La Sala Número Seis – por Rafael Pérez Ortolá

Antón Chéjov publicó una instructiva narración con este título. Podemos interpretarla de muchas maneras, cada uno apreciará en ella matices preferentes y quizá le sirva para sacar alguna conclusión. Con el tiempo, y tal como van las cosas, valoro más la significación de los perfiles humanos destacados por el autor. En ese sentido intento enlazar algunos razonamientos de aplicación entre nosotros.

En esencia parte de la imagen deprimente de un pabellón hospitalario dedicado al secuestro, que no cuidados, de unos pacientes tachados de locos. Como una especie de olvido social. Allí llega el médico Andrei Efímich, persona de muy poco carácter que se acomoda a ese entorno, dejando empolvarse aquellas ideas de las que era portador. Ni él, ni las instituciones aportan nada sustancial para cambiar una situación impresentable. Ante esa situación todas las ilusiones se vuelven romas y ¿cómo no? las de Efímich. Entre los protagonistas surgen pequeños diálogos culturales que no derivan en ninguna medida concreta. Y ¡claro está! el desastre se hace permanente, expresado sobre todo por la inane posición de Efímich, sin ideas, sin dinero y sin proyectos. Acaba ingresado en la sala de los despropósitos y muere en esa insustancial caricatura de una vida.

En cuanto al nº 6, podemos aplicarlo a cualquiera de nuestros ámbitos, calles, oficinas, cadenas de televisión, grupos políticos y numerosas instituciones; basta echar un vistazo en nuestros ambientes. Si me equivoco y no existen tantas entidades o situaciones deprimentes, pues disfrutaría con el equívoco. Quizá sólo se trate de alucinaciones mías. En ese caso, por lo menos hemos leído a Chéjov.

Como estandarte de la corrupción imperante resalta la figura del nefasto Andrei Efímich, tiene cultura suficiente para detectar los errores, puede pensar en las soluciones, pero deja transcurrir el tiempo sin aportaciones encaminadas a mejorar la situación. Se trata de ese silencio o pasividad cómplice motivo de tantas calamidades. Eso sí, diluido en la complejidad imperante en el ambiente tiende a pasar desapercibido.

Se alardea de comentarios relacionados con la cultura, con uno de los locos, con su amigo, sacando a relucir la existencia de esos conocimientos. Mas no pasa de ahí la cosa, la frivolidad no permite la transformación de ese bagaje en acciones concretas. Por ese motivo no podemos etiquetar a esos diálogos de otra cosa que de un parloteo inútil y anestesiante. Una nueva distorsión alienante, la cultura como exclusiva distracción, ajena a la realidad circundante, a pesar de las personas que sufren alrededor. ¿A que se puede llamar cultura? ¿Nos suena esto?

Tampoco recibe ningún puyazo desde fuera para conseguir levantar el ánimo y pasar a la acción. Al contrario, el celador está instalado en un puesto sin creatividad ni ambiciones, la Diputación ofrece una subvención mísera, sus amigos y su sustituto, todos contribuyendo a una anestesia progresiva, limando cualquier arista intelectual o vital que pudiera asomar.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona. 23 Septiembre 2003