A través de las fases históricas, y ahora mismo también, persisten los despropósitos que nos piden a gritos una transformación de las actitudes. Nos tratan de embaucar con todo tipo de cuentos, a nuestro alrededor se gestan trapisondas alarmantes, los comportamientos bárbaros los tenemos a flor de piel, ¡pero aún resulta mucho peor!, no se vislumbran reacciones correctoras.
¿Dónde radica tanta perversidad y contumacia? ¿Cómo salir del fango? ¿A qué instancias debiéramos acudir?
Nos solemos diluir en los grandes conceptos, tales como libertad, capitalismo, comunismo, globalización o éticas, por citar a modo de ejemplo algunos de ellos. Al meternos en berenjenales tan grandes, adquiere consistencia una tendencia progresiva y destructora; consiste en desdeñar las ocupaciones, las tensiones, propias de la vida cotidiana. Simplemente no se habla de esas situaciones tan importantes, aunque sólo lo fueran por su persistencia entre nuestros quehaceres. Abrumados por las presuntas grandezas, no disponemos ni de un pequeño apartado para pensar el amor, la familia, la adolescencia, el enfoque laboral u otras mil cuestiones. No las podemos eludir y en todo caso las abordamos rutinariamente.
En estas tesituras, la dejadez reflexiva nos acerca a unos individuos sin palabras, en ruina intelectual. Con tanta desestructuración, lingüística, social o conceptual, se pierden todas las referencias. De esa manera no habrá forma de tomar posturas a favor, ni en contra, de nada. El único logro de estos comportamientos será la generación de individuos errantes según la expresión de Le Goff, incapaces de renovarse, de acciones opositoras, ni de nada útil.
En plena devaluación humana, los colectivismos han quedado periclitados, obsoletos. Y no precisamente por sus bondades en pro de la colectividad, más bien por el olvido de esta y su propensión a estructurarse en jerarquías distantes, en auténticas oligarquías. Nuestros ámbitos actuales exigirían la apertura hacia esos sujetos individuales con peso específico, y por eso mismo, capaces de formar colectividades meritorias.
Si miramos a los capitalismos cerriles, han instalado unos ídolos totalmente ajenos al ser humano. Por ese motivo, los proyectos difícilmente generarán aportaciones positivas para esas cualidades esenciales de las personas.
La vida conlleva tensiones, pasión y sensaciones diferentes. Esta diversidad enriquecedora supone una carga electrizante desde los polos. Según su signo podrán acarrear grandes choques y estruendos, o simplemente, disgregarse impidiendo los contactos que serían tan necesarios para los humanos. Queda planteada la cuestión ¿Cómo procederemos para suavizar esas conexiones?
Ahora bien, todo flota en auténticas demagogias vacuas, cuando no hay ni una postura, ni su contraria. No se toman posturas. Se alcanza un grado de estupidez alarmante. Da igual hablar de vida, de hortalizas o de éticas. No hemos sido capaces de darles sentido. Yo el mío y tú el tuyo, sin más. ¿Qué más dará un debate si no sabemos lo que decimos?
Dadas nuestra característica de animales sociales, nacemos y vivimos en sociedad. Es una de nuestras realidades constituyentes. Así nos aproximamos a la noción de hábito social, tan preconizada por Marx, Bourdieu y tantos otros pensadores. Es nuestra manera de involucrarnos en el contexto humano.
Para meternos en harina son exigibles algunos puntos:
1. Atraer a cada persona a una participación en esos hábitos -escuela, familia, trabajos…- Cada uno debe tener esa posibilidad de acceder a unos hábitos concretos. Es importante que según sus creencias y sensaciones se sintiera solicitado por el conjunto. Para eso hay que definirse ¿Qué es una persona? ¿Sólo son personas los de mi pueblo? ¿Han de hablar un idioma concreto para considerarles como tales? El vacío comentado debe quedar ocupado, es una condición imprescindible.
2. Mantener los considerados logros positivos (Educación, sanidad, jubilación, seguridad social, salarios) sin perjuicio de nuevos logros que se puedan conseguir y desarrollar.
3. El ensamblaje moderno entre avances tecnológicos, solidaridad, participación y logros sociales, está pendiente de una dinámica reformista. Por desgracia suena a muy lejana y no conocemos como deberán ser o se podrán estructurar sus características. Hemos de localizar esas instancias, necesarias para acercarnos a una vida buena a la que ya hacían referencia nuestros clásicos.
Hacia esas directrices apuntan, Philippe Corcuff con la social-democracia-libertaria, pretendiendo vislumbrar el acercamiento de esos polos mencionados, o también Matthías Kaufmann con su anarquia ilustrada, dando cabida a las iniciativas del pensamiento; quedarían encauzados a través de los hábitos sociales mencionados.
Utilizando otras expresiones, el camino está abierto, estamos implicados en una búsqueda permanente, del mismo modo necesitamos imperiosamente unas referencias, unas instancias y cultivarlas entre todos. De no hacerlo así, no van a faltar voluntarios para decirnos el surco que debemos recorrer, las semillas a sembrar y desde luego a quién entregar la cosecha. Ellos se ocuparían de todo, no tendríamos más obligación que soportar el esfuerzo necesario.
Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Colaborador, El Inconformista Digital
Incorporación – Redacción. Barcelona 19 Julio 2003