Mi amigo Hussein – por Mar Molina

Mi amigo Hussein es árabe e iraquí. Lo conocí en enero de 2002, la primera vez que viajé a Iraq. Está casado y es padre de tres hijos, Alí, Mustafá y el bebé. A este último, a los pocos días de nacer, lo tuvieron que rescatar de las manos de la muerte, problemas con la bilirrubina querían preservarlo de futuros espantos y terrores.

En alguna ocasión me ha dicho que ellos ya se han acostumbrado a los continuos bombardeos, pero los niños lo pasan muy mal, incluso llegan a perder el apetito.

Hussein es, como cualquiera de ustedes, un padre de familia que lucha día a día por sacar a los suyos adelante, quiere verlos crecer en paz y con salud y, sobre todo, le gustaría procurarles un futuro mejor que el pasado que él ha vivido hasta ahora. Dos guerras han marcado su juventud, la Guerra del Golfo y la Guerra Irano-Iraquí en la que desapareció su hermano mayor en el frente y del que nunca más volvieron a saber.

Mi amigo Hussein es, contraviniendo las tesis satánicas oficiales y lo políticamente correcto, UNA PERSONA amable, educada, prudente y tímida.

Mi amigo Hussein y yo nos reencontramos en este último viaje en Bagdad. Debido a mi falta de destreza con los idiomas, le tengo por mi puente particular de comunicación entre oriente y occidente. Hussein habla un castellano fluido y claro.

En esta ocasión hemos hablado de familia, de religión, del modesto pisito que con muchas privaciones (si es que ya tienen pocas) se ha comprado recientemente, de Toledo, de la Paz… y de tantas cosas.

Mi amigo Hussein se ha convertido, además, en mi cicerone en Bagdad, con él he conocido los barrios y los zocos, los rincones más singulares y antiguos de la ciudad, los locales donde te puedes tomar los mejores y los más suculentos sahuarmas, etc., etc. A los dos nos gusta pasear y disfrutar de la conversación. Él me cuenta lo que le gustaba pasear por Toledo y perderse entre las calles angostas y que para él Toledo era como su segunda patria y yo le prometí que cuando viniera a España pasearíamos por esas calles y que le enseñaría también rincones y lugares de escondida belleza.

Hablamos de religión y de santidad, y de la ropa que era precisa para alcanzarla. Para él la ropa era un camino más para alcanzar el paraíso. Yo, bastante atea a este respecto, le dije que no sirven velos ni abbaias cuando no se tiene buen corazón ni se es buena persona, que esas cosas no las da la ropa. Él asintió discretamente y me contó una anécdota que ponía más en pie mi afirmación.

Mi amigo Hussein me cuenta historias antiguas de Iraq y juntos pasamos largos ratos paseando por las efervescentes calles de Bagdad, intercambiando cultura, historia y leyendas.

El día 4 de enero me acompañó hasta el Aeropuerto Internacional de Bagdad para despedirme. Para quienes no lo conozcan, el Aeropuerto de Bagdad tiene grandes ventanales desde donde se ven las pistas de aterrizaje, hoy sin aviones ni camiones de esos que llevan plataforma atestadas de maletas de viajeros impacientes. De su techo penden unos tubos, a diversas alturas, que desde el suelo da la sensación de que estuvieran flotando sin más. Da escalofríos el silencio de este aeropuerto, sin mensajes de megafonía como esos de Barajas “última llamada para…” y este ambiente crea unas sensaciones extrañas y tristes en una despedida.

Cuando nos despedimos me prometió que a mi vuelta celebraríamos en su casa un banquete al modo bagdadí e iraquí y que me presentaría a su mujer y a su hermana. Le prometí que por nada del mundo me iba a perder esa fiesta.

La última vez que cruzamos las miradas dos lágrimas temblonas asomaban por sus ojos. Se quedaron presas entre las pestañas, atadas a un hilo de miedo.

Hussein y Mar Molina en la Mezquita de Kadhimiya en Bagdad

Mar Molina. Toledo. 13 Enero 2003.