El negro color de la Verdad

Desde el 13 de noviembre asistimos perplejos a una de las catástrofes ecológicas más importantes que se han dado hasta ahora en Europa y en España. El vertido de fuel del Prestige nos ha devuelto a todos a la realidad sobre la falta de previsión y la inoperatividad del gobierno del PP, estatal y autonómico.

Para ver la magnitud de la tragedia basta con mirar los ojos vidriosos de las gentes de Galicia, llenos de miradas de desolación y rabia. Porque ellos no ven este desastre con los ojos de la inmediatez, sino con los del futuro, ahora incierto, en el que cientos de especie marinas y de aves se van a perder, en el que zonas protegidas como las Islas Cies, un paraíso natural, han sido devastadas por las mareas negras que salen inexorablemente del buque zozobrado.

Los trabajadores del mar miman durante todo el año la cosecha y los frutos del mar para, por estas fechas, recoger la cosecha de tan arduo trabajo. Y al igual que los agricultores viven y trabajan a merced de la caprichosa meteorología, unas veces con tormentas y vientos y otras con lluvias y sol; pero siempre con un esfuerzo que se prolonga a través de las manos y de los largos días que siempre empiezan antes de que el sol dibuje las líneas de las olas y de las lindes. Buscan en todo ello la sostenibilidad, porque si se acaba el producto se acaba el trabajo.

Durante todos estos días hemos visto que Galicia ha sido omitida y abandonada a su suerte por parte del Gobierno estatal y del Gobierno de la Xunta. Durante todos estos días se ha dicho y se han desdicho: que no hay peligro; que no hay marea; que si hay marea pero poca y aquí está todo controlado; que la culpa es de la oposición; que todas las instituciones están funcionando coordinadamente; que a lo mejor ha habido algunos fallos; que el fuel se congela debido a las bajas temperaturas; que el fuel no se ha congelado; que otros lo hicieron peor; que patatín patatán… Lo único que hemos visto es echar balones fuera mientras la marea negra traía la realidad a las playas del norte, una realidad que, como otras cosas en este país de un tiempo a esta parte no existían, ya ha llegado al Cabo Machichaco y navega hacia las costas francesas a merced de los vientos y las mareas.

Mientras los líderes carismáticos se lo montaban cazando y desentendiéndose del problema, al mismo tiempo que los portavoces los negaban. El señor Aznar ha pasado de dar la cara hasta ahora y, tal vez, cuando la dé, se la terminen partiendo gallegos, cántabros, asturianos, vascos y franceses; envía a segundos e, incluso, al rey para que le preparen el terreno y él limpio de escarchas pueda hacerse una foto con cara circunspecta en Muxia y en otras poblaciones. Llegará entonces diciendo esas frases que tanto les gustan “qué bien lo hacemos todo”, “toda va bien”, etc, etc. También vamos a ver pronto como montan otro espectáculo circense y le piden “la dimisión a la oposición” o alguna otra barbaridad parecida, sólo para desviar la atención y que en las tertulias radiofónicas y en los periódicos se debata de otra cosa.

Pero esta vez la verdad tiene un color negro y pringoso que es difícil de esconder y de pintar. El fuel está ahí marcando la realidad y la verdad como un castigo bíblico. A no ser que las tragedias les favorezcan en forma de votos no tiene suficientes arrestos para remangarse y ponerse a realizar el trabajo por el que les pagamos, y muy bien por cierto, con nuestros impuestos y con nuestro trabajo.

Pero hasta finales de esta semana ni siquiera habían puesto a disposición de los gallegos al ejercito, que también nos cuesta muchos dineros y que los enviamos a misiones importantísimas fuera del país, pero cuando tienen faena que hacer aquí el señor ministro dice que con un millar hay suficiente. Tal vez también los hayan tenido, desde el 13 de noviembre, cazando o estrellando esos aviones que cuestan tantos millones y que no sirven nada más que para ver “quien la tiene más grande”, como decía Serrat.

Pero ha sido, una vez más, el pueblo gallego y el pueblo español, el que ha dado lecciones de civismo y de solidaridad a esta calaña de gobernantes engominados en las palabras y en los hechos. Ha sido el pueblo, que vive días inciertos de rabia y desolación, el que se ha remangado para limpiar la costa gallega, y los jóvenes, esos mismos que hoy son perseguidos por el botellón, se han echado la mochila a la espalda y se han ido ayudar a los gallegos. Y los “sin papeles”, también debe saberse, están en las playas recogiendo esa pegajosa verdad.

El pueblo, que se ha echado a la calle en multitudinarias manifestaciones y protestas, le ha metido el miedo en el cuerpo a los alcaldes gallegos del PP, al de la Xunta y al mismísimo gobierno español que nunca tiene en cuenta la voz de la sociedad cuando sale a la calle y pone las verdades sobre las aceras. En Santiago, la policía apaleaba al pueblo que pedía responsabilidades y explicaciones, será que ahora los pescadores también son una peligrosa kale borroca al estilo galego y hay que emplearse con las unidades de seguridad ciudadana y represión para que se les quiten las ganas de manifestar su indignación. Y es que estos gobernantes tienen miedo porque no se ven capaces de contener, ni controlar la rabia y la indignación con su populismo cabaretero y mediocre.

Y ahí están los de siempre, los que viven de lo que trabajan, los que sostienen los países: el pueblo, recogiendo con sus manos el fuel y limpiando las rocas, intoxicándose con las emanaciones de los vertidos, mientras los señoritos se esconden detrás de las mesas de los despachos y de los antidisturbios como en otras ocasiones lo hicieron dentro de los muros de los cortijos con las escopetas.

Dentro de unos meses tenemos unas elecciones y ese será el mejor lugar para emplazar a cada uno donde le corresponde, aunque, como suele suceder, para entonces nos habrán hecho olvidar el negro color de la verdad. Espero que, cuando llegue ese momento, el pueblo español les recuerde que no hemos olvidado.

Mar Molina. Toledo. 9 Diciembre 2002