Cuando yo era tan sólo una niña tenía un sueño, un sueño de colores y confettis, un sueño en blanco y negro unas veces, un sueño azul o rosa, quizás el sueño de muchas niñas como yo, quería ser actriz.
Aunque tengo que confesar que durante un tiempo soñé con ser Marisol y viajar “Rumbo a Río”, pronto mis gustos se hicieron menos infantiles e ingenuos porque de repente me sentí Romi Schneider en brazos de Alain Delon al borde de “La Piscina”, y como soñar no cuesta nada un buen día amanecí apoyada en un piano con la mirada perdida rodeada de una atmósfera de humo, convertida en la gran Ingrid Bergman que mirando a Dooley Wilson le pedía con ternura “tócala otra vez Sam” y como en la famosa canción, el tiempo pasaba y yo seguía soñando.
De vez en cuando me gustaba ser una actriz española, y durante mucho tiempo quise ser Victoria Abril, sobre todo para que Antonio Banderas en uno de sus papeles más tiernos me raptase como raptaba a Victoria en “Atame”.
Y es que siempre me ha encantado el cine, y todo lo que lo rodea; el cine es ilusión, nos transporta, y nos prende, nos hace soñar y pensar y los actores son esos pequeños magos que hacen posible que por momentos nos olvidemos de la rutina y la realidad.
Ya hacía tiempo, será que he crecido, que no me imaginaba dentro de la piel de ninguna actriz, lo que no quiere decir que haya dejado de soñar, soñar nos hace más libres, pero el sábado, mientras veía en la tele la ceremonia de entrega de los Goya, he vuelto a tener aquella sensación y cosquilleo adolescente, el sábado quise ser Marisa Paredes y quise ser Luis Tosar y José Angel Egido y Javier Bardem y quise como ellos decir “no a la guerra”, y que mi voz traspasase barreras y censuras. Pero yo creo que el sábado todos hemos sido un poco ellos y ellos un poco nosotros.
Y mira tú por donde ahora sigo soñando y como cuando era tan sólo una niña continúo siendo el indio en las películas de vaqueros.
“No a la guerra”.
Ilga. Pontevedra. 4 Enero 2003