“Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al disfrute del más alto nivel posible de salud y a servicios para el tratamiento de las enfermedades y la rehabilitación de la salud. Los Estados Partes se esforzarán por asegurar que ningún niño sea privado de su derecho al disfrute de esos servicios sanitarios”.(Art. 24.1, Convención sobre los Derechos del Niño. 20 de noviembre de 1989)
Las vidas de los niños iraquíes se resuelven con muertes prematuras, cargadas de dolor y sufrimiento. Cinco años después de la Guerra del Golfo, los tumores se multiplicaron por cinco y las muertes por miles. Los tumores, como las bombas, no entienden de musulmanes o cristianos y los exterminan por igual.
Sobre las camas de las miserias posbélicas yacen, con ojos indolentes, decenas de niños sin futuro. Los colchones, socavados de silencios, sostienen las vidas de las largas listas de espera de la muerte, los alientos extremos del genocidio premeditado.
Las miradas perdidas rebotan sobre las paredes de las habitaciones infectas de tumores. Jugando su último partido, en un campo hostil y seco, en un infierno premeditado, torturados por la negación y la ignorancia de occidente democrático.
Recuestan sus cabezas sobre las colchas de mil rayas y colorines, se les retuerce el cuerpo con dolores implacables. Se doblan sobre sí mismos formando amasijos de huesos y carne, más de huesos que de carne debido a la hambruna y la malnutrición que ha sembrado en un país rico el embargo de la ONUG (Organización de Naciones Unidas para el Genocidio).
A veces mueven un miembro, una mano o un pie, de forma convulsiva o nerviosa. Sin control, el nervio derrotado se deja llevar por las últimas extravagancias de un cerebro aturdido y exhausto. Dejan los ojos entornados para apenas percibir las imágenes de las personas que hay en la habitación. Estos cuerpos y estas voces ajenas y fugaces se les alargan como chicles y se les pierden como un eco en ese universo de silencio y soledad, en ese universo de oscuridad y temores que es la enfermedad.
Mientras sus madres les dan aliento y sangre, ellos se van arrugando como las cáscaras abandonadas de las frutas despachadas. Ellos nunca cogieron un fusil, no saben de armas de destrucción masiva, ni siquiera saben lo que es la vida y han de enfrentarse a la muerte de los mayores, han de jugar en el desierto de los repudiados.
Sobre las camas de las miserias prebélicas, la muerte comenzó prematura y tiránica sobre los más débiles, sobre los que se defienden con quejas breves y apagadas. Sobre niños y niñas que tendrían que estar en las escuelas aprendiendo a leer, a escribir y a multiplicar; aprendiendo, en definitiva, a multiplicar sonrisas y no lágrimas.
El embargo abolió la Declaración de los Derechos del Niño y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los dejó a merced de los intereses de una economía global que se sostiene con el hambre, la miseria, la enfermedad y la muerte. Las Naciones Unidas, se unieron para garantizar que los niños de Iraq no tuviesen amaneceres, se les niega el derecho a jugar, a soñar, a la posibilidad de ser felices, se les niega el derecho a cualquier posibilidad.
La verdad también ha sido derogada, la verdad no resiste la economía caníbal de los capitalistas y mucho menos una guerra, donde es siempre la primera víctima. La víctima de los intereses innobles y mezquinos de los allanadores de lo ajeno, de la avaricia de los que quieren tenerlo todo a costa, siempre, de los más débiles.
Los demás, esos que consumimos las mentiras desde el cimiento espeso de la ignorancia, asistimos a este partido de tenis, a este ir y venir de la pelota recubierta de falacias.
Dicen que quieren paz, pero llevan meses preparándose para la guerra y años siendo cómplices de la muerte de estos niños. No se puede ser más cínico, no se pueden tener menos entrañas. La inmoralidad de nuestro gobierno está más que probada, no le importa la pérdida de vidas humanas, prefiere cortejar a Bush a cambio de promesas que, como la verdad, nunca serán reveladas. La vida de las personas debería tener el mismo valor aquí y allá, sin embargo hemos llegado a ver, con preocupante normalidad, que siempre han de pagar los de abajo la codicia de los de arriba. Para Aznar y para nuestro gobierno las vidas de los niños iraquíes carece de valor. ¿Acaso no habremos perdido la perspectiva de que los niños son niños en todos sitios?
Nuestro país, que ha firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Declaración de los Derechos del Niño, es desde hace doce años cómplice, por su silencio, de estas muertes como consecuencia la contaminación con uranio empobrecido y ahora nuestro gobierno quiere que el pueblo español, que se ha mostrado claramente en contra, sea participe de una masacre injustificada e inmoral.
Los niños iraquíes no tienen derecho a aprender matemáticas, aunque no les guste; no tiene derecho a tener medicinas, aunque las necesiten; no tienen derecho a jugar, aunque lo prefieran a morirse en la cama de un hospital; no tienen derecho a su futuro, aunque se equivoquen al elegir; no tienen derecho a ser niños… ¿quién les va a restituir su infancia perdida? ¿qué tribunal va a juzgar a los “presuntos causantes” de su muerte?
La Iglesia, que se ha pronunciado en contra de la guerra, estaría cargada de razones para excomulgar a algunos de estos “buenos cristianos”.
Y así, paso a paso, con un monstruoso exhibicionismo armamentístico, nos quieren demostrar que ellos son los que “la tienen más grande” y, por lo tanto, los que van a causar la masacre más colosal en ese campo de concentración que inventaron para Iraq. A su lado Auschwitz o Mauthausen van a quedar como un mal sueño o una pesadilla fugaz.
El gobierno de los EE.UU. se limpia el culo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos para conseguir sus abyectos intereses y al mismo tiempo se asea la cara con ella para justificarlos. Todo ello en nombre de unas democracias que ellos han pervertido en su propio beneficio y en el de unas pocas multinacionales.
Mar Molina. Toledo. 10 Febrero 2003.
( ha realizado dos viajes a Iraq, siendo miembro de la IV y V Delegación del Pueblo Español a Iraq.)