Enajenación moral progresiva – por Rafael Pérez Ortolá

Mi preocupación por esta lacra social no requiere enumeraciones tediosas, las evidencias brotan por rincones de apariencias sesudas y hasta beatíficas. Si acaso, convengamos en su permanencia en todos los momentos históricos, y en ese caso podríamos sustituir el término progresiva por el de estable.

Aún así, estar en una enajenación permanente resulta un consuelo ridículo, con el añadido de sus consecuencias cotidianas: Decisiones políticas, agresiones, corrupciones…. y todos los puntos van a ser pocos.

Los avances técnicos y científicos nos apabullan. Son tantas las ramas que los aspectos parciales atomizan los conocimientos. De ahí surge una primera imposición simplista, esos datos se dan como un bien supremo no discutible. Por añadidura, la opresión socio-cultural se expande. Cualquier camarilla política, religiosa o técnica tiende a concebirse como indiscutible. La bola de nieve originada no tiene nada que ver con el sujeto, con el individuo.

Paradojas de la vida, todo nace porque el individuo tiene necesidad imperiosa de adaptarse a su entorno, con una mala ventura, el entramado resultante no se caracteriza por abrirse a cada núcleo humano, a cada persona en particular. Carecemos del equilibrio conveniente en esa relación. Por todas partes surgen pretendidos mediadores, eso sí, perversos. Intentan promover la adaptación de cada persona a un tipo de trabajo, a un partido político, a una institución. En suma, a cualquier grupúsculo organizado. ¿Alguna vez aprecian Vds. una verdadera sensibilidad para captar de forma centrípeta las ideas de las personas? ¿Muy pocas?

Decía Moscovici que conocer es inventar.

Y cuando pretendemos estudiar cualquier asunto, cada uno de nosotros lo interpreta de forma peculiar, por ello en cada planteamiento se trata de nuevas razones. Cada persona está inventando no sólo su concepción del asunto, sino también su grado de implicación. Esto nos sacude con dos chispazos. De exigencia el primero, porque se requiere esfuerzo para acercarse a las cuestiones de forma conveniente. El segundo nos lleva a la participación voluntaria del sujeto. Únicamente con esta invención cotidiana entra el sujeto en su mundo, físico y social. De lo contrario es un ente pasivo de poca consistencia.

La decisión moral engloba los requerimientos referidos; pero también sobrepasa a la ciencia y la técnica, más acostumbradas a parámetros y estructuras definidas. Se decide ante unas opciones que están a la vista e intervienen las pasiones, los motivos, las voliciones, los pensamientos de cada quisque en suma. Por eso a las instituciones no las podemos catalogar de morales o no. La toma de postura por los sujetos si tendrá ese posible calificativo moral. Las estructuras sociales podrán favorecer u obstaculizar aquellas decisiones.

Y aquí viene la esquizofrénica conducta que nos aboca a la enajenación moral permanente y/o progresiva. Se estudian ciencias y se elaboran técnicas con gran dedicación de medios y toda clase de especializaciones. Se da por supuesto que la progresión en todos esos aspectos nos hace mejores. ¡Grave error! Basta una somera observación de que tantos adelantos no nos han privado nunca de exterminios, querras, agresiones, corrupciones y todo lo que venga.

Las actitudes morales exigen educación en el sentido más amplio del término, sin las manipulaciones tan frecuentes en nuestros ámbitos. Además, es necesaria la participación activa para un auténtico cultivo de esas cualidades, desarrollando labores para mantener vivos esos criterios. Aún queda otro requerimiento imprescindible, la crítica permanente. De lo contrario los desmanes brotarán como setas.

En fin, como todo eso supone una actividad mental y hasta física, la pereza, la desidia y la comodidad nos hacen delegar en otras personas o entidades sin demasiada finura en esa elección. Una omisión imperdonable.

Ante avances tecnológicos (Clonación…), comportamientos institucionales, gregarismos, etc., domina nuestra pasividad moral sin ningún género de dudas. ¿Cómo vamos a tener ideas medio claras si permanecemos al márgen de las cuestiones y contemplamos la batalla como si fuese un serial televisivo que no va con nosotros?

No se trata de favorecer una determinada actitud, por el contrario todos estamos con carencias en estos campos. Los avatares diarios ya nos originan dificultades de por sí y tenemos que sufrir los añadidos debidos a comportamientos mal enfocados. Entre todos hay que encontrar la salida, desentrañar el laberinto. Aquí aplicaría yo aquella estrofa del cancionero popular en Upsala: «Si la noche se hace oscura, y es tan corto el camino, ¿Cómo no venís, amigos?”.

Rafael Pérez Ortolá. Vitoria.
Colaborador de El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona. 15 Junio 2003