Desde el mismo momento de la captura de Saddam Hussein se viene haciendo conjeturas de cuál debe ser el órgano judicial que enjuicie al dictador.
Las opciones son varias: un tribunal ad hoc, el tribunal internacional de La Haya, los tribunales iraquíes,… El mare mágnum de imprevistos que ha sido la ocupación militar de Iraq también alcanza a este extremo. Las fuerzas ocupantes dan la sensación de que no había nada preparado para este caso. O dicho de otro modo, no tenían pensado capturarle vivo.
A nadie se le escapa que el que fue líder de Iraq durante 29 años realizará declaraciones que podrían incomodar bastante a estos flamantes «libertadores de pueblos». Porque una cosa es juzgar al dictador y otra que pueda explicar porque hizo lo que hizo, quien le alentó, quien le armó y cuáles eran los objetivos que debía cubrir. Resulta evidente que esto no interesaría a aquellos que han bombardeado a la población iraquí en dos guerras, contaminado sus tierras y aguas con uranio empobrecido y diezmado a sus habitantes con un embargo genocida que duró 12 años, y que la propia Madeleine Albright reconoció en una entrevista con la CBS en 1995, mientras era todavía representante permanente en NN.UU. y miembro decisivo en funciones del Consejo de Seguridad, cuando respondió a la pregunta si valía la pena pagar el precio de la muerte de 500.000 niños y niñas iraquíes: “Fue una elección difícil, pero sí valió la pena pagar ese precio”.
Por ello, antes del juicio, en el caso de que fuera público, tendría que ser precedido de una campaña de preparación a la opinión pública, para que no sea creído nada de lo que pueda salir de la boca del preso iraquí. Si éste método no funcionara se pondría en marcha el utilizado en el juicio de Slobodan Milosevic, es decir, se silenciaria. Todo esto sucedería en el caso de que la suerte no viniera a visitar a los aliados y uno de los muchos enemigos del dirigente del partido Baaz no lo envenene fortuitamente.
Los del trío de las Azores intentarán que las víctimas de sus acciones también recaigan sobre Saddam Hussein. Esto ya lo pusieron en práctica con los talibán, haciéndoles responsables de las consecuencias fallidas de la estrategia por controlar Afganistán y arrebatarla de la órbita soviética.
Es de prever que tampoco renunciarán a volver a intentar hacernos creer que con éste capítulo se cierra la guerra de Iraq, como lo intentaron con el «cinematográfico» derribo de la estatua de Saddam, ya debemos reconocerles que consiguieron un éxito parcial al desmovilizar temporalmente las enormes manifestaciones internacionales que se opusieron a la barbarie.
Tal vez todo lo que hemos dicho lo consigan. Que la opinión pública occidental crea ciegamente estos mensajes, que George Bush junior consiga la reelección, que las grandes empresas puedan depredar con tranquilidad el botín de la reconstrucción de Iraq y sus reservas energéticas lejos de las molestas miradas de los ciudadanos de los países desarrollados. Tal vez consigan que nos olvidemos aquí de Iraq, de su pueblo, del desastre de una guerra ilegal, inmoral e injusta, de la ocupación de un país que se desangra sin agua, comida, gas, electricidad, mientras se reparten antes sus ojos el botín que supone sus riquezas. Pero quienes con toda seguridad no olvidarán serán los iraquíes y el mundo árabe, testigos y víctimas de las consecuencias de la globalización capitalista.
Pero este sería un tema menor. Cuando los ciudadanos de los países occidentales nos hayamos olvidado y miremos hacia otro lado, sencillamente se matara a quien se oponga a esta nueva situación que se ha diseñado para Iraq. Harán lo mismo que están haciendo en Afganistán como pudimos ver la semana pasada con los 13 niños asesinados por «errores» militares, punta del iceberg de su “campaña de democratización”.
Juan Ramón Crespo. Toledo.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incoporación – Redacción. Barcelona, 18 Diciembre 2003.