchas si nosotros nos dedicamos a las dos primeras actitudes referidas, las pasivas, así pontifican sin ninguna oposición. Sin necesidad de nombrar a ninguno de esos oráculos, cualquiera de nosotros detectará abundantes ejemplos en nuestros entornos.
Con esa dejadez los caminos se abren con suma facilidad para las manipulaciones, actitudes totalitarias e imposición de tecnicismos desconsiderados con las personas. Para concretar una exposición, unos festejos o subvencionar actividades no proliferan las consultas. Nos dan el trabajo hecho, con auténticos consensos de expertos, con frecuencia de 1 ó 2 afines al mandamás de turno. Estos consensos de una o dos personas son la culminación del despropósito, ¡y cómo abundan!
En la más pura línea orteguiana, se impone la firme reacción de los náufragos, que somos todos, pero aún no ahogados del todo. Vivimos con la inestabilidad propia de la vida humana y lo queramos o no, somos libres por fuerza.
Estas ideas de Ortega y Gasset sirven para impulsarnos a decidir. La actitud que tomemos se enfrenta a muchos aspectos previos, algunos insalvables, pero con unas perspectivas de posibilidad, de mejorar las cosas.
Claro que, asumir opciones tiene varios requerimientos saludables. Exige atención, deliberación de los aspectos ambiguos o fronterizos, manifestación de nuestros criterios y finalmente, intolerancia contra los gurús o manipuladores.
Podremos quedar pasivos, pero eso no niega la posibilidad de una libertad que atesoramos. Frente a esa decisión, estamos obligados porque la vida no nos ofrece demasiadas soluciones de antemano.
¿Cómo puede entenderse que hablen los líderes políticos de los diferentes grupos y sus correligionarios tengan como norma la uniformidad? Cuando se valoran problemas, sean mercados, empresas, leyes o medios de comunicación, las realidades son muy ricas en matices. Lo enriquecedor sería la suma de opiniones matizadas, por más que eso no se lleve.
Ante el terrorismo, la guerra, los abusos ecológicos y las diferentes ideas, surge un lamentable vocerío de acusaciones, pero cada vez están mas erizados los asientos para sentarse a conversar y debatir. Así, sólo se harán las cosas por la fuerza. Estas lagunas ofrecen un marco excelente para que los medios de comunicación fueran capaces de salirse de la tónica autista imperante, ese cada cual a lo suyo tan radical.
No se trata de una cuestión ligada al nivel cultural. Las manipulaciones se ejercen con los pobres, con los acomodaticios o con las sociedades poco dispuestas a la participación cívica. Y esto se da hasta en las sociedades más democráticas. El desinterés origina una abulia nefasta
No podemos escondernos, queramos o no. Participamos en la consolidación de prácticas sociales. Por eso resulta triste comprobar con una sola mirada, la poca tendencia a enfrentarnos de forma civilizada a todas esas conductas tendenciosas a las que hacíamos mención. Necesitamos el suficiente genio, la suficiente reflexión y así, enriquecer con nuestros criterios a una sociedad demasiado dócil y conformista con lo que nos ofrecen.
Eso sí, si estuvimos pasivos, las reclamaciones de ahora son pura palabrería. Aún es peor si dimos un consentimiento a posturas no defendibles. Pero hay que definirse, no queda más remedio.
Se debiera acabar el tiempo de los grandes salvapatrias, en política, cultura o cualquier manifestación de la vida. Para ello, es ineludible la emergencia del ciudadano activo con sus cuotas de libertad. Y por consiguiente, cada uno con sus cuotas de culpabilidad, no siempre la culpa está fuera de nosotros.
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Toledo, 21 Enero 2004