La caída del muro de Berlín y el derrumbe y descomposición de la Unión Soviética, provocaron el surgimiento de numerosos nuevos países y en concreto en la zona centro-asiática, surgieron varios países. Uzbekistán es un país con veinticinco millones de habitantes, con capital en Tashkent y con ciudades importantes como Samarcanda, Muinak y Bujari, son de religión musulmana.
Uzbekistán es un país clave para toda la región centro-asiática. Es un país rico en fuentes energéticas, petróleo, gas, pero de muy difícil comercialización por encontrarse lejos del mar. De aquí el apoyo de este país a los Estados Unidos en el conflicto de Afganistán, con la finalidad de estabilizarlo.
A finales del año 2002, se firmó un acuerdo entre Afganistán, Pakistán y Uzbekistán para la construcción del gaseoducto y oleoducto que permitan comercializar a nivel mundial las riquezas petrolíferas y gas de los uzbekos, todo ello con el apoyo del gobierno y de las petroleras norteamericanas. Ésta fue una de las razones de la intervención norteamericana en territorio afgano.
Uzbekistán está gobernado por el presidente Karimov, que destaca por un talante fuertemente autoritario y dictatorial. Que gobierna solo, con un círculo cada vez más reducido de consejeros y cuyos nombres desconoce la opinión pública.
La prensa está totalmente controlada y las fuentes de información exteriores, como Internet, son filtradas. La opinión pública sufre ahora más que en la época soviética. Así, por ejemplo, no se puede informar ni sobre el estallido de gripe en un valle del departamento de Tashkent.
El Parlamento uzbeko, en la práctica no existe, pues ha sido convertido en una sencilla Cámara de aprobación de las decisiones del presidente Karimov. Los cinco partidos oficialmente registrados apoyan sin embate alguno la política del presidente y los partidos de la oposición no pueden inscribirse legalmente. Todos los líderes políticos uzbekos que se oponen al régimen dictatorial de Karimov deben exiliarse al extranjero.
Las grandes agencias de defensa de los derechos humanos, denuncian al gobierno de Uzbekistán por tener más de siete mil presos políticos. El uso de la tortura es práctica habitual para obtener confesiones como ha sido ampliamente denunciado por Human Rights Watch. Los dos casos más conocidos y espeluznantes del nivel de violencia del régimen de Karimov, son los de Muzaffar Avazoz y Khuzzniddin Almiov, presos en el campo de seguridad de Jazlyk, que murieron en agosto del 2002 tras ser sumergidos en agua hirviendo.
Las condiciones de terror y barbarie del campo de seguridad de Jazlyk son comparables e idénticas a las que se daban en las cárceles de seguridad argentinas durante la sangrienta dictadura militar de Videla. Los presos por delitos religiosos, acusados de conexiones con movimientos islámicos radicales, son sometidos habitualmente a tratamientos inhumanos de forma casi permanente.
La población de Uzbekistán ha perdido gran parte de los derechos de protección social y de acceso a la educación que tenían en la antigua Unión Soviética.
La mayoría de las repúblicas centro-asiáticas creadas tras el derrumbe de la Unión Soviética, que se regían por una economía centralizada optaron por fuertes reajustes económicos que han dejado a estos pueblos a merced de un capitalismo salvaje y sumamente violento, que ha hecho que sus niveles de vida hayan retrocedido ostensiblemente.
Sin embargo, el gobierno uzbeko de Karimov optó por buscar una vía alternativa que evitara este fuerte choque social. Es lo que se denominó la vía uzbeka al desarrollo.
Pero después de doce años desde su independencia, el país se encuentra completamente bloqueado ante la falta de voluntad política para buscar un proceso de reformas políticas y económicas que permitan salir al país de su estancamiento actual.
Muchas de las estructuras heredadas de los soviéticos permanecen casi intactas, un aparato judicial y estatal represivos al servicio del poder establecido. Un Estado que controla las fuentes más importantes de ingresos de la economía. Una moneda que tiene un cambio fijo oficial y que es fijado por el estado. Un sistema educativo en plena descomposición, en el que la ideología marxista soviética ha sido sustituida por cursos de ideología nacional, donde el culto al líder carismático Karimov es lo más importante.
La desaparición de las estructuras sociales existentes ha provocado que se estén creando otras estructuras sociales clandestinas, dirigidas por el islamismo más radical, que son las únicas capaces por el momento de canalizar la creciente impaciencia de una juventud que no tiene futuro alguno con este régimen.
La falta de reformas económicas y los permanentes cambios de legislación que permiten a un sistema burocrático rapaz echarse encima de las pequeñas y medianas empresas que presentan ganancias estables, condenan toda esperanza para la gran mayoría de los jóvenes uzbekos a encontrar un trabajo estable y fundar una familia.
Tras los sucesos del 11S, el gobierno de Karimov, ante la situación de Afganistán ofreció una base aérea militar a las tropas norteamericanas en el sur del país, no muy lejos de la frontera afgana y que jugó un papel muy importante en su ataque a los talibanes afganos.
Este hecho, hace que el gobierno uzbeko de Karimov se haya ganado la imagen de aliado de Estados Unidos. Está claro, que el mundo occidental no quiere ver una Asia Central desestabilizada. Así es más fácil permitir la comercialización de sus riquezas petroleras que tan necesarias serán en un futuro próximo. Esto hace que se permita e incluso aliente la permanencia de regímenes tan dictatoriales y sanguinarios como el de Uzbekistán.
A mi modo de entender estamos ante un nuevo error estratégico del mundo occidental, al no favorecer el desarrollo económico y social de la zona. Apoyando a dictaduras a cambio de expoliar las riquezas de estos pueblos. Una vez más, nuestros dirigentes políticos siguen sin aprender de la historia reciente.
No hace mucho, el presidente uzbeko Karimov visito España. Sin embargo, el presidente Aznar no tuvo el valor ni la dignidad democrática de hacerle un llamamiento para el respeto de los derechos humanos en su país ni de reclamarle la instauración de criterios democráticos. Esperemos que el pueblo uzbeko sea capaz de luchar por unos objetivos de democratización de su sistema político y que permitan que sus numerosas riquezas petrolíferas sirvan para un desarrollo económico y social de todo el pueblo uzbeko.
Edmundo Fayanás Escuer. Pamplona.
Redactor, El Inconformista Digital
Incorporación – Redacción. Pontevedra. 1 Agosto 2003