El fin de la música

Hace poco se ha celebrado el apodado día sin música, una jornada en la que varias emisoras de FM se unieron a la convocatoria de las multinacionales discográficas.

Durante 24 horas algunas de ellas dejaron de emitir música en reivindicación por los derechos de una industria venida a menos por el florecimiento del nefasto mercado ilegal de la piratería, en compensación ofrecieron al oyente un surtido de ortodoxas opiniones acerca de este tema, buscando su concienciación al respecto.

Si bien resultan coherentes los argumentos que muchos de los grandes productos mercantiles de las discográficas (mal llamados artistas) ofrecían en sus intervenciones, el debate sobre el fin de la música no se limita, ni mucho menos, a cómo combatir la piratería. El mercado ilegal del Compact Disc afecta a la música como industria: se destruyen puestos de empleo, muchas empresas quiebran y los pequeños vendedores no pueden afrontar sus deudas. Todas ellas son consecuencias lógicas para una industria que sufre la actividad ilegal de un mercado paralelo. Pero las grandes discográficas confunden deliberadamente arte e industria, quizá porque en el número de ventas de la AFYVE poco importa la calidad de un disco cuando éste se vende como rosquillas.

El arte musical viene sufriendo desde hace años las exigencias de unas macroempresas que, si bien ofrecen una imagen de mecenas a la sociedad, exigen a los músicos, que ellos mismos crean, un número de ventas mínimo, una portada en una revista sensacionalista y un escándalo televisado que colabore a mantener el cd en el top 10 de los más vendidos. Poco importa ya la sustancia de la música, todo se reduce a meros números que responden al consumismo ciego de una sociedad regida por el simplismo de las modas. No hacen falta grandes estudios sociológicos para corroborarlo, basta con abrir un poco los ojos para darse cuenta de esta triste realidad.

Hubo un tiempo en que música y revolución caminaban de la mano, pero hoy día la única rebelión a la que incitan los nuevos líderes de masas es la de la ceguera. La mediocridad parece ser el denominador común que amalgama a cientos de jóvenes que difunden con voces, mejores o peores, fiel propaganda del más atroz capitalismo. Porque el inconformismo, la crítica, el sueño de un mundo mejor ya no están de moda.

Mientras las discográficas limitan de forma alarmante la libertad artística de los pocos genios que quedan en el mundo de la música, se acercan a nuestro televisor para pedir compasión y respeto por el trabajo de sus protegidos, nos ofrecen su cara más humana y por un momento creemos que en esas grandes empresas subyace algo de ternura y bondad que hemos ignorado, pero esa ilusión se desvanece justo en el momento en que uno de los componentes de Operación Triunfo vuelve a bombardear nuestros oídos. Entonces pensamos… La música ha muerto. Pero no por la piratería, la distribución gratuita de mp3 o ni siquiera por el llamado top manta; son las discográficas las que ahogan a los artistas y los que están desvirtuando este bello arte en peligro de extinción.

Que diga todo ésto un servidor no tiene ningún mérito, pues no sobrevivo tocando música. Pero, aunque los mass media se hayan aliado con las macrocompañías del disco para utilizar a sus empleados como estandartes de la lucha contra la piratería musical, no todos los artistas están de acuerdo con la ortodoxia oficial. Manu Chao apoya la libre distribución de música, sus declaraciones causaron un revuelo en el panorama musical, ni siquiera Ismael Serrano le perdonó su atrevimiento y llegó a explicar sus afirmaciones alegando que él es un artista que, con o sin piratería, vende millones de discos. Pues bien, no fue este polémico autor el único en defender la piratería. Ignacio Escolar apenas vende 10.000 copias (por ello no deja de ser un gran compositor) y ello no es impedimento para que haya redactado un peculiar escrito ( ¡Pirateen mis discos! )* que probablemente no transcienda las fronteras de la página en la que se ha publicado en Internet (eso si la nueva ley LSSI lo permite…). Su declaración es realmente significativa, con ella vemos el otro lado de la moneda que, a juzgar por lo que oímos en el día sin música, no existe.

Quizá el futuro de la música, y de cualquier otro arte, pase por idear una fórmula de complicidad entre autor y espectador que permita remunerar su trabajo sin alimentar con él a las industria del feísmo, pero, hasta entonces, lo único que podemos hacer es tratar de acudir a algún concierto, escuchar su música (sea como sea) y admirar el arte de gente como la de Meteosat. Ah, y ante todo, dar las gracias por darnos un último resquicio de esperanza, y por permitirnos cantar aún aquello de creo en la música.

Eli. Pontevedra. 29 Junio 2002