Eran alrededor de las cuatro de la mañana del 20 de septiembre. La señora estaba en su cuarto. Rato antes se había levantado para ir al baño y al momento de oír los estruendos, aún no había logrado conciliar el sueño. Como revelarían más tarde las pericias realizadas, los impactos, todavía presentes en la casa, salieron desde dos puntos fijos cercanos a ésta.
El terrible episodio no sería tan extraño, o quizá no tendría tanta significación, ni se erguiría de modo tan preocupante en el ya normal contexto de violencia y crimen, si cuatro de los disparos no hubiesen provenido de dos Itakas, armas que – como explicó el titular de la Jefatura Departamental de la Policía Bonaerense de La Plata, Carlos Belén – suelen usar las fuerzas de seguridad. Ni tampoco si la sobreviviente fuera otra que Estela Carlotto, presidenta de la reconocida asociación civil argentina Abuelas de Plaza de Mayo.
Las Abuelas surgieron con la finalidad de localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados desaparecidos por la represión política, y crear las condiciones para que nunca más se repita tan terrible violación de los derechos de los niños, exigiendo castigo a todos los responsables. A partir de 1976 y mientras usurparon el gobierno, las Fuerzas Armadas Argentinas, en su tarea de violar sistemáticamente hasta el más elemental de los derechos humanos, desaparecieron a 30.000 personas. Una de ellas fue la hija de Estela Carlotto. Al momento de ser desaparecida estaba embarazada. En el garaje de la casa de Estela Carlotto apareció una cápsula igual a la que, en palabras de Carlotto, tenía mi hija Laura en su cráneo cuando fue exhumado su cuerpo.
Dos días antes del atentado o particularmente letal amenaza contra su vida, Estela Carlotto entregó a la Suprema Corte de Justicia Bonaerense un documento firmado por representantes de otros organismos de derechos humanos, legisladores, funcionarios – incluso aparece la firma del viceministro de Seguridad provincial – y por ella misma, en el que se denuncian las prácticas delictivas y represivas de la Policía Bonaerense. Parece que la dictadura terminó en Argentina hace ya casi 20 años, pero esto no quita, como se desprende del documento, que continúen el ?gatillo fácil? (y) las -ejecuciones – con sello policial, y que siga proliferando la tortura y (el) hacinamiento carcelario; todas aberraciones humanas e institucionales que recuerdan los crueles y perversos años que van de 1976 a 1983.
En esta Argentina de crisis económica y conmoción espiritual el suceso referido, la sangrienta huída del ex presidente Fernando de La Rúa en diciembre pasado, el fusilamiento reciente en Avellaneda de dos piqueteros, el secuestro y asesinato del joven Peralta por parte de miembros de la Policía Bonaerense, más infinidad de espurios acontecimientos que se me quedan en el tintero, y otros que no han llegado a la difusión ? a veces despareja ? de los medios, indican que la Diputada Elisa Carrió ? del centroizquierdista ARI – no se equivoca cuando habla de que las mafias existen y están en el poder, y que, ante la inminente implosión del régimen que han creado a imagen y semejanza, resistirán aún a costa de retomar métodos y prácticas que tanta pena les trajeron y traen a muchos argentinos, y de condicionar, debilitar y quizá destruir la democracia que tanto trabajo costó recuperar. Y esto sin mencionar las vidas que, día a día, se van silenciando en el proceso.
El capítulo argentino en la Historia Universal de la Infamia sigue, por el momento, abierto a nuevas entradas.
Fernando Rodríguez Schiavone. Montevideo. 22 Septiembre 2002.