Érase una vez un país cuyos habitantes vivían en paz y armonía, gracias a sentirse, no solo reserva espiritual y de valores elevados, sino por estar situados en cotas de bienestar nunca conocidas.
En este lugar había muchos pueblos y ciudades. En una de ellas tiene lugar esta fantasía.
Allí los gremios de comerciantes, artesanos y demás industriales compartían la idea de que la propuesta de construir un gran zoco a las afueras de la población, donde comerciantes venidos de la capital pondrían sus kioscos y puestos, sería malo para sus negocios. Esta posición era compartida por la inmensa mayoría de fuerzas sociales de la localidad, por lo que hacían fuerza común contra ese intento.
El representante de los gremios fue promovido para que en la próxima consulta popular donde debía elegirse al intendente de la población fuese elegido por su apoyo a las posturas defendidas por esas corporaciones. La justa y democrática consulta ganó y, aunque no tuvo mayoría holgada, tuvo que llegar a acuerdos con otros representantes para mejor gobernar y cumplir sus promesas.
Cuando pasaron los meses, este personaje planteó: “donde dije digo, digo diego” y cual converso dedicose a loar los beneficios de lo que antes renegaba. Accedió y otorgó cédula a un grupo de negociadores foráneos para que construyeran ese gran zoco, ante la mirada incrédula de la plebe que atónita se preguntaba el porqué del cambio de parecer. Sabiendo lo mal pensada que es la población las cábalas iban dirigidas al vil metal.
Pasada la época destinada al mandato y entrando otros a regir los destinos de la ciudad, ya que la población le revocó la confianza, estos siguieron adelante con la obra, a pesar de que tribunos y justicias dictaron que ese otorgamiento era ilícito e inmoral, y más parecía dado a amigos y cómplices, antes que un proceso limpio y comprensible.
Cuando ese centro de transacción comercial estaba a punto de iniciar su negocio, las justicias dictaron que dado el caso nulo que a sus demandas habían hecho era necesario que se cumplieran las normas que ellos habían dictado.
La población, hecha a la idea de que aquello era inevitablemente definitivo, y tras largos años de ocultación de las verdaderas maniobras de aquellos a los que había elegido, optó por creer lo que le contaban, y el gobernante podría seguir paseando desnudo con su inexistente ropaje, ya que nadie era capaz de gritarle que iba desnudo.
Todo estaba preparado. Los hechos consumados y a seguir adelante a pesar de la ilicitud de todo el proceso.
El cuento, cuento es, y para que el final sea a gusto de todos y todas tiene dos epílogos.
Uno, que las cosas siguieron su curso y, a pesar de ignominiosas actuaciones, el zoco se terminó, aunque hubiese quebranto de leyes y normas.
Otro, fue que algunos personajes intervinientes, no satisfechas las promesas dadas, actuaron de “gargantas profundas” y expusieron públicamente todas las vergüenzas de las actuaciones pasadas.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
* Todo parecido con la realidad, es mera coincidencia.
Emilio Sales Almazán. Toledo.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. 10 Diciembre 2003.