El Fascismo que no cesa – por Juan Girtz

No visten camisas negras ni pardas ni saludan a la romana. Tienen, al contrario, un aspecto desenfadado y hasta un poco irreverente que casa bien con sus convicciones ultraliberales. Sonríen con desprecio si alguien les reprocha la erosión de la democracia y las libertades que han traído los políticos que tanto admiran.

Se excitan con las operaciones bursátiles arriesgadas y con las compras y ventas de empresas, especialmente cuando con ellas mandan a unos cuantos miles de trabajadores al desempleo. Desprecian a los trabajadores y a sus sindicatos, a los perceptores de prestaciones sociales y a los asistidos, salvo cuando los beneficiarios son “emprendedores” receptores de ayudas públicas para la creación de empresas. Conceptos como solidaridad, derechos sociales o Estado del Bienestar les provocan la hilaridad y un indisimulado rechazo como residuos de un pasado de estancamiento, burocracia e ineficiencia.

Estamos hablando –debemos aclararlo ya- de los protagonistas del nuevo fascismo en ascenso en las sociedades democráticas. Un fascismo societario lo ha llamado Boaventura de Sousa Santos. Algún otro politólogo ha podido caracterizar el mismo fenómeno como la perpetuación del corporativismo que corroe el tejido de las sociedades democráticas.

Se llame como se llame, se trata del mismo fenómeno. La privatización y patrimonialización por grupos de poder de franjas enteras de la vida social colonizada con la ideología del mercado. La suplantación de los poderes e instituciones públicas por las grandes corporaciones, de la ley como expresión de la voluntad general por los dictados de los mercados financieros, la banalización de la democracia convertida en acatamiento y sujeción al orden estatal del capitalismo, la destrucción de los derechos sociales y de ciudadanía y la conversión de los ciudadanos en “súbditos-clientes”.

Esta es, en mi opinión, la sustancia del fenómeno que, a falta de otra expresión más precisa, llamaría proceso de fascistización. Los aspectos más llamativos del mismo lo protagonizan los grupitos nostálgicos del franquismo y los diversos grupos nazis. La composición social de unos y otros es bien diversa. Los primeros constituyen, sus miembros más jóvenes, un vivero de jóvenes cuadros del P.P. Su consideración por tanto está subsumida en el análisis que este partido juega en el proceso de fascistización.

Los grupos nazis son un caso aparte. Reclutados con frecuencia entre jóvenes de extracción obrera, con un considerable grado de rechazo al sistema, el bajo nivel cultural de la mayoría de sus miembros facilita la asunción de ideas muy simples respecto al enemigo responsable de su infortunio (el banquero, el judío, el extranjero, los….).

Es de resaltar al respecto la ausencia de odio al policía, a pesar del brutal comportamiento que en ocasiones reciben de éste. Una extraña identificación se produce con el esbirro al que ven como una víctima de las perfidias de los políticos que le impiden machacar a conciencia a los negros, a los moros y a los anarquistas.

A pesar de su carácter ambiguo, no hay que dudar que en momentos de crisis aguda estos grupos pueden convertirse en fuerzas de choque contra trabajadores, estudiantes o gente de izquierda en general, realizando faenas sucias en colaboración con la policía.

Y luego está la dimensión institucional del proceso, lo que de Sousa Santos ha llamado el “fascismo institucional”. De origen e inspiración diversa tiene como común denominador la convicción de la ingobernabilidad de las democracias asociada a lo que se entiende como un exceso de poder de los sindicatos y los derechos sociales para los más pobres y desfavorecidos. Pero también, a lo que se ha venido llamando los límites del disenso. Un discurso muy querido por las Administraciones republicanas USA, según el cual la defensa de los derechos, de expresión de las minorías podría estar amenazando la gobernabilidad de las democracias complejas y, por ello, derechos de las “mayorías silenciosas”.

Las políticas de tolerancia cero aplicadas por el alcalde Gulliani en Nueva York y por Ansúategui en Madrid, el permanente y sistemático condicionado del ejercicio de los derechos por conceptos indeterminados discrecionalmente manejados por la policía (como la seguridad ciudadana), la práctica cada vez más frecuente de acciones preventivas como el desalojo de las viviendas ocupadas del IVIMA, todo ello ejercido mediante una desmesurada y apabullante demostración de violencia policial, al parecer orientada a paralizar cualquier atisbo de resistencia cívica, erradicando del imaginario social la memoria y el ejemplo de la dignidad ciudadana demostrada durante las jornadas contra la guerra, afirmando como indiscutible el monopolio policial de la violencia en el espacio público.

En virtud de ese monopolio todos los días son vejados, humillados y frecuentemente apaleados ciudadanos con la insólita pretensión de serlo. Si los ciudadanos son jóvenes o adolescentes la violencia alcanza niveles de paroxismo, al parecer destinados a contribuir mediante el temor a un efectivo aprendizaje de los límites de la efectividad de los derechos ciudadanos.

Y para finalizar, está la dimensión explícitamente política del proceso. Una operación política legislativa de cierre, de clausura del ámbito político en un múltiple sentido. En primer lugar cierre de la agenda política. El pluralismo del que hace gala está severamente limitado en algunos temas. La forma de gobierno y una vomitiva propaganda a favor de la monarquía, con la inestimable colaboración de la prensa rosa y de la izquierda “pedorra”. El papel del Ejército en la defensa de la integridad nacional también. Y, sobre todo, la condena del derecho de autodeterminación.

Más importante aún, cierre del ámbito de lo político; reducción de ese ámbito a la dimensión puramente institucional. Lo político confundida con la Política, el arte de gobernar y la razón de Estado. Y la razón de Estado condensado en la guerra, la guerra como razón y justificación suprema del Estado.

Lo ha dicho Negri en París el pasado 13 de noviembre: “Hay un proyecto constitutivo detrás de la guerra. El capital pretende revertir las relaciones sociales…, la guerra no sólo tiene lugar en Iráq sino en el desempleo y en la inmigración, en la política antiterrorista y en la información”. “Hay múltiples campos de batalla…”.

Es otra denominación para el mismo fenómeno histórico. Un proyecto de regresión en todos los frentes de una violencia inaudita en que los Estados desempeñan el papel de matriz de todas las violencias y todas las agresiones contra lo social. No vale la pena que discutamos sobre el nombre de la bestia. Es mejor que nos aprestemos a combatirla.

Juan Girtz. Madrid.

Cartas de los lectores.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 24 Noviembre 2003.