Se cumple un año del desastre del Prestige y seguimos en las discusiones entre galgos y podencos. Seguimos hablando de los que manejan el poder quieren: hilillos de plastilina, chapapote en diez o cien playas, paisajes esplendorosos que ven ministros estultos, voluntarios, apenas llenos de buena voluntad y de pringue, opositores haciendo sangre del gasóleo en carne enemiga, solo para pillar poltrona y desalojar diputados o alcaldes ajenos, en vez de desalojar la inmundicia del sistema. Seguimos, en fin, como el chapapote: siendo inútiles, si no perjudiciales, disgregándonos en la superficie en pequeñas bolitas, que otros llaman galletas, individualizados, como gusta al poder; sin bajar a las profundidades del problema. ¿Y cual es el problema que no queremos abordar? Muy sencillo.
Hace un año decía en el diario El Mundo que el Prestige llevaba 77.000 toneladas de crudo en sus tanques. La sociedad industrial consume 26.000 millones de barriles al año. Como cada barril son 136 kilos, el consumo anual mundial es de más de 3.500 millones de toneladas de crudo. Eso son 50.000 Prestiges de origen a destino (y sus respectivos transbordos) cada año.
También decía que cada año se suelen hundir petroleros equivalentes a tres o cuatro Prestiges, pero todo el mundo sabe que los petroleros tienen que limpiar con frecuencia sus depósitos, para evitar problemas de seguridad y explosiones potenciales, por las cargas estáticas que se forman, entre otras causas. Todos saben que esos desalmados lo hacen muchas veces en alta mar, mientras el barco navega, porque si lo hacen en puerto, los costes se disparan, tanto por el coste de los mecanismos de limpieza y extracción, como por el tiempo que esos barcos están parados, que es dinero para los armadores y propietarios; su única preocupación. Empresas serias y solventes, como la española Indra, han comentado en televisión que a veces los captan desde satélites; se ve la estela del sinvergüenza e inescrupuloso en alta mar. Incluso pudieron evaluar que, sólo en el Mediterráneo, se vierten anualmente unas cantidades que equivalen a la carga de unos 10 Prestiges. Eso se sabe. Se ve quien es. Y no se hace nada. Si eso pasa, sólo en el Mediterráneo, una visión muy conservadora sería que estos delincuentes ecológicos vierten, al mar abierto e intencionadamente, unos 30 Prestiges cada año, siendo muy conservador.
Así pues, existen tres formas de fastidiar al planeta. La primera son los hundimientos no previstos. Unos tres o cuatro al año, como el Exxon Valdez, el Urquiola o el Prestige. Se debate mucho sobre si el doble casco y demás tonterías, como se debate la tontería del cinturón de seguridad, para eludir el hecho de que en una población, como por ejemplo, la española, con 40 millones de habitantes y unos 16 millones de vehículos privados, produce, estadísticamente, unos 5.000 muertos por accidente cada año, que los cinturones solo limitan anecdóticamente, o mejor dicho que limitan mucho menos que el propio crecimiento del parque hace que aumenten.
La segunda parte, se refiere a los 30 Prestiges que los del negocio del petróleo arrojan al mar con conciencia, sin vergüenza y con mucha impunidad, porque n o se conocen armadores o directivos de empresa petroleras en la cárcel por realizar estas prácticas criminales. Sobre esto, no parece que los políticos hayan hecho especial hincapié.
Y la tercera parte, en la que toda la sociedad industrial y capitalista está implicada, empezando por sus dirigentes, es en los 49.967 Prestiges que cada año arrojamos a la atmósfera, en forma de gases de efecto invernadero y que están pudriendo el aire que tenemos que respirar, están abatiendo la capa de ozono, que ya tiene un tamaño tres veces superior al de los Estados Unidos y está calentando la atmósfera de forma muy inquietante. Frente a esto, los políticos vuelven a hablar de galgos y podencos y para evitar que los pongan a parir, han propuesto un Protocolo risible, que siguen con expectación, digna de mejor empeño, incluso muchas ONG’s y organizaciones ecológicas. Kioto es una gran mentira. El símil del tremendo esfuerzo que dicen están haciendo, se puede poner con el tabaco:
Kioto es como si en un club de unos 100 fumadores empedernidos, que están entre los cinco cigarrillos y los tres paquetes diarios, con un promedio de consumo de todos los miembros de, digamos una cajetilla en el año 1990, se hubiesen dado cuenta de que así no van a ninguna parte y hubiesen acordado el año 1997, llegar a fumar “solamente” unos 18 cigarrillos diarios de promedio para el año 2012. Claro, que como el esfuerzo se considera supremo, el mayor fumador de todos, llamado los EE.UU., que él sólo fuma el 25% de todos los cigarrillos del club, dice que se retira, reconociendo de antemano que no puede quitarse del vicio. Y luego, otro miembro, gran fumador, llamado Rusia, que se fuma el 5% de todos los cigarrillos del club, dice que si EE.UU. no se retira, que a ellos les viene muy bien el ambiente caldeado y viciado de club, porque ellos tienen un clima frío. Los cínicos, que comprenden a todos los que fuman más de una cajetilla, como ven muy difícil renunciar al vicio, dicen que el acuerdo tiene que contemplar que los que tengan macetas en su casa, pueden fumar más, ya que las macetas absorben el humo y la nicotina. Y además, dicen que los que fumen poco o se retiren, podrán vender cuota de cigarrillos a los que no puedan dejar el vicio. El acuerdo de Kioto resulta totalmente patético y los que lo alaban, diciendo que menos da una piedra, más patéticos aún.
Mientras tanto, los 49.967 Prestiges siguen subiendo cada año, en forma de humo a la atmósfera como un gigantesco Holocausto a la estupidez humana y como signo de adoración al dios consumo y como ofrenda a la Santa Iglesia del Crecimiento Infinito. Iglesia que tiene como sacramento irrenunciable el crecimiento económico, ergo energético, de al menos, un 3% anual. Y crecer un 3% anual, que es lo que propone cualquier ministro de economía que se precie, significa que, si tienen éxito, el año que viene, si Dios quiere, habrá 1.500 Prestiges más en forma de humo, navegando para siempre entre el cielo y el mar o la tierra.
Y nosotros, recordando las galletitas y los hilillos, mientras seguimos adorando a lo que el famoso antropólogo Marvin Harris denominaba la verdadera vaca sagrada de las familias occidentales: el coche privado. Va siendo hora de abjurar de esta religión y empezar a exigir a los cegatos ministros de economía que aprendan de una vez por todas, a DECRECER, si puede ser, mejor de forma voluntaria y ordenada, en vez de seguir creciendo infinitamente en un mundo finito, hasta que reventemos.
Pedro Prieto. Madrid.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Noviembre 2003.