Protestas masivas y creativas en respuesta a la Publicidad Bélica – por Maite Padilla-Zalacaín

No es por casualidad que con pocos días de antelación a las grandes manifestaciones contra la guerra en Iraq y que habrían de dar la vuelta al mundo, la Oficina de Seguridad de la Madre Patria (adyacente a la del Presidente George W. Bush), anunciara que habíamos pasado de la alerta amarilla a la alerta naranja.

Esa especie de escala de Richter del riesgo de atentado terrorista, de semáforo del terror, que la administración estadounidense se sacó de la chistera hace aproximadamente un año.

A la vista de la sobrecogedora y masiva respuesta de la gente contra la inminencia de una guerra injusta e innecesaria, y cuyas consecuencias son tan temibles como impredecibles, los mismos expertos televisivos que hace más de una semana menospreciaban la capacidad movilizadora de la causa, ahora tratan de explicar que el incremento en el grado de alerta tendría que haber hecho aumentar correlativamente el apoyo al Presidente.

Es difícil saber qué es peor: si errar en el pronóstico o bien tratar de arreglarlo aclarando que se trataba, en efecto, de un instrumento de propaganda pero que no parece haber servido a su cometido cómo se esperaba.

Una vez más, ello no hace sino corroborar que no está en el ánimo de los poderes públicos precaver a la población ante un riesgo de atentado, ni siquiera informar a las NN.UU. con pruebas fehacientes y concluyentes sobre el supuesto peligro que supone Saddam Hussein y las armas de destrucción masiva que los EE.UU. no dudaron en venderle cuando era su protegido. Porque justamente el propósito no es informativo, es decir, no apela a la inteligencia ni a la razón, sino que es meramente propagandístico, recurre a los sentimientos irracionales de enemistad, a la animadversión por personas y gentes que viven en un país con el que ni los EE.UU., ni España, ni Inglaterra, tampoco Australia, comparten fronteras.

En realidad, ahora que ya no corresponde hacer ver que no sabían nada acerca del 11 de septiembre, hacen ver que informan con redundancias y tautologías, supuestas piezas clave de inteligencia, manufacturadas y plagiadas, iconografiadas por las grandes cadenas de televisión, como cualquier estudiante de semiótica se divertiría en descifrar. Su único objetivo ha sido el de vender al público estadounidense y al mundo entero dos ideas prácticamente autoexcluyentes. Que Iraq es una amenzada para la paz pero que hay que ir a la guerra contra Iraq para liberarlo de la tiranía. Que se le quiere bien a lo que previamente se ha caricaturizado insistentemente de enemigo, incluso de ser los culpables de los atroces atentados del 11 de septiembre. De ahí que ya se haya publicado en numerosos rotativos que el primer día de la ofensiva se van a lanzar más bombas que en toda la anterior etapa de la Guerra del Golfo…

Como aclara Gore Vidal cuando “las palabras son utilizadas para encubrir la acción, no para iluminarla: se libera una ciudad mediante su destrucción”.

Fruto de este esfuerzo de racionalización imposible, —más que nada porque Kofi Annan ya le hizo saber a George W. Bush y a quién le escribe los discursos que lo de “cambio de régimen” estaba vedado por la Carta de las NN.UU.—; “Operación: Liberar a Iraq” es el titular bajo el que la Fox ha venido encabezando sus noticias sobre el particular. Sin duda, pensábamos, se debían de estar refiriendo a la liberación de los campos de petróleo, pero hace un par de noches, para nuestra sorpresa, a los sesudos expertos de la tele se les acababa de presentar un díficil dilema: ¿cómo se puede liberar un país que se va a ocupar durante 2, 3 o quizá 5 años?, ¿se puede liberar y ocupar al mismo tiempo?, …Aunque para luego quedarse atrapados en la misma tela de araña de eufemismos y nuevolenguaje que ellos mismos habían urdido.

Si no fuera porque la Guerra del Golfo tiene ya doce de años de edad, entre bombardeos estacionales sobre la zona de vuelo restringido y sanciones económicas draconianas, podríamos decir que la diferencia más destacable entre ésta y otras guerras es que ni siquiera ha estallado la ofensiva cuando ya escribimos y hablamos sobre ella, y de forma todavía más sobresaliente, cuando se organiza un movimiento por la paz de dimensiones globales. Y todo ello gracias a la denodada labor propagandística del gobierno estadounidense y de los grandes media, que llevan meses tratando de endosarnos lo que pocos compran: que se puede democratizar un país con bombas. Que es un proyecto loable; tanto hacer la guerra, como vendérnosla.

Por ello cabe interpretar que las memorables protestas contra la ambición imperialista del rey George W. Bush y su corte de magnates del petróleo, y que dieron la vuelta al mundo en más de 24 horas de manifestaciones, no solamente mostraban su oposición a una guerra que se sumaría a una larga lista de atrocidades ya cometidas, sino que también se rebelaban contra la propaganda bélica lanzada indiscriminadamente.

Así las cosas, la campaña propagandística difundida por la administración Bush no está realmente hecha para que la examine una persona mínimamente conocedora de historia ni de sus derechos y deberes ciudadanos. No se caracteriza por su apelación al buen juicio ni al raciocinio, sino que se dirige a los instintos más primarios e impulsivos, como la publicidad comercial; particularmente a través del lenguaje del miedo y del odio. Para a continuación tratar de hacer racional y humanitario lo que desde el primer momento estaba destinado a convocar al cerebro reptiliano. Cualquier persona sensata puede darse cuenta de lo absurdo que es esto.

Por otra parte, todo adulto en los EE.UU. recuerda haber escuchado mutatis mutandis todas estas historias con anterioridad, le resulta todo ello extrañamente familiar. Simplemente se ha cambiado “comunismo” por “terrorismo”, se ha puesto “Iraq” (“Irán, “Afganistán”, “Korea del Norte”, “el país x”) allí donde antes ponía “Unión Soviética”. Y contra toda ciencia hemos emprendido una vuelta al pasado de la Guerra Fría, al heyday del imperialismo USA, tiempos por los que George W. Bush, no es ningún secreto, siente mucha “nostalgia”.

La mecánica es siempre la misma. George Orwell le dio un nombre en su novela contrautópica 1984. Se llama doblepensar. Después de amedrentar a la audiencia con imágenes de explosiones atómicas, de atentados terroristas todavía más mortíferos que los que tuvieron lugar el 11 de septiembre y de la necesidad (lógica) de un ataque preventivo contra Iraq, se matiza que “el pueblo americano es amigo del pueblo de Iraq” —nótese que siempre se obvia al pueblo kurdo, a quién se utiliza miserablemente pero niegan sus derechos soberados a diestra y siniestra— y que las acciones que se van a tomar llevan el camino de “garantizar la paz” en el mundo. Finalmente se agrega que “todo es normal” y se insta a la gente para que vuelva a sus quehaceres cotidianos, en concreto a sus compras. Por si acaso la persuasión con que se acostumbran a llevar cabo estas campañas ha conseguido realmente asustar al consumidor americano y se le han quitado las ganas de llenar el carro hasta los topes.

En realidad nunca ha sido así, como en parte ilustra Michael Moore en su último documental, “Bowling for Columbine”. La cultura del miedo ha demostrado ser siempre muy efectiva para hacer crecer sectores hoy en día cruciales de la economía estadounidense, y que se nutren de infligir paranoia en la población. A falta de la Unión Soviética y para el año 2000, los medios se inventaron el Y2K o “efecto 2000” que iba a paralizar el mundo y a hacer caer aviones del cielo, ahora han encontrado un nuevo filón en el terrorismo y ello sirve para seguir vendiendo cerraduras, verjas, puertas blindadas, alambradas, cámaras de seguridad, máscaras de gas, armas, rifles y metralletas, búnkers atómicos, presuspuestos de defensa gargantuescos… y sin ir más lejos rollos y más rollos de cinta americana para precintarse puertas y ventanas —según publicaba el Seattle Times el sábado 22 de febrero, las empresas del sector no dan abasto para satisfacer un incremento súbido de demanda no visto en 18 años—.

Pero como demostraron las manifestaciones el fin de semana del 15 al 16 de este mes, la población estadounidense no es solamente reductible al consumismo ni a las consignas propagandísticas con que el gobierno les falta al respeto. Nuestra impresión es que esta nueva y enésima campaña de adoctrinamiento ha topado con una población excéptica y politizada, organizada e informada que quizá por primera vez en la historia está más enterada sobre los pormenores de esta guerra y los antecedentes de sus principales protagonistas que los mismos participantes en ella, empezando por el Presidente George W. Bush.

Como no tardaron ni un momento en hacer las grandes cadenas televisivas, se puede dudar de la representatividad que suponen las decenas de millones de personas que salieron a las calles el pasado fin de semana en todo el mundo; la gran mayoría no votan en las elecciones estadounidenses, pero tampoco lo hacen los iraquís que están a punto de ser liberados con misiles tomahawk y hellfire, bombas BLU-82 daisy cutters (corta-margaritas) y M-117. Y aunque se pueda admitir que una vasta mayoría del pueblo estadounidense y de la población mundial con acceso a procesos de decisión más o menos democráticos, no vota ni participa en manifestaciones; de ahí tampoco cabe extrapolar que estas personas habrían respondido a la campaña publicitaria del gobierno y que estarían a favor de la guerra.

En democracia sólo cuentan aquellos que participan en ella: ¿hace falta recordar que George W. Bush no ganó las elecciones de una forma limpia?, ¿que de hecho se le conoce como el primer presidente de los EE.UU. no electo?

Ello hace que al final de cuentas nos quedemos con los que han dicho algo al respecto, los que se han molestado en levantar la voz: y estos son exactamente las varias decenas de millones de personas que han salido a las calles en todo el mundo, la decenas de miles de personas que han venido recalentando las líneas telefónicas de la Casa Blanca y el Congreso desde octubre de 2001 (cuando “se tomaron represalias” contra el pueblo afgano), los centenares de miles de personas que se están manifestando por todo el país a diario, en estaciones de gasolina (no blood for oil), en colegios y universidades, en hogares de abuelos, delante de bases militares, mediante poemas antiguerra (el 12 de febrero fue declarado Día Nacional de Poesía contra la Guerra, después de que Laura Bush suspendiera una velada lírica en la Casa Blanca ante el temor de que se fuera a ver convertida en un foro para la protesta antiguerra), mediante desobediencia civil,… y que se están rebelando, de un modo u otro, a cual más creativo —incluída una demanda judicial contra el Presidente que cuestionaría su autoridad constitucional para emprender esta y otras guerras—, contra un ataque preventivo que todavía no ha comenzado, aunque no sabemos por cuánto tiempo.

Maite Padilla-Zalacaín. Seattle. Estados Unidos. 25 Febrero 2003