Las gentes que vivimos en el ámbito de los Estados que integran la UE vemos como se acerca el momento de promulgación de la constitución europea en un clima de indiferencia y desentendimiento generalizados.
Siempre ha sido así a lo largo de la historia comunitaria. Tal parece que los padres fundadores hubieran deseado y planificado un ámbito político “frío”, una modalidad extremadamente pasiva del Estado del Bienestar que por entonces se desarrollaba, indiscutido, e toda Europa. Los tiempos, sin embargo, han cambiado y la constitución de la UE no parece traer la promesa del bienestar, la justicia social y la ciudadanía entre sus preceptos.
Entre sus defensores más progresistas se la concibe como el paso decisivo, el término del proceso de constitución de Europa, el que inaugura o puede hacerlo un período histórico en el que las relaciones con Estados Unidos podrían superar la subordinación histórica iniciada al final de la 2ª Guerra Mundial. La potencia Europa con su modelo social y su legado histórico de la Ilustración podría entrar en condiciones ventajosas en la competencia con los otros dos polos de la Tríada, USA. y Japón.
El famoso modelo social europeo aparece, no obstante, bastante desdibujado en el proyecto de Constitución. En vano se buscará en él un precepto constitucionalizador del trabajo como contienen la Constitución italiana de 1948 y la española de 1978. Se proclaman como objetivos de la Unión combatir la marginación y fomentar la justicia social pero no se la dota de competencia alguna para legislar en esta materia. Se proclama, asimismo, el pleno empleo como objetivo de la Unión pero su consecución queda claramente supeditada a la estabilidad económica.
En realidad en esta expresión y en lo que la consagra como parte del vigente Tratado está el núcleo duro de la constitución europea, la auténtica constitución material. Una constitución del capital y para el capital europeo, los estatutos de la clase de los señores de las grandes corporaciones. Los estatutos del capital europeo para mejorar su posición competitiva en el mercado mundial.
En ese sentido el proyecto de constitución europea ni siquiera puede entenderse como una alternativa al poder USA, pues, como alguien ha dicho en frase feliz “lleva inscrito un ADN similar con algún cromosoma, por el momento, un poco menos brutal y un poco más político” (Fernández Durán). La pasajera existencia de ese cromosoma en modo alguno puede entenderse conexión con los contenidos del llamado Estado social y democrático.
Los contenidos sociales, cuando los hay, están remitidos a las constituciones de los Estados miembros.
Así que es más práctico buscar la efectiva entraña constitucional europea en el Pacto de Estabilidad y en las instituciones de política monetaria, el euro y el Banco Central.
El euro como depósito de valor, como activo refugio en una época en la que parece haberse iniciado ya la fuga del dólar, como lo prueba que el 20% de todas las reservas mundiales de los bancos centrales estén en euros, en una progresión que no deja de crecer. Precisamente la demostración de poderío militar USA, entre otras funciones, pretende contrarrestar esa tendencia con el fin de que la mayor parte de los capitales mundiales acudan al dólar para sostener los déficits por cuenta corriente y presupuestaria en Estados Unidos.
La acusación de los intelectuales orgánicos del Imperio, (Regan por ej.) por el egoísmo de Europa que no quiere asumir sus responsabilidades militares en el gobierno del capitalismo global, busca recordar a todos los poderosos del mundo su obligación de sostener financieramente al ejército de USA como defensa del sistema mundial de dominación.
De forma que la UE no parece que pueda soslayar por más tiempo el dotarse de un “instrumento de Defensa” merecedor de tal nombre si quiere mantener sus posibilidades de competir con Estados Unidos. Detrás de una moneda que ya es la segunda divisa de reserva internacional, tiene que haber un proyecto político militar que la sustente. Y es esta la razón por la que la Estrategia de Defensa presentada por Solana en Salónica acompaña al propio proceso de ratificación de la Constitución. Por decirlo de alguna manera, la Estrategia de Defensa para combatir, emulando a USA, al “terrorismo internacional”; pero también para asegurar las fronteras con países como Rusia, Irán o el propio Irak (cuando entre Turquía). En el reciente conflicto con Francia y Alemania por el incumplimiento del Pacto de Estabilidad, y aun cuando no se ha hecho público, ha estado también presentes la pretensión de que los gastos militares no computen para el cumplimiento del límite del 3% de déficit público.
Este es el contexto de situación, contradictorio ciertamente, en que debe ser considerado el proyecto de constitución europea.
El proyecto de Constitución Europea significa de hecho la revisión y denuncia del pacto social del 45 por las clases poseedoras el miedo que la resistencia antifascista sembró entre dichas clases, en buena medida simpatizantes del nazi fascismo, es lo que las empuja a aceptar dicho pacto social consagrado en constituciones en unos casos como la italiana y en políticas de fomento a la demanda para impulsar la recuperación económica.
Desde los años setenta del pasado siglo estas clases, con el concurso de los partidos políticos mayoritarios, han desatado una ofensiva sin precedentes contra diferentes cláusulas de ese pacto social.. En Italia fue la supresión de la escala móvil de salarios, en Gran Bretaña las privatizaciones y el ataque a los derechos sindicales y laborales, en España los procesos de reconversión industrial y la consagración del empleo temporal y precario, etc. etc.
Todos estos ataques no han conseguido, sin embargo, los resultados deseados.
Es verdad que no han cesado de disminuir las rentas salariales y su peso en términos de PNB en estas tres últimas décadas.
No obstante lo cuál las economías europeas no han conseguido la superación neta de una crisis económica que, si empezó siendo crisis de sobre acumulación, ahora es también y en cierta medida, una crisis de subconsumo.
Un subconsumo que expresa la expulsión y marginación de franjas importantes de la población del acceso al mercado, su caída en el agujero de la “demanda insolvente”, su invisibilidad como consumidores.
La Constitución Europea pretende consagrar ese estado de marginación y extrañamiento a pesar de las proclamaciones más arriba mencionadas.
Sus inspiradores seguramente albergan la convicción de que tales fenómenos son inherentes a las sociedades complejas, abiertas y competitivas; fenómenos a los que, todo lo más, pueden aplicarse determinadas ortopedias.
No es Europa, pues, la que se constituye. Es un ámbito de regulación de los negocios pertenecientes a las corporaciones que tienen su sede en los Estados que integran dicho ámbito. Por eso el “nacimiento de la Europa política” tiene tan escaso aliento.
Pero Europa no nos es indiferente. No podemos contentarnos con decir un no a la Constitución del capital desde la invocación de unos Estados nacionales del Bienestar que no volverán en la forma en la que los hemos conocido en una época dorada.
Han sido los Estados, todos los Estados, quienes han preparado el dictado del capital transnacional las condiciones históricas que hacen posible, entre otros, el proyecto de Constitución europea. Ni bajo esa forma –ni mucho menos aún- bajo la forma quimérica de “proyectos nacionales auto centrados” son pensables sociedades y economías de la complejidad e interdependencia que han alcanzado las que integran la actual UE.
No es posible desconocer las profundas transformaciones surgidas en las últimas décadas por esas sociedades que sólo por convicción y hábito llamamos alemana, francesa o española. En realidad lo que llamamos globalización económica ha sido sólo un aspecto, un epifenómeno me atrevería a decir, de profundos procesos sociales de transformación en el curso de los cuales han sido radicalmente alteradas las condiciones de partida.
Debajo de la historia oficial de Europa abierta con la firma de los Tratados del carbón y del acero hay una infrahistoria mucho mas fecunda aunque callada. La han escrito los trabajadores españoles, italianos, griegos, turcos, portugueses, rumanos, yugoslavos que acudieron al corazón de Europa a levantarla de la destrucción con sus trabajos y sus luchas. Con unos y con otras han empujado un formidable proceso de desarrollo y de innovación económica y tecnológica. El poder capitalista se ha pagado a esta fuerza incontenible que la ha rentabilizado hasta el límite, con la ayuda de los instrumentos del Keynesismo y muy en primer lugar del consumo de masas.
El reformismo del capital o el capitalismo reformista, se ha adecuado bien durante treinta años en el nicho ecológico del Estado nacional. El contenido social de las Constituciones nacionales, los derechos sociales, y una clase obrera sindicalizada han empujado las velas del crecimiento económico hasta fines de la década de los sesenta del pasado siglo. El consenso nacional entre el trabajo y el capital ha sido considerado satisfactorio durante este tiempo y eso ha congelado la idea de Europa.
La idea de Europa no es, en efecto, exclusivo patrimonio de intelectuales y estadistas. No es esta la ocasión para un análisis histórico en profundidad sobre los antecedentes de esta idea en los sectores populares. Sólo con una corta mirada por el pasado siglo es posible encontrar en la experiencia del
sufrimiento compartido por los obreros de uniforme franceses, alemanes, británicos o rusos en los campos de batalla entre 1914 y 1918, común sentimiento de identidad que vive incluso a pesar del envilecimiento y la desmoralización, producido por el apoyo a la guerra por los dirigentes de La Internacional.
Después, la barbarie nazi fascista realimenta este sentimiento. Bajo su delirio racista y genocida, en la experiencia más terrible que han visto los siglos, mujeres y hombres, procedentes de todos los puntos de Europa, comprueban sobreviviendo al exterminio la posibilidad de otra Europa. Y hoy en las movilizaciones contra la guerra se transita por una multitud hacedora hacia esa otra Europa posible.
En cada uno de estos hitos históricos, la idea de Europa no se circunscribe a un ámbito territorial determinado ni, mucho menos, a una herencia cultural compartida. Europa es el nombre que adopta el sueño y la esperanza de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Un proyecto permanentemente abierto, que no admite clausuras ni fronteras. Un proyecto de vida en comunidad fundado en la potenciación de la diversidad, tanto como en la expansión de la capacidad social de cooperación.
Esa es la herencia de la que nos reclamamos, esa es la Europa que amamos.
Un proyecto en permanente construcción, nunca cerrado, de fronteras difusas y permeables, sin otra regla de admisión que el deseo de vivir en libertad, sin opresión ni explotación. El territorio de los encuentros y de la cooperación voluntaria, tanto como de las fugas y las secesiones igualmente voluntarias.
Juan Girtz. Madrid.
Colaboración.
El Inconformista Digital.-
Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Enero 2004.