G. W. Bush es solamente el tercer presidente estadounidense que visita el gran continente de África. La razón de esta desatención es ambigua y problemática. Los EE.UU. actuales le deben al continente negro y a la mano de obra esclava una porción nada desdeñable de su grandeza y prosperidad.
Si consideramos que los primeros esclavos traídos desde África llegaron a lo que hoy sería Carolina del Sur en el verano de 1526 (aunque fuera un asentamiento fallido) y la esclavitud no fue formalmente eliminada hasta enero de 1865, cuando se aprobó definitivamente la décimotercera enmienda de la Constitución, ello valdría por más de la mitad de su historia. De ahí, quizá que la primera parada del presidente tuviera lugar en Senegal, en Dakar y más concretamente en la Isla de Goree, puerto de salida donde se hacinó a centenares de miles de hombres, mujeres y niños antes de embarcarlos como ganado en ataúdes flotantes, encadenados y con una argolla al cuello, con destino al libre mercado de esclavos del Nuevo Mundo; trayecto macabro al que Bush llamó en su sermón “migración”.
De esta manera, si no es para pedir perdón y cumplir las deudas contraídas por el triste y trágico pasado que, por fuerza, ha unido los destinos (¡tan distintos!, por cierto) de muchos países africanos y los EE.UU., ¿a qué se debe tan insigne visita?
Mejor que ningún otro presidente anterior, G. W. Bush tendría la obligación de desempeñar el papel de embajador supremo de los intereses estadounidenses en ultramar. Cabe preguntarse si esta función de viajante de comercio es de su agrado o si la ejerce con destreza, pero sin duda no le queda otra opción pues no es sino para mejor ejercer este cargo que junto al título de presidente ostenta también el de comandante en jefe de las fuerzas armadas. Por lo pronto, en África parecerían haber estado más veces los séptimos de caballería que sus presidentes. Tan sólo podemos desear, por el bien de África, que no encuentren muchos más intereses “americanos” en el continente, especialmente en el subsuelo.
Marinado en petróleo, como también lo están Condolezza Rice y Dick Cheney, G. W. Bush ha ido a África, entre otras razones, para aliviar la dependencia de los norteamericanos en el petróleo de Oriente Medio y Venezuela, lugar éste último dónde los trabajadores se toman demasiadas libertades… Rectificamos, ésta sería la versión oficial. La verdad sea dicha, a las compañías de petróleo no les interesa el petróleo ni llenar de gasolina los insaciables depósitos de combustible de SUV y Hummers en los EE.UU. suburbanos. Lo que les interesa es la captación de más capital para realizar las correspondientes inversiones (en petróleo, aunque bien podrían ser en pulgas de circo si por aquellas cosas de la vida lucraran tanto como el oro negro) que generen los porcentajes de beneficio a los que las petroleras están acostumbradas. Esto significa que la visita de Bush a África sería la de enviar el mensaje a los inversores y al abundante dinero ocioso, que con sus medidas fiscales se ha ocupado de acrecentar entre el 10% de los más acaudalados, de que la inversión en petróleo africano es segura porque vendría avalada por el comandante en jefe y sus ejércitos. Mientras tanto se haría demagogia de cómo los EE.UU. se distancian, poco a poco, de naciones que como Iraq o Arabia Saudí flirtean con terroristas fundamentalistas.
Ya el 15 % de las importaciones de crudo a los EE.UU. provienen del Golfo de Guinea. Nigeria, Angola y Guinea Ecuatorial serían los tres principales proveedores de oro negro. Y mientras el petróleo siga fluyendo, poco importa que los 300.000 millones de dólares que Nigeria ha ingresado en beneficios en las últimas décadas no hayan sido destinados a un reparto más justo y equitativo y hayan acabado en cuentas bancarias en el extranjero. Poco importa que hayan financiado 30 años de guerra civil en Angola.
Porque se descubrió petróleo frente a las costas de Guinea Ecuatorial, se reabrió en 1994 la embajada de los EE.UU. allí. Tampoco importa que Teodoro Obiang sea un tirano consumado. Y puesto que el flujo constante de oro negro es fundamental (si se quiere recuperar la inversión y cosechar las correspondientes ganancias), existe actualmente una compañía privada yanqui, Military Professional Resources Inc., entrenando en las tareas de seguridad de las instalaciones petrolíferas a milicias guineanas con licencia para disparar.
Mientras Nigeria, el mayor exportador de África, se ve con la necesidad de importar petróleo para su propio consumo, el oro negro que sale de su subsuelo, de alta calidad, habrá contribuido seguramente al desarrollo de organismos modificados en los laboratorios de las todopoderosas multinacionales de los agrobusiness y petroquímicas en los EE.UU..
Petróleo y transgénicos tienen mucho en común. Sólo una sociedad que utilice grandes cantidades de energía exosomática y genere graves poblemas de contaminación (y haya permitido que se patenten organismos vivos o sus partes), puede disponer de la energía, capital y motivación para desarrollar transgénicos diseñados específicamente para que crezcan en suelos no aptos para el cultivo (acaso debido a la contaminación) o para resistir dosis cada vez más altas de glifosato; el principio activo de plaguicidas como RoundUp. Cuyo uso no hace sino aumentar a medida que las plagas mejoran su resistencia a los mismos, como la biología obliga. Los plaguicidas son ya tan potentes que matarían el mismo cultivo que con tal producto petroquímico se pretende proteger, de ahí que Monsanto creara su maíz transgénico resistente al RoundUp que ellos mismos producen y venden en cantidades todavía mayores. Las petroquímicas y sus adyacentes biotecnológicas crearían productos no tanto para resolver sino para postergar la resolución de los mismos problemas que ellas mismas habrían generado. Ello es lo ultimísimo en progreso, sacar algo bueno de lo malo (idiosincrasia por la que se acostumbra a admirar a los estadounidenses), mientras se siguen lucrando de lo malo que lo hace necesario.
Bush también habría llegado a África, por consiguiente, en calidad de representante comercial de las biotecnológicas. El año pasado Zambia, Zimbawe y Mozambique hicieron que se volvieran a llevar miles de toneladas de maíz transgénico que habían llegado como ayuda provinientes de los EE.UU..
Siguiendo los estándares europeos, Africa se resiste, pese a las hambrunas, a la invasión de las semillas transgénicas estadounidenses, de ahí que Bush culpara a Europa de empeorar la situación del hambre en África.
Antes de que el presidente saliera de viaje, la administración elevó una queja formal contra los países europeos ante la Organización Mundial del Comercio, culpándoles (no tanto de los estragos del hambre, por cierto) como por las pérdidas millonarias (se calcula que 300 millones de dólares cada año desde hace casi una década) que las industrias estadounidenses del sector han venido sufriendo por culpa de la intransigencia de la U.E.. Visto que ni siquiera el mundo hambriento quiere sus frankenfoods ni regalados (aunque muchos de los fondos que los EE.UU. han reunido para paliar el hambre en África han llegado bajo la condición de que se utilicen para comprar transgénicos de las compañías estadounidenses), es posible que las gravosas sanciones a Europa que la OMC puede imponer, sean la única salida para que las multinacionales biotecnológicas recuperen las tremedas inversiones que se han hecho en este sector, y que todavía no han cosechado los pingües beneficios que esperaban.
Las posibilidades de que los transgénicos puedan realmente paliar el hambre y que los objetivos reales de los agrobusiness y del gobierno de los EE.UU. con sus ayudas estén inspirados por la buena voluntad y la intención de ofrecer una solución definitiva a esta aflicción, son más bien escasas. Especialmente si pensamos que las semillas transgénicas están protegidas por derechos de patente y privan a los agricultores (no solamente a través de la patente sino también a través de la tecnología terminator que haría a la siguiente generación de semillas estéril), de su derecho ancestral de guardar y mejorar las semillas y los cultivos para desarrollar variedades mejor adaptadas. Si realmente existen los derechos humanos, éste sería sin duda uno de los más importantes, en mi opinión el más importante de todos, y África, especialmente, no puede permitirse el lujo de renunciar a él. De esta manera, si bien las autoridades en los países africanos todavía no están seguras de que los OMG sean aptos para el consumo humano, pueden (sin embargo) estar seguros de que no son aptos para la subsistencia económica de los pequeños agricultores y sus sistemas de vida tradicional.
En cuanto al “golden rice” y otros alimentos fortificados, no vemos cómo podrían ayudar a las personas que más los necesitan si el problema de la desnutrición no es tanto la falta de nutrientes en los alimentos (que es por lo que se caracteriza, por cierto, la comida más procesada que se consume en el primer mundo) como por la falta absoluta de ingesta regular por falta de dinero para comprarlos (de acuerdo con la ONU el 70% de la población africana subsiste con menos de 1 dólar al día). O lo que es lo mismo, por falta de fondos públicos, falta de democracia en el gobierno y de servicios y seguridad sociales, para prevenir las escaseces cuando estas ocurren, mediante el mantenimiento de reservas de alimentos. Si bien esto diferencia a los países africanos de Europa, existe algo que, sin embargo, tendrían en común: ningún país europeo produce lo suficiente en alimentos, por ejemplo, como para alimentar (o suplir la demanda) que generan sus poblaciones respectivas. Inglaterra, por ejemplo, no produce lo suficiente como para alimentar a su población, como tampoco lo haría Etiopía o lo podrían garantizar muchos otros países africanos. Esto significa que el pecado de estos países no es tanto el de estar superpoblados (como se acostumbra a generalizar) como el de no disponer de fondos ni de transparencia democrática para garantizar el suministro de alimentos necesario cuando las cosechas se malogran. Por lo pronto, todavía no he oído a nadie acusar a Inglaterra (o imaginemos de qué cabría acusar al pequeño y densamente poblado país de Mónaco, cuyo terreno agrícola debe de ser irrisorio) por la amenaza que supone para el mundo (desde una perspectiva demográfica) el hecho de que no produzca lo suficiente como para suplir la demanda de alimentos de su población.
Por ello mismo, mientras los EE.UU. sigan manteniendo y financiando regímenes dictatoriales o antidemocráticos en África y se siga sin aliviar su deuda externa, no se podrá garantizar la seguridad alimentaria de su población. No se podrá asegurar que el golden rice, en el que mediante caras y sofisticadas técnicas biotecnológicas se han insertado tres genes para que produzca beta caroteno (un precursor de la vitamina A), alimente a los millones de niños pobres que son susceptibles de sufrir ceguera por falta de esta vitamina.
Y ello es así porque la carencia de beta caroteno o, para el caso, de vitamina A en la dieta (así como de muchos otros nutrientes, tanto o más importantes) no es culpa de que tanto la primera como la segunda sean desconocidas en África o en muchos otros lugares en que (¡mira qué casualidad!) existen grandes desigualdades sociales; sino porque ni los niños pobres ni sus familias tienen dinero (o reciben comida o ayudas del Estado) para garantizar tres comidas nutritivas al día. Por ello mismo, y es duro admitirlo, pues seguramente habrá costado mucho petróleo africano (o de Oriente Medio) desarrollar golden rice, no hacía falta que en la Swiss Federal Institute of Technology, con dinero de la Rockefeller Foundation, de Orynova BV, Monsanto, Syngenta y Bayer, se tomaran la molestia de introducir un precursor de la vitamina A en el arroz, cuando ya existen unas 40.000 variedades de arroz en el mundo y otras tantas variedades de frutas, verduras y hortalizas (sin contar los huevos y la leche) que ya pueden satisfacer las necesidades de esta vitamina y de otros muchos nutrientes… Siempre que se tomen las medidas políticas para que lleguen a los estómagos de quiénes más los necesitan cuando más los necesiten.
No sé quién se inventó que los niños pobres y sus familias sólo desean comer arroz y es sólo arroz lo que se les permitirá comer por el resto de sus vidas. Como argumenta el profesor Ingo Potrykus (del instituto suizo) golden rice está pensado para aquellas economías que tienen como alimento básico este cereal. ¿Significa esto que habría que olvidarse de las otras 40.000 variedades de arroz que existen para dar paso a golden rice? ¿Cuál va a ser su impacto en las economías de los miles de agricultores tradicionales que cultivan las otras decenas de miles variedades de arroz no transgénico? Para disipar nuestras sospechas, el profesor dice que habría que hacer donación de estas semillas para garantizar que llegan a todos los que las necesiten. Luego, si al final también se tendría que realizar dicho esfuerzo político para abordar el problema de la deficiencia de vitamina A, incluso con golden rice, ¿en qué se diferencia de las zanahorias? (¿Por qué no hacer donación de semillas de zanahoria que seguramente necesitan menos agua que el arroz (a parte de que no requieren la cooperación de tres o cuatro multinacionales para producirlas)?) ¿No hubiera sido mucho más fácil (y más barato en petróleo) garantizar para estas personas más seguridad económica o alimentos suficientes y variados cuando se malogren las cosechas?
¿Se puede saber por qué hay que desarrollar alimentos transgénicos especialmente diseñados para pobres en lugar de garantizar que pueden comer lo mismo que sus compatriotas que no pasan hambre ni sufren de malnutrición (ni siquiera cuando hay hambrunas)? (Sin duda ningún dictador o cúpula militar murieron nunca del hambre que padecían sus conciudadanos menos afortunados). Evidentemente ni a la Rockefeller Foundation, ni a Syngenta ni a las otras les interesa abordar estas cuestiones y todavía menos la cuestión específica sobre la deuda externa.
Desconozco, finalmente, quién se inventó que los transgénicos tienen la propiedad mágica de curar el hambre y la desnutrición por el mero hecho de ser transgénicos. Los cultivos modificados genéticamente no necesariamente han de producir más o son cosechas a prueba de sequías o que puedan impedir los imprevistos climatológicos. De hecho, en los EE.UU. hace ya algunos años que se cultivan y se consumen OMG (sin que la mayoría de la población sepa de ello) y, sin embargo, sigue habiendo gente que pasa hambre, pues ni siquiera podrían llevarse un triste transgénico a la boca. En realidad, el número de ancianos, adultos y niños que pasan hambre aquí habría aumentado desde que Bush tomó posesión de la Casa Blanca y puso en práctica sus “revolucionarias” medidas de conservadurismo compasivo. Esperemos que África no siga el ejemplo y salga bien librada (dentro de lo que cabe esperar) de esta insigne visita.
Maite Padilla Zalacain. Los Angeles. 12 Julio 2003.
Equipo de Redactores, El Inconformista Digital