El toque mágico

Es un toque mágico, una bocanada de sentimientos que nos inunda, un simple click y volamos a otro sitio y a otro lugar. Hay fragancias que nos retrotraen a situaciones pasadas, momentos esenciales en nuestra historia personal.

El viernes pasado caminaba de la piscina al hotel, antes de la puerta hay un túnel de jazmines que comenzaban a florecer y entonces saltó la chispa, me encontré a miles de kilómetros en mi adorado terruño cuando el jazmín enredado en la ventana de mi cuarto inundaba de exquisito aroma las noches de verano. Después de la lluvia ese airecito fresco era como un bálsamo tras el sofocante día. Imágenes que llevamos almacenadas y que a veces en los momentos de flaqueza y decepción nos pegan la cachetada necesaria para seguir pensando que la vida es buena.
Dos días a la semana trabajo en el Pool Bar y allí otro olor me dispara al etéreo mundo del recuerdo, el de la menta. En esos instantes mi cuerpo está en South Beach pero mi espíritu se introduce en el lugar mas profundo del canal de riego. Esperando junto a primos y hermanas el agua que mi viejo ha soltado trescientos metros arriba desde el canal principal y llega atiborrada de hojas de álamo como un torbellino mojando nuestros pies y las plantas de menta que crecen en la orilla las que al humedecerse desprenden su mágica esencia.

A dos cuadras de mi casa está el Flamingo Park con sus doce manzanas, canchas deportivas y sus paseos llenos de eucaliptos. Otra vez los fogonazos inundan mi mente, las nebulizaciones caseras, el azúcar sobre las hojas y la dificultosa escalada (quizá el árbol mas difícil de subir).

Aromas de ayer y la angustiosa necesidad de percibirlos en el presente. La albaca y el locro del día patrio, el hinojo, los conejos de papá y la increíble habilidad de Tito Barón de hacer avioncitos con su corazón.

Hierbas medicinales, inviernos gélidos, como un tesoro guardábamos las hojas secas del tilo, cedrón y burro; acá té en bolsitas con poco sabor pero el recuerdo llega igual y ese humito aromático que penetra en nuestras fosas nasales es el mismo del té de mi madre después de uno de sus atentados contra el hígado.

Un mordisco a un tomate y zummm, cosecha y piel con picazón, canastos llenos y pesados, eran dos hectáreas pero parecían mil. Con qué ganas comíamos el sandwich de pan casero al final de la jornada.

Las coníferas del jardín botánico de Miami Beach me produjeron la última imagen esta mañana, mi tío en lo alto cortando la rama mas recta para Navidad y el día que con mi primo prendimos las velitas y el pino también.

¿No les pasa a ustedes? No importa como y donde uno esté, siempre habrá olores estimulando nuestra memoria, mecanismos de autodefensa, antibióticos contra el pesimismo. Sirven, vaya si sirven. Pero es bueno por nosotros y por nuestros hijos que acopiemos constantemente en el presente vivencias positivas para ser recordadas en el futuro. Amanecerá y veremos.

Gerard Walt. Miami, Florida. EE.UU. 16 Octubre 2002.