Bagdad es esa ciudad mítica de las mil y una leyendas, de las mil y una noches de lunas crecientes rielando sobre los espejos mansos del Tigris, es la legendaria ciudad de la paz arrasada por la guerra cruel y nauseabunda.
Demasiadas batallas y colonizaciones la han ido desposeyendo de significativos monumentos, la han ido dejando desnuda de piedras y embalajes. De esa desnudez surgieron esos otros monumentos que se guardan del frío y del calor tras los muros de ladrillos y hormigón: los iraquíes.
Sus monumentos más memorables son de carne y hueso, se desplazan por las calles aferrándose a la supervivencia a través del delgado hilo de la constancia y la lucha.
El embargo y las sanciones han sumido a Iraq en un retroceso cultural y tecnológico y han empobrecido terriblemente la vida de su pueblo.
Bagdad se fue convirtiendo, paulatinamente, en una ciudad de zocos y mercados, en un lugar donde cada cual se ha ido buscando la vida y los garbanzos. Los zocos, aunque no lo parezca a priori por su aspecto, son lugares muy organizados, las mercancías están colocadas con esmero y precisión para que seduzcan a compradores, aunque la falta de dinares dificulte la fascinación de los bolsillos llenos de agujeros y necesidades.
Cada mercado está especializado, los hay de recambios reciclados, de especias, de música, de ropa, de alimentos, de papelería, de menaje… es decir, de todo lo que cualquier iraquí necesita para su vida mermada cotidiana.
Todos y cada uno de ellos impresiona por su actividad y por eso que se dice de que la necesidad acrecienta la imaginación. Las claraboyas del viejo Zoco Árabe proyectan una tenue luz sobre los sinuosos laberintos plagados de tiendecillas de artesanía y ropa, no menos hermosa que la luz que se filtra sobre las vidrieras policromas de las catedrales. Cierra a las cinco de tarde cuando el sol ya desfallece sobre el horizonte de la ciudad. Este zoco está situado en la populosa calle Al-Rachid, las aceras están cercadas por soportales de miscelánea belleza. Los iraquíes que no tienen la suerte de poseer un puesto fijo se apoyan sobre las columnas de esta calle y sobre improvisados mostradores fabricados con cajas de cartón asientan sus exiguas mercancías. Nunca podré olvidar aquel pequeño y digno comercio con doce baterías de linterna y a aquel paciente comerciante apoyando su espalda sobre una de aquellas frías columnas de granito. Los cigarrillos sueltos sobre un trozo de tela, los juguetes de plástico con colores chillones, los niños limpiabotas de grandes ojos y sonrisas inocentes. Todos ellos son la imagen de la dignidad en el borde abismal de la extrema pobreza.
Cerca de la antigua universidad de Bagdad se asientan las tiendas de turistas y los bazares improvisados, al atardecer me subía sobre el paso elevado de la calle y desde allí la vista del bazar se presentaba espectacular. Sobre las estructuras metálicas se asentaban unas telas con rayas azules y blancas, plastificadas para que las lluvias no las horadasen y las pudrieran, el zoco era tan tupido que apenas había tres huecos por donde se pudieran divisar las cabezas de los transeúntes y clientes que bregaban regateando los precios.
La supervivencia en Bagdad tiene muchos y diferentes olores. El olor dulce y empalagoso de los hojaldres, los pistachos y el azúcar; el olor tostado del cordero de los sahuarmas, el olor del pescado asado del Tigris a las brasas, el placentero olor de las especias; el olor a humedad de las calles embarradas e intransitables; el olor de las frutas y las verduras; el olor de las prisas de los taxis y los coches que circunvalan la ciudad haciendo el aire irrespirable…
Pero en Bagdad hay olores inapreciables e inasequibles a la nariz. En Bagdad huele a gente luchadora, amable, acogedora y alegre. En Bagdad huele a buena gente, un olor que no soy capaz de describir. Un olor que proviene de la convivencia y del trato en la calle con un pueblo que siempre nos recibió con los brazos abiertos, a pesar de ser ciudadanos de un país agresor.
No puedo imaginar Bagdad de otra forma, nunca podré verlo sin todos los monumentos, sin todos los olores, no puedo imaginar Bagdad sin su gente y sus particularidades.
Hoy, cuando ha empezado esta guerra inmoral, Bagdad está inundada con el olor de la metralla y el polvo de los escombros, entremezclada con el fétido olor de la muerte y el vergonzoso color de la sangre inocente.
Bagdad me sabe a un mar de lágrimas del dolor,
Bagdad me sabe a la injusticia infinita de la codicia humana,
Bagdad me sabe a la fría sinrazón de la muerte inútil y premeditada,
Bagdad me sabe…¡qué mal me sabe hoy Bagdad!
Se me levanta sobre el alma un dolor extremo que me ha desgarrado las entrañas y me ha ensombrecido el corazón.
Esta noche, en Bagdad, el infierno se ha desplomando desde el cielo, el diablo ha empezado a ejecutar al pueblo iraquí.
Mar Molina.
Redactora de El Inconformista Digital.
Responsable de Comunicación de IU de Castilla La Mancha
Formó parte de la IV y V Delegación del Pueblo Español a Iraq