Venezuela: el golpe de los medios – por Naomi Klein

En medio del gran tema de actualidad que es la Guerra contra Iraq, queremos hacer un intermedio con un artículo de hace unos meses realizado por Naomi Klein una periodista del The New York Times. Nos habla sobre Venezuela: la incidencia o provocación de los medios de comunicación del frustrado golpe de estado y los problemas existentes hasta nuestros días en ese país latinoamericano.

Venezuela: el golpe de los medios – por Naomi Klein

Pobre Endy Chávez, del equipo de béisbol Navegantes del Magallanes, uno de los grandes equipos de este deporte en Venezuela. Cada vez que aparece con el bate, los comentaristas empiezan con sus bromas en la televisión: “Ya viene Chávez. No, no es el dictador procubano Chávez, el otro Chávez”, o bien “Este Chávez batea las bolas de béisbol y no a los venezolanos”. En Venezuela, se contrata incluso a presentadores de los medios privados de comunicación con el objetivo de intentar echar del poder al Gobierno democráticamente elegido del presidente Hugo Chávez.

Andrés Izarra, periodista de la televisión venezolana, dice que la campaña en cuestión ha ejercido tanta presión sobre la información digna de crédito en el sector nacional de las comunicaciones que los cuatro canales privados de televisión han debido renunciar de hecho a su derecho a emitir: “Creo que deberían anularse sus concesiones”, ha declarado.

Igual género de declaraciones extremadamente drásticas cabe esperar de Chávez, famoso por apodar “los cuatro jinetes del Apocalipsis” a los citados canales televisivos. Izarra, sin embargo, es persona difícil de apear. Típica figura televisiva, Izarra dirigió el departamento para Latinoamérica de la CNN en español hasta ser contratado como productor de informativos del telediario más importante, “El Observador”, de la corporación Radio Caracas Televisión (RCTV). El día 13 de abril del año pasado, el día siguiente de que el destacado empresario Pedro Carmona se hiciera brevemente con el poder, Izarra dejó su puesto bajo lo que describe como “una extrema presión emocional”. Desde entonces, ha estado dando la voz de alarma sobre la amenaza que se le plantea a la democracia cuando los medios de comunicación deciden echar por la borda el periodismo e invertir todos sus recursos de persuasión para ganar una guerra que se libra, de hecho, por el petróleo.

La propiedad de los canales privados de televisión venezolanos se halla en manos de ricas familias con importantes intereses económicos, deseosas de derrocar a Hugo Chávez. El propietario de Venevisión, el canal de mayor audiencia, es Gustavo Cisneros, un magnate apodado el Rey de las Fusiones por “The New York Post”.

El grupo Cisneros se ha asociado con numerosas firmas estadounidenses, desde AOL y Coca-Cola a otras como Pizza Hut y Playboy, de forma que se ha convertido en la puerta de entrada al mercado latinoamericano.

Cisneros es también un prosélito incansable del libre comercio en el continente y proclama a los cuatro vientos –como ya hizo en el año 1999 en una revista dedicada a la gestión ejecutiva en el área latinoamericana– que “América Latina se halla comprometida actualmente en cuerpo y alma con el libre comercio y con la globalización… y ya ha tomado su decisión al respecto como continente”. Sin embargo, cuando los electores latinoamericanos eligen a políticos como Chávez, es de temer que todo ello no sea más que propaganda engañosa que trata de vender un consenso inexistente.

Cuanto antecede explica las razones por las que, en las jornadas anteriores al golpe del mes de abril, Venevisión, RCTV, Globovisión y Televen sustituyeron la programación habitual con implacables declaraciones contra Chávez, únicamente interrumpidas por mensajes publicitarios que llamaban a la audiencia a tomar las calles: “Ni un paso atrás. ¡Afuera! ¡Ahora!”. Anuncios, por cierto, patrocinados por la industria petrolera, aunque sin coste por tratarse de “mensajes en calidad de servicio público”.

Pero llegaron aún más lejos: la noche del golpe, el canal de Cisneros acogió encuentros con los golpistas, entre ellos el propio Carmona. El presidente de la cámara venezolana de telecomunicaciones fue uno de los firmantes del decreto de disolución de la electa Asamblea Nacional. Y, cuando las emisoras se alegraron abiertamente ante las noticias que anunciaban la “dimisión” de Chávez, cuando las fuerzas partidarias del presidente se movilizaron en favor de su regreso, se impuso una censura informativa total. Andrés Izarra dice que las instrucciones al respecto fueron claras: nada de información sobre Chávez, ni sobre sus seguidores, ni sobre sus ministros y toda aquella otra persona que pudiera tener relación con él. Se quedó horrorizado mientras sus jefes procedían a suprimir completamente todos los flashes de urgencia.

La jornada del golpe –dice Izarra– la RCTV contaba con una información de un canal asociado en el sentido de que Chávez no había dimitido sino que había sido secuestrado y encarcelado. La noticia no se emitió. México, Argentina y Francia condenaron el golpe y rehusaron reconocer el nuevo gobierno. La RCTV conocía los hechos, pero no los difundió.

Cuando por fin Chávez regresó al palacio de Miraflores, los canales televisivos renunciaron a una cobertura completa de los hechos. Siendo como era uno de los días más importantes de la historia de Venezuela, emitieron la película “Pretty woman” y dibujos de “Tom y Jerry”. “Teníamos un enviado especial en Miraflores y sabíamos que los chavistas lo habían recuperado –declara Izarra–, pero se mantuvo la censura. Para mí fue la gota que colmó el vaso y me marché.”

La situación no ha mejorado. Durante la reciente huelga de la industria petrolera, los canales de televisión emitieron diariamente un promedio de 700 mensajes publicitarios favorables a la huelga, según cálculos elaborados por el Gobierno.

En las presentes circunstancias, Chávez ha optado por perseguir en toda regla a los canales de televisión, no limitándose a una vehemente retórica, sino empleando los medios a su alcance para ordenar una investigación sobre las violaciones de las normas vigentes y el establecimiento de un nuevo reglamento. “No se extrañen si empezamos a clausurar emisoras y canales”, manifestó a finales del pasado mes de enero.

La amenaza ha provocado un alud de condenas desde el Comité de Protección de Periodistas y Reporteros sin Fronteras. La inquietud desatada tiene razones bien fundadas para exteriorizarse: la guerra mediática en Venezuela es sangrienta y cruel y se suceden los ataques tanto a favor como en contra de Chávez. Ahora bien, los intentos de regulación de los medios de comunicación no constituyen un “ataque contra la libertad de prensa”, como el mencionado comité ha declarado, sino más bien lo contrario.

Los medios de comunicación de Venezuela, incluso la televisión estatal, precisan de fuertes controles para garantizar la pluralidad, el equilibrio y la accesibilidad, reforzados –guardando la debida distancia– por la autoridad política. Algunas de las propuestas de Chávez (como la amenazadora cláusula que prohíbe cualquier discurso o declaración que suponga falta de respeto o desacato hacia algún representante o funcionario gubernamental) se pasan de la raya y podrían, llegado el caso, constituir una herramienta útil para amordazar a las voces críticas. Dicho esto, resulta absurdo calificar a Chávez como la principal amenaza para la libertad de prensa en Venezuela. Tal honor corresponde, inequívocamente, a los mencionados propietarios de los medios de comunicación.

Este factor ha desaparecido, sencillamente, en los puntos de vista que expresan últimamente aquellos en quienes se halla depositada la defensa de la libertad de prensa en el mundo, adictos aún al paradigma según el cual todos los periodistas sólo quieren decir la verdad y, en todo caso, todas las amenazas provienen de políticos indecentes y multitudes airadas.

Es lamentable, porque necesitamos desesperadamente defensores valerosos de la libertad de prensa en esos momentos, y no sólo en Venezuela. Al fin y al cabo, Venezuela no es el único país donde se libra una guerra por el petróleo, donde los propietarios de los medios de comunicación se hallan ligados indisolublemente a las fuerzas que reclaman un “cambio de régimen” y donde la voz de la oposición se ve habitualmente suprimida en los telediarios nocturnos.

Sólo que, en Estados Unidos –lo que le diferencia de Venezuela– los medios de comunicación y el Gobierno se sitúan ambos en el mismo lado.

Naomi Klein, es periodista y comentarista. Autora de “No logo”.
Versión del artículo aparecido en “The Nation”.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa

A vista de Red. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona. 13 Abril 2003.