La gestión de nuestra memoria histórica – por Francisco Miguel García Serrano

Se conmemoran ahora los 25 años de nuestra Constitución, una carta que fue definida por muchos como la de la reconciliación de los españoles. Aprovechando esta efeméride se ha celebrado un homenaje a los represaliados y represaliadas durante la dictadura franquista (1 de diciembre, Congreso de los Diputados), algo que a nuestros representantes de la derecha, como el portavoz del PP en el Congreso, Luis de Grandes, que denominó al acto revival de naftalina, no ha parecido gustarles, puesto que no han apoyado el acto.

Resulta curioso, cuanto menos, esta obsesión de la derecha en España (a partir de ahora, entendámosla como PP) por fomentar la amnesia colectiva al hablar de nuestro pasado más reciente. Esta amnesia, o desmemoria histórica, fue “pactada” en los difíciles momentos de la Transición, entre una derecha que dominaba el proceso y una izquierda preocupada por no “molestar” demasiado a aquellos –teniendo en cuenta que los ultras “vigilaban” atentamente el proceso-. Los primeros intentos por reivindicar la memoria de los vencidos en la guerra civil quedaron en mero proyecto tras el miedo colectivo que provocó el fallido golpe de estado del 23-F. Pero ahora, en un sistema democrático consolidado, 28 años después de la muerte del dictador, 25 años después de la promulgación de nuestra Carta Magna, es inconcebible que algunos se rasguen las vestiduras porque se hable de memoria. Por ello, planteo las siguientes preguntas: ¿Por qué no existe memoria histórica en España? ¿Por qué incomoda hablar de ella? ¿Quién gestiona nuestra memoria?

La primera pregunta quedaría contestada por lo expuesto anteriormente. Sin embargo, la peculiaridad de España contrasta con la realidad de Alemania o Italia, que asumieron y pagaron su pasado nazi y fascista, educando a sus generaciones futuras en valores democráticos. Allí no veremos ninguna calle o plaza dedicada a Hitler, Goebbles; o a Mussolini. En Chile abogan por ese camino, obviando seguir el “modelo” de nuestra Transición, como señalaba recientemente en un artículo J.Garbriel Valdés, ex-ministro chileno y actual embajador en Buenos Aires. Hay, por tanto una necesidad imperiosa de conocer y, lo más importante, como dijo el gran historiador Pierre Vilar, comprender la historia, para extraer de ella valores tan básicos como la democracia. Luego volveremos a esto.

Para la segunda pregunta hay algunas explicaciones obvias, como el miedo colectivo que aún existe en muchas partes de España para hablar de la represión. Mientras que los vencedores de la guerra fueron honrados durante 40 años, los vencidos continúan en cunetas de carreteras, en fosas comunes, sin que ninguna Administración ayude a la recuperación de esos cuerpos, a un enterramiento digno y a un reconocimiento a aquellos que, no lo olvidemos, murieron por defender un sistema, la República, y un gobierno, instaurados democráticamente. Seguro que Luis de Grandes no se referiría a la procesión que sale en Toledo cada 27 de septiembre conmemorando la liberación del Alcázar (el emblema del franquismo), como revival de naftalina; ni a que se mantengan en nuestra ciudad calles dedicadas a golpistas como Mola, o a fechas tan denigrantes para nuestra historia como “18 de julio”; pero que no nos hablen de la situación de la fosa común del Patio 42, en el cementerio municipal de nuestra ciudad (más de 700 cuerpos de fusilados en los primeros días tras la “liberación” de la ciudad, en una fosa abierta y abandonada durante más de un año). Es bastante patético que recuperar la memoria de esas personas “anónimas” sea reabrir viejas heridas mientras aún continúan impunes los crímenes de la dictadura y, lo que es más grave, todos sus símbolos en nuestro entorno. ¿Qué es historia para ustedes, señores y señoras del PP? ¿Qué se puede estudiar y recordar, y qué no merece la pena, según sus sobrados conocimientos de cultura democrática?

Queda pues pendiente contestar a la tercera pregunta. Evidentemente la memoria de un país está gestionada por sus gobernantes (desde la educación por ejemplo, volviendo a plantear ahora en las aulas una vuelta a la historia de las gestas de don Pelayo, evitando estudiar la Historia Contemporánea de España, no vaya a ser que aprendamos algo). Pero cuenta también con una población que vive en una ignorancia, bien inducida (nunca han estudiado nada de nuestro pasado reciente) o bien voluntaria (por miedo al revival del que habla el PP, o por simple comodidad). Y por supuesto con nuestra falta de espíritu crítico ante las grandes oportunidades de las fuentes de información. Todo ello nos da como resultado un cóctel fabuloso, que explicaría el gran éxito de Cuéntame, una revisión del franquismo, una leyenda rosa, que para los que vivieron aquella época reproduce unos recuerdos nostálgicos; pero lo más grave es para los que no lo hicieron, ya que será la única visión que tengan de la dictadura a lo largo de sus vidas.

Ante todo esto, no sorprenden (aunque sí asustan) los resultados de un estudio del instituto Idea (octubre de 2002) realizado entre 4.600 jóvenes de la Comunidad de Madrid, entre 14 y 18 años, acerca de la democracia: agrada que un 33% lo considera un régimen insustituible; preocupa que un 30% matice, y diga que solo sirve si da solución a nuestros problemas; lo alarmante es que a un 28% les da igual una democracia o una dictadura mientras haya orden y progreso (el lema del franquismo, curiosamente); y lo espeluznante es que un 8% creen que una dictadura de vez en cuando es necesaria. Esto, señores del PP, es el coste que paga nuestra sociedad por la desmemoria histórica. Esta es la cultura democrática de nuestro país. Este es el resultado de no sacar del armario la naftalina. ¿Les parece que hablemos ahora de ello?

Francisco Miguel García Serrano
Licenciado en Historia
Miembro de la Ejecutiva Local de IU en Toledo

Coloración puntual.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Diciembre 2003.