Cambio lámparas nuevas por viejas, pregonaba el avaro anciano del cuento de Aladino. Se trata de una estrategia interesante. Nueva o vieja, la luz de la lámpara será la misma, pero el viejo sabe que lo nuevo y lustroso resulta más deseable para los mortales.
La guerra es un dispositivo de decisión política que la humanidad utiliza desde los albores mismos de la sociedad. La guerra da vida o sepultura a las culturas, dibuja los mapas definiendo las fronteras nacionales, es capaz de abrir vías comerciales y de establecer las condiciones que regulan los intercambios de mercancías y, como plato fuerte, la guerra es capaz de derrocar un orden político establecido.
Tal vez durante largos periodos históricos tuvo la guerra un componente heroico y romántico, siendo considerada como un asunto de honor. Pero tras las dos grandes guerras del siglo XX, la gran mayoría de los pobladores del planeta sólo vemos la guerra como un asunto cruel, arrogante e ilógico que debería estar abolido de nuestras costumbres.
El sentir popular aborrece la vía bélica, pero los jerifaltes siguen necesitando enarbolar sus armas. Es entonces cuando afinan sus argumentos y merced a un hechizo semántico, dan con la solución: La Guerra Buena y Justa.
Esta es la forma de decisión política que estrena el nuevo siglo. Una guerra que conserva las ventajas de la vieja usanza pero, al parecer, ninguno de sus inconvenientes. Esta circunstancia puede apreciarse nítidamente si atendemos a la forma en que se esta desarrollando la proto-guerra contra Irak.
Se persigue que sea políticamente correcta. Estados Unidos y sus aliados prefieren entrar en guerra con el consentimiento de la ONU, para que la opinión pública no tache de invasión a su intervención militar. Con el visto bueno de las Naciones Unidas la guerra resultará legitima.
Además se espera de la guerra que sea limpia. Los muertos son el asunto más delicado en las cuestiones de guerra. Los caídos, da igual en que bando se produzcan, alteran las conciencias de la opinión publica y producen mucho desgaste para los gobiernos implicados. Si tenemos en cuenta que, hoy día, la acción de los bombarderos es más importante que la de las infanterías y si consideramos además la figura del daño colateral, nos encontramos con que la nueva guerra es inocua.
Por último, la nueva y buena guerra tiene la gracia de cambiar, al igual que hacía el viejo del cuento, lámparas nuevas por viejas, es decir, tiranías por democracias. Podemos afirmar que se trata entonces de una guerra justa.
A fin de cuentas, pienso que la guerra sigue siendo el mismo asunto turbio que siempre fue, y pienso también que el Presidente Aznar ha descubierto la panacea o cuadratura del círculo: la guerra buena. Pero ya no pueden enredarnos porque les falta ingenio.
Daniel Pérez. Málaga. 4 Marzo 2003.