En su reciente libro Globalization and Its Discontents el premio Nobel de Economía del año 2001, Joseph Stiglitz, sostiene que la globalización puede ser una fuerza benéfica y su potencial es el enriquecimiento de todos, particularmente los pobres; sin embargo, sigue diciendo, para que esto suceda es necesario replantearse el modo en el que la globalización ha sido gestionada.
Hoy los uruguayos, más que nunca, miran con mayor desconfianza el conventillo global. Ya sean los que aún guardan aterrorizados la imagen de las torres derrumbándose; ya los que llevan la crisis económica pesándole en los rotos bolsillos; ya los que habían visto a los argentinos apedreando Bancos por televisión, y hoy se contienen de no hacer lo mismo para al menos recuperar unos pesos o recibir el divino refinanciamiento de sus deudas; ya los desconfiados y, quizá, más informados de siempre; o bien aquellos a los que el hambre castiga por ser tercermundistas a pesar de lo que se les haya dicho; los orientales por igual repiensan la nombrada y renombrada globalización. Porque, se comparta o no, aquí el discurso oficial no deja de hacer la de Pilatos, alegando condiciones externas desfavorables. Para entender su posición hay que tomar de la historia reciente la devaluación brasileña de enero de 1999 – Brasil, principal socio comercial uruguayo, concentraba el 35 % del intercambio de bienes – la tremenda crisis de la economía argentina desde 1998 y, más cerca en el tiempo, la debacle financiera y la caída de la convertibilidad en el país vecino.
Los liberales – que no siempre son lo mismo que el Gobierno, por más que la oposición se afane en declararlo, y el Gobierno en evitar desmentirlo – hablan de la crisis del país modelo. Pero – me dirán ustedes – ¿no son las izquierdas en América Latina las que están haciendo ruido con la crisis del modelo? Lector, tú tranquilo, que no me estoy confundiendo. Por estos pagos el pope del neoliberalismo en el Uruguay, el doctor Ramón Díaz, lo explica mejor: el telón final se apresta a caer sobre la historia del modelo de país. La actual debacle se debe, según Díaz, a la inviabilidad del proyecto de país. Pues, aunque sea increíble, en el Uruguay, a pesar de la dictadura, el mercado y la democracia, el Estado aún es fuerte, gordito y regulador, y en eso estribaría la gran precariedad de su economía para los liberales.
La izquierda uruguaya en su mayoría también entrena boxeo con el modelo de bolsa. Pero, en este caso, el modelo es el de desregulación, privatización y abandono de los fines sociales que el Batllismo pensó para el Estado Uruguayo y conquistó en la primera mitad del siglo xx para la sociedad civil, que se ha aplicado, según ellos, desde 1990.
Sea como fuere, lo cierto es que hoy, visto desde donde se quiera, el país asiste al velatorio de sus más preciados mitos. La suiza de América bordea el abismo de la realidad más dura: la tasa de desempleo ronda el 16,7 % ( en el trimestre mayo – julio); el Producto Bruto Interno cayó en la primera mitad del año un 7,8 % en relación a igual período del año pasado, lo que significa un regreso a 1991 ( Habremos retrocedido en cuatro años, lo que creímos haber avanzado en siete, dice el Economista Walter Cancela); la inflación en agostó ascendió al 5,83 %, con un aumento, según el Índice de Precios al Consumo, del 18,96 % en lo que va del año; se prevé una caída del 25 % en el salario real, en comparación con el diciembre pasado. Otras cifras son tanto más terribles, hacia el 2001 (cuando estábamos, sí, mejor que ahora), por ejemplo, un estudio de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Facultad de Medicina afirmaba que el 19 % de los niños menores de 5 años presentan signos de desnutrición aguda y el 35 % de desnutrición crónica. De acuerdo a un estudio de Naciones Unidas, presentado en abril, 675.000 uruguayos son pobres, lo que equivale al 25 % de la población, frente al mínimo – de la década – 19, 4 % registrado en 1994. Cuando cuatro años atrás, en 1998, se inició la actual y agravada recesión económica, ya más de un 45% de los niños de 0 a 5 años y más de un 40% de los niños de 6 a 13 años, se encontraban en situación de pobreza. La percepción de quien hoy recorriera las calles de las principales ciudades uruguayas, le diría cuánto han aumentado algunas de estas cifras, cuánto de sufrimiento humano existe en ellas.
El siglo XXI nos encuentra más pobres; a muchos en mayor medida que a otros pocos. Desesperanzados en gran parte y, si le creemos al Gobierno, humillados por nuestra pequeñez en el contexto regional y global. En este contexto, sobre las ruinas aún humeantes del Uruguay y la América de los 90, se está levantando una versión localizada de ese movimiento global que – según dicen sus promotores – desde la diversidad integra las fuerzas que construyen ya otro mundo posible. Curioso momento éste, si se me permite, para el inminente Foro Social Mundial Uruguay.
Fernando Rodríguez Schiavone. Montevideo. 14 Septiembre 2002.