Goya 2003: Todos Somos Iraquíes – por Mar Molina

Este año, la entrega de las estatuillas con la efigie de Goya (ese hombre que inmortalizó Los desastres de la Guerra) han tenido una relevancia especial. Han sido una apuesta por los derechos humanos, la libertad y la cultura. Han sido una apuesta contra la intolerancia, el fanatismo y los yugos que someten a los pueblos.

Sobre el escenario y en la platea se escenifico una protesta global contra la guerra, el desastre del Prestige en Galicia, la indefensión de los trabajadores de Sintel (que fueron engañados por sindicatos y gobierno, para que levantaran ese incomodo asentamiento de La Castellana), el problema de los parados en España y la crisis del cine español debido a la invasión de las distribuidoras americanas.

Por fin nos vamos dando cuenta, todos y todas, que cuando las cosas van mal para los de abajo, van mal para todos. Nos vamos dando cuenta de que Bush no ha permitido que el vendepatrias de Aznar ponga los pies sobre su mesita de fumador de forma gratuita. Hay pretendidas amistades que las paga con creces el pueblo. En este siglo vamos a tener un pleno de gobernantes siniestros, que van a hacer palidecer a las bestias del siglo XX. Las cámaras de televisión se encargaron de no enseñarnos el descoloque y la palidez de la Ministra de Cultura, que se tuvo que tragar la píldora pacifista de más de tres horas que le administraron.

Tengo que confesar que el sábado viví la gala de los Goya con especial emoción. Cuando se arrastran tantos kilómetros y tantos actos públicos explicando la situación ignominiosa del pueblo iraquí, acumulando cansancios y fatigas, lo sucedido en aquella platea fue como una corriente de aire fresco. Desde el sábado nos sentimos menos solos en esta lucha ímproba y difícil. Cuando días antes me habían dicho lo que se estaba preparando, no me lo terminaba de creer. Siempre he visto a todos los artistas como esos pretendientes frívolos de la prensa amarilla, compitiendo por salir en más fotos y cobrar más que nadie en las exclusivas. El sábado se ganaron mi respeto y, tal vez, el respeto de mucha otra gente con su actitud solidaria y combativa.

“Quiero decirle a ese señor bajito que si quiere petróleo no hay que ir a Iraq, sólo hay que ir a Galicia a recogerlo” decía Luis Tosar. Se puede decir más fuerte, pero no más claro.

Cuando Manuel Alexandre dijo “Os voy a hacer una confesión: llevo en mi corazón un deseo, que desaparezca de todos los diccionarios la palabra guerra” se me desbordaron las lágrimas. Escenificó el pensamiento global que llenaba el auditorio y el sentir de los españoles, de todos esos españoles que no les dejan tener voz para expresar su repulsa a la guerra.

Fuera, en la puerta, estaban las gentes de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas con una pancarta contra la guerra, asediados por los antidisturbios que les pedían los carnes de identidad. En ese momento, llegaba al Palacio de Congresos Juan Luis Galiardo que sacó su documentación y se la dio también a los policías para que le tomasen los datos como a los demás por pedir la paz.

Por lo que conozco de los iraquíes y lo que he vivido con ellos, sé que el sábado ese gran pueblo, hubiese conformado una gran platea de 23 millones de personas y con sus aplausos les habrían devuelto a nuestros artistas su generosidad.

Gracias compañeras y compañeros

Mar Molina. Toledo. 3 Febrero 2003