Parte III – La representación
Contradicción: el carácter privado de la apropiación capitalista con la forma social de la producción. Forma: Talleres o fábricas con grandes concentraciones obreras para obtener el máximo provecho en el proceso productivo; en una de esas fábricas a la vaca solo le perdonaban el mugido *(8). De esa manera es que los trabajadores de fábrica lograrían actuar como un verdadero sujeto social cohesionado y también se verían favorecidos por su natural antagonista -el capital- logrando así la anhelada liberación. Por eso a los trabajadores de fábrica les correspondería organizarse en torno a las formas establecidas; el desarrollo de las fuerzas productivas los colocó en una situación favorecida frente al resto de formas obreras. Gozaban, a nivel mundial, de una hegemonía política que, gracias a los esquemas heredados del marxismo clásico, duró más allá del proceso de transición al posfordismo.
A partir de esta lógica y bajo los marcos de la representatividad de la democracia es que se constituyen las “representaciones” obreras *(9). Una forma de organización de vanguardia y una de masas son los símbolos de este dualismo; partido y sindicato. El sindicato debía defender al obrero luchando por reivindicaciones cada vez mayores para él mismo. Pero en realidad, esta instancia puede potencialmente constituirse en el vehículo de reapropiación por los trabajadores de todos los poderes productivos, culturales, políticos y militares depositados en empresarios, funcionarios y generales *(10). El Partido, como forma organizativa auténtica y natural de la democracia representativa, estaba constituido para encabezar el proceso emancipador puesto que en él se debían encontrar los cuadros revolucionarios más esclarecidos. El partido era el conductor porque se le reconocía como una forma superior de educación. El sovietismo no sólo adoptó y divulgó estas teorías, más bien las convirtió en las voces oficiales de la teoría marxista. Su verdad rezaba de la siguiente manera:
La lucha colectiva de los obreros contra los patronos por una venta más beneficiosa de la fuerza de trabajo, por mejorar su situación material, es, por necesidad, una lucha sindical, ya que las condiciones de trabajo en los distintos oficios son extremadamente diversas. Al propio tiempo, como subrayó Lenin, los sindicatos no deben limitarse a defender los intereses económicos de los trabajadores. Pueden desarrollar la conciencia de clase del proletariado y convertirse en un colaborador muy importante de propaganda política y de organización revolucionaria. Sin embargo, para ello es necesario que el sindicato esté dirigido por un partido revolucionario *(12).
El sindicato, la organización de clase más inmediata y cercana al trabajador (de fábrica y de lo que sea), debía adherirse o, peor, someterse a lo que dicte el partido, porque “En sus filas se agrupan los proletarios de vanguardia, los más activos” *(13). La racionalidad moderna y la claridad intelectual a la hora de afrontar la historia eran argumentos para darle toda la capacidad representativa al partido.
Entonces la producción de rebeldía debía encausarse bajo las costumbres de algún partido. Aquella rebeldía, salvaje y espontánea, debía ser procesada en la fábrica de conciencias que era el partido. El hecho de ser militante comprometido también implicaba la necesidad de formar parte de uno de ellos. No era necesario formar parte de un partido para ser activista político pero se sobreentendía la idea de que hacer política real requería militancia partidaria. Como anotaba el sovietismo oficial, toda forma organizativa de las clases subalternas debía supeditarse a los partidos comunistas. Estas nociones fueron echando raíces a través del tiempo y con grandes niveles de profundidad. Las mentalidades inconformes se convencieron de que solo podían canalizar su necesidad de protesta e insumisión a través de algún partido. Las prácticas burguesas de la representación se fueron apropiando de las subjetividades rebeldes y las convertían en burocracia prorevolucionaria. La hegemonía política de acción y el uso de la voz del pueblo les pertenecía a los partidos; por el desarrollo histórico de las formas de confrontación social y luego por la influyente escuela de la URSS *(14). El tiempo se ha encargado de mostrar las limitaciones de los partidos y como esta hegemonía se torna cada vez más ilegítima.
La multitud siempre ha sobrepasado la influencia de los partidos. La racionalidad misma de los partidos progresistas cada vez se encuentra más cuestionada por las masas insurrectas. En realidad los partidos, por más progresistas que estos sean, en más de una ocasión no han sido más que un estorbo. Muchas veces los partidos se constituyeron una barrera burocrática para las formas de articulación alternativa que en su momento practicaron las clases subalternas. El siglo XX es el testigo de numerosos intentos, muchas veces exitosos y siempre originales, por escapar de la asfixiante limitación que ejercían los partidos *(15). Numerosos intentos innovadores se han dado a través de la historia. Nunca alguno de estos tuvo un manual.
Los sindicatos tienen una naturaleza distinta. Partamos de que los sindicatos, independientemente a la concepción clásica, son también una forma autoorganizada y natural de los trabajadores. No simplemente son una práctica representativa que heredamos de Europa. Entonces desde ahí podemos reconocer nuevas posibilidades para esta instancia. Además, estos sindicatos son una expresión más de la necesidad y no sólo una simple producción de la conciencia de clase y sus forjadores. Los sindicatos y agrupaciones trabajadoras autónomas al capital son la urgencia de los trabajadores por autodefenderse. La burocracia fue siempre el peor enemigo de los sindicatos. Es más, este es uno de los ejemplos más claros de cómo las formas de la representatividad se van internando en las organizaciones populares de manera implícita. Por eso devino la crisis del sindicalismo. Además las nuevas formas productivas han debilitado la capacidad de los sindicatos en su versión formal y tradicional. Aún así esta nueva organización racional de la apropiación le otorga al movimiento multitudinario posibilidades y capacidades insospechadas.
La resistencia ineficaz automatiza el sometimiento. La nueva racionalización de la empresa ha aislado a la fuerza laboral; la ha fragmentado sin dejar de explotarla en lo más mínimo. Gracias a esto la cooperación interna también se ha roto; los lazos “interior fábrica” se han quebrado. Las grandes industrias además de generar cohesión y solidaridad le otorgaban al obrero industrial de fábrica una posición estratégica a la hora de presionar; tenían el peso y el número. Luego de sobrevivir por un buen tiempo con prácticas políticas ineficaces, las clases subalternas han emprendido nuevos proyectos; antes que una empresa emancipatoria es un producto de la pura necesidad.
*(8) Ignacio Vila, Crisis de la democracia participativa y contrapoder, publicado en Rebelion.org el 9 de abril del 2003.
*(9) Colectivo Situaciones, Contrapoder, De Mano en Mano.
*(10) El movimiento “cartista” en Inglaterra es uno de los primeros referentes de partidos de obreros. El ingreso de los movimientos obreros a la lógica de la representación burguesa selló las maneras de confrontación. La representatividad supeditó condenó a la masa insurrecta a la necesidad de un mediador.
*(11) Alvaro García Linera, op. Cit. p.55.
*(12) Comunismo Científico – Diccionario, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 346.
*(13) Ibid., p. 291.
*(14) Esta noción tuvo un gran efecto en el imaginario político de la sociedad. Aún los que se oponían a las prácticas soviéticas creaban partidos para confrontar a Moscú.
*(15) Esta limitación asfixiante tuvo varias formas. Saboteó gestas como a la guerrilla del Che o directamente reivindicó su hegemonía a través del poder y la represión como en Praga.
Boris Iván Miranda. La Paz, Bolivia.
Estudiante de Sociología en la universidad de la UMSA, La Paz.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Enero 2004.