n algunas ocasiones me han preguntado cual es mi concepto del triunfador, y válgame que me han puesto en un aprieto. En esta sociedad mercantilizada, insolidaria, donde el “triunfo” se mide por las posesiones materiales, casas, coches, fincas, etc, etc, el dar una opinión sobre ese significado me resulta difícil.
Parto de la base que para llegar a esa posición de acumulación de riquezas solo se puede acceder de dos maneras. Una si eres un cuatrero (en sus más variadas formas) o un trepa, sin el más mínimo estómago o escrúpulo, miramiento o consideración a persona, animal o cosa. La otra es si la diosa fortuna te viene a sonreír, pero como bien se está comprobando últimamente, no está reñida con la primera posibilidad (son varias las noticias de algún afortunado que ante la llegada millonaria, olvida acuerdos, pactos o amigos, y sale escopeteado).
El juego de azar no ha sido nunca una práctica en mi deambular por este mundo, y como soy de natural bastante riguroso y delicado de tubo digestivo, me parece que los caminos por los que se llega a ese éxito me están vedados.
En alguna conversación sobre el tema se ha planteado que una buena forma de llegar al éxito es hacer carrera de alta política. Llegar a presidente de gobierno, del estado o de la autonomía, dado que el gobierno municipal, salvo honrosas excepciones, es un terreno poco dado a amasar cierta fortuna. Pero a pesar de que nuestras leyes, normas y demás constituciones, dejan muy claro que cualquier ciudadano o ciudadana puede llegar a ejercer tales menesteres de gobierno (excepto el de jefe del Estado, lugar reservado a la descendencia masculina del Rey), la realidad es bien otra.
En primer lugar debes de tener un curriculum aceptable, sobre todo de árbol genealógico, con antepasados de pedigrí, o bien trepar lo suficiente pero que el poder, sobre todo el económico, te vea con buenos ojos y no encuentren en ti un posible hostil. Son raros los nombres de primeros mandatarios que en su extenso libro familiar no aparezcan apellidos “ilustres”. Y los que no tienen esa estirpe, tienen una curiosa relación de amistades a las que han llegado en el momento y lugar oportuno. Por mi mente no pasa que me pueda codear, ni nadie de clase social parecida, con ciertos personajes de las altas esferas del poder. No es normal que a nadie de la plebe se le invite a recepciones de la diplomacia, y conocer a la hija de tal o cual embajador, ni poder relacionarte con alguna infanta o princesa de la nobleza mundial.
Por todo ello me parece difícil que de alguna forma un ciudadano de a pie llegue a tener ese tipo de triunfo en la vida.
Nuestro presidente es, sin lugar a dudas, un triunfador. Él viene de gentes allegadas al poder, tanto su abuelo, como su padre, fueron figuras del mundo político de su época. Otros sin tener unos ascendientes tan significados son verdaderos triunfadores. De aquí mi enhorabuena, aunque mi concepto de triunfo sea la antítesis del suyo. Creo más en las pequeñas cosas. Esas que te hacen dormir bien, aunque alguno me dirá que por mucha honestidad, decencia y honradez que tenga uno, si no tiene para comer, poco va a dormir, aunque sea por el ruido de las tripas vacías.
Bueno, se me iba el motivo central por el que me ponía a redactar estas líneas. Hoy he leído con todo lujo de detalles la nueva residencia del matrimonio Aznar. Es lógico que con el sueldo de primer ministro uno pueda permitirse ciertos desahogos. No dudo de la legalidad de la adquisición. Pero el patrimonio desde que se hizo cargo de la responsabilidad de gobierno es, sin lugar a dudas, muy superior ¿o me equivoco?.
¡Toma ya ejemplo!. El señor Rato, burlándose de la ¿oposición? Parlamentaria hacía un razonamiento sobre las posibilidades de que un o una joven, solo o sola, o en pareja (supongo que hetero), accediera a una vivienda y daba unas cifras que la vergüenza me hace no reproducir.
Pues en este país de maravillas, donde el heredero de la corona se construye una choza de más de 700 millones de las antiguas pesetas, el presidente del gobierno se prepara para su retiro (dorado) un chamizo en una de las zonas más exclusivas de Madrid (Monte Alina) que en 1999, ya era presidente del gobierno, le costó 98 millones de pesetas y que a día de hoy está valorada en más del doble (1,8 millones de euros/300 millones de pesetas). 500 metro cuadrados útiles, 1608 metros cuadrados de parcela, piscina, dos plantas más garaje, etc… Más o menos como la vivienda tipo de una pareja con algún retoño.
Luego me dicen porque no asisto a actos donde se homenajea a la Constitución. Creo que lo anteriormente expuesto es suficiente respuesta.
Emilio Sales Almazán. Talavera.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Diciembre 2003.