La asamblea funciona como una práctica deliberativa y resolutiva; directa, natural y propia de la humanidad y fundamentalmente de las clases subalternas.
Esta misma instancia debería estar, por lógica teoría, posicionada frente a la sociedad como la autoridad legítima para expresar el sentir y desear de las mayorías. Y para nuestra suerte, lo que la teoría no quiere aceptar la práctica lo desnuda. Creo que con los sucesos de octubre en toda Bolivia ya sabemos que las prácticas autogestivas y el asambleismo sobrevivirán a cualquier tipo de asfixiamiento. Y pienso que es en aquellos verdaderos momentos de necesidad que reaparecen. La asamblea es el espacio ideal para que puedan, no encausarse, más bien desplegarse y multiplicarse todas las producciones de subjetividad rebelde en momentos de crisis.
Pero siento la urgencia de remarcar algo; los espacios de participación política directa y masiva aparecen en esos momentos de verdadera necesidad. Esto sucede cuando se dan situaciones que generan la participación voluntaria y activa de un colectivo definitivamente mayoritario. Necesidad no solamente como periodos de escasez material; también necesidad como escasez, y más bien deseo del cuerpo, de expresar rebeldía u oposición frontal. Según lo que te dicte el cuerpo; necesidad de comer o necesidad de romper, y por lo general son ambas. Estos momentos de necesidad crean un escenario en el cual el colectivo social se reagrupa y siente el deseo de participar directamente. Este momento necesitario es el condicionante para que una asamblea se de plena y natural; la subjetividad espontánea y salvaje brota a plenitud en aquellos momentos. Esa es la esencia real de la asamblea y también su latente virtud, en determinados tiempos su necesidad se constituye en imperativa y su formación es legítima, masiva y veloz.
Y aunque esta condicionante necesitaria no suele ser decisiva en colectivos pequeños en aquellos escenarios más amplios se torna en constituyente. Mantener con regularidad y legitimidad (participación mayoritaria del grupo en la reunión) un espacio asambleario para un colectivo reducido es posible. Desde el número de participantes del grupo hasta el peso específico que adquiere cada persona en la sesión son atenuantes para la posibilidad de aquello. Para una agrupación pequeña el sostener la autogestión es el mejor y hasta el único camino para generar decisiones colectivas. La situación es mucho más complicada en grupos sociales mayores. En colectividades que presenten un número elevado de miembros y diversidad de labores es prácticamente imposible mantener con periodicidad constante espacios asamblearios masivos. Como señalé más arriba, es por ese momento necesitario que se generan las asambleas a niveles masivos. Si no existe esa necesidad por hacer la mayoría no siente porque reactivarse.
Durante casi todo el siglo XX las prácticas autogestivas fueron asfixiadas por la razón del partido; principalmente gracias a la ortodoxia marxista y al ejemplo e influencia de la URSS. La construcción del socialismo desde arriba, con todas sus variantes, se posicionó como el modelo hegemónico y parecía que a las formas de creación autogestiva del socialismo les esperaba como destino el basurero de la historia. Y durante todo el siglo XX y principalmente en su últimas décadas observamos como la autogestión sobrevivió al encierro, reapareció y derrumbó a su carcelero. Es de ahí que viene el peligro por el culto al asambleismo, antes se rendía culto al partido. Antes que ninguna otra instancia, la asamblea es el espacio más legítimo para reconocer el deseo de las clases subalternas. Sin embargo no podemos asumir como hegemónica a esta práctica. La asamblea forzada no es autogestión. Eso es el abuso del asambleismo. Este abuso significa que, bajo las mismas lógicas de hace cien años, se quiere posicionar una nueva forma hegemónica y totalitaria para encausar a la subjetividad rebelde. Desgraciadamente estamos empezando a hacer de la asamblea un requisito necesario para legitimar y cualificar a todo lo público, hasta lo menos importante. Y también en varias ocasiones la asamblea se ha constituido en un espacio para otorgarle vitalidad, legitimidad y poder a organizaciones aisladas que no expresan el sentir de la totalidad del grupo.
Renunciar a la diversidad de instancias de decisión dentro de una organización es sumamente peligroso. El nivel de complejidad de un grupo social determinado debe corresponder a la riqueza de sus instancias de decisión y debate. No cuestiono la autoridad de la asamblea, pero en determinados grupos se debe reconocer la necesidad de otras prácticas democráticas para ir resolviendo asuntos de menor importancia o que requieran decisiones inmediatas. El abrazo a la democracia directa, la más radical, no implica renunciar a confiar en los individuos. La delegación y la confianza de responsabilidades no implica volver a dividir al movimiento, cualquiera que este sea, en los que deciden y en los que obedecen. Simplemente es que no se puede mantener a la mayoría del grupo pendiente de asambleas para el manejo del total de lo público. Y ni siquiera es solamente porque a la mayoría no le nace el interés por participar en las esferas de decisión; es más porque no tiene las posibilidades materiales para hacerlo. Por la misma realidad del sistema en el que vivimos, la gente tiene que pensar en sobrevivir. Otra cosa es en los momentos de necesidad de los que hablamos arriba; ahí la necesidad misma se impone a cualquier limitante. Hacer oído solamente a lo decidido en un espacio asambleario y descalificar a las instancias de delegación implica renunciar, de igual manera que si renunciáramos a la autogestión, a una riquísima acumulación de experiencias positivas.
La autenticidad de la asamblea también se ha tornado en un problema. Existen en todas partes, sectores, la Universidad Mayor de San Andrés por ejemplo, que reconocen a la asamblea mayoritaria como su máxima autoridad. Así es que en estos sectores este recurso, el asambleismo, es frecuente y en mucho más de una ocasión forzado. El asambleismo corre el fuerte riesgo de ser utilizado como instrumento para legitimar posiciones sectarias a nombre del interés general. Cuando el tema en cuestión de una asamblea no despierta el interés general, cuando el interés general no despierta a la asamblea; basta ver la cantidad de participantes para cuestionar la autenticidad de la misma.
Estos problemas, independientemente al hecho de perjudicar a la organización misma, desautorizan a las prácticas autogestivas frente a la mayoría. Desentender y abusar del asambleismo es atacarlo frontalmente. El sindicalismo, en todo el mundo, empezó con formas muy asambleístas y termino en una monstruosa burocracia y todo esto fue por no entender las virtudes y los usos del asambleismo. Hay que comprender que la autogestión implica la participación resolutiva de la mayoría; no es una asamblea organizada, dirigida y manipulada por un solo sector buscando legitimar sus intenciones. Hay que entender también que las formas autogestivas surgen en momentos determinados y que ya escaparon a más de una prisión en la historia. Ahora, viendo los rebrotes contundentes de la autogestión es que no podemos desentender las virtudes del fenómeno.
Boris Ivan Miranda. La Paz, Bolivia.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redaccción. Barcelona, 10 Diciembre 2003.