A fines del siglo XIX el fútbol, originario de Inglaterra se fue extendiendo por todo el mundo, convirtiéndose pronto en el deporte más popular en decenas de países.
En 1904 se creó en París la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación), que elegiría en 1921 el abogado francés Jules Rimet como presidente. Rimet se propuso renovar el fútbol mundial con la creación de la Copa del Mundo, un torneo que reuniera a selecciones de todo el mundo.
En 1929 la FIFA se reunió en Barcelona, para los preparativos de la organización del primer campeonato mundial. Presentaron su candidatura como sede Holanda, Suecia, España, Italia, Hungría y Uruguay. La FIFA le otorgó la candidatura a Uruguay, próspero país sudamericano que había ganado los torneos olímpicos de 1924 en París y de 1928 en Amsterdam. La razón de esta elección fue simple: Uruguay fué el único de los candidatos que se comprometió a correr con todos los gastos.
Uruguay 1930 – Comienza la historia
La elección de Uruguay como primera sede supuso un problema para las selecciones europeas. La crisis económica del 1929 hacía estragos en el viejo continente y muchos países decidieron ausentarse del torneo. Además a nadie entusiasmaba hacer una viaje en barco tan largo. Sumado esto al boicot premeditado de algún país en venganza por su no elección de sede, produjo que solo cuatro selecciones europeas decidieran ir. Sobre todo decepcionaron al pueblo rioplatense las ausencias de Italia y España, países que contaban con miles de emigrantes tanto en Uruguay como en la vecina Argentina.
Los cuatro participantes europeos fueron Francia, el país de origen de Jules Rimet, Rumania, que contaba con un monarca apasionado del fútbol (él mismo designó el seleccionado rumano), Bélgica y Yugoslavia.
Para el torneo los organizadores uruguayos comenzaron la construcción del Estadio Centenario, con capacidad para 80.000 espectadores y que fue edificado en tan solo seis meses. El torneo también se jugó en otros dos estadios, el de Pocitos y el Parque Central, encontrándose todos ellos en la capital de Montevideo.
Las selecciones se dividieron en 4 grupos:
Grupo 1: Argentina, Francia, México, Chile.
Grupo 2: Brasil, Yugoslavia, Bolivia.
Grupo 3: Uruguay, Perú, Rumania.
Grupo 4: Estados Unidos, Paraguay, Bélgica.
El primero de cada grupo clasificaba a las semifinales, las cuales fueron Uruguay – Yugoslavia y Argentina – Estados Unidos. Los países sudamericanos vencieron claramente a sus rivales por el mismo marcador (6 a 1) llegando a la final. La final fué realizada en el Estadio Centenario colmado de público tanto uruguayo como por miles de aficionados argentinos que habían cruzado el Río de la Plata para apoyar a su selección.
El primer tiempo finalizó con una victoria parcial argentina por 2 a 0, pero en el tiempo complementario Uruguay convirtió 4 goles, siendo el marcador final 4 a 2.
Mientras las calles de Montevideo se llenaban de hinchas eufóricos celebrando el triunfo, en Buenos Aires la embajada uruguaya era asaltada por una muchedumbre furiosa. La fiebre mundialista había comenzado.
Brasil 1950 – El día en el que un país lloró
Tras los mundiales de Italia 1934 y Francia 1938, ambos ganados por Italia (con un poco de ayuda de Mussolini), la catástrofe se desató sobre Europa. El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadía a Polonia. Pocas horas después Francia e Inglaterra declaraban la guerra a Alemania. La Segunda Guerra Mundial había estallado. Seis años después, en 1945 Alemania firmaba la paz. Europa había quedado completamente destruida, lo que no impidió que la FIFA se reuniera para continuar la Copa del Mundo. Se eligió como sede a Brasil, que prometió construir un monumental estadio para 200.000 personas: el Maracaná.
Se presentaron 33 selecciones, con las obvias ausencias de los derrotados Alemania y Japón y de los países de Europa del Este bajo influencia soviética. Tras las eliminatorias las 16 selecciones elegidas fueron divididas en cuatro grupos. El ganador de cada grupo sería incluido en un nuevo grupo de finalistas.
Las selecciones que terminaron en este grupo fueron: España, que venía de vencer a la favorita Inglaterra; Suecia, que había dejado por el camino a Italia, la última campeona; Uruguay, que venia de golear a Bolivia 8 a 0; y Brasil que venía de aplastar a todos sus rivales por abultadas goleadas.
Mientras que Uruguay empataba a duras penas con España 2 a 2 y vencía a Suecia con un gol en la hora, Brasil aplastaba 6-1 y 7-1 a sus rivales. El partido Brasil- Uruguay terminó siendo una final, ya que este último era el único capaz de arrebatarle a Brasil la copa.
El día del partido Brasil era una fiesta. Nadie dudaba de que su selección vencería. Un estadio Maracaná repleto, con 220 mil espectadores vitoreaban el equipo brasileño, que con un empate ya era campeón. El primer gol brasileño llegó a poco de comenzar el segundo tiempo. Maracaná enloqueció. Sin embargo Uruguay no se rindió, y a los 67 minutos marcaba el empate, obra del hábil delantero Schiaffino. La inquietud se apoderó del estadio y los nervios de los jugadores brasileños. A los 79 minutos la tragedia, Uruguay anotaba y pasaba a ganar el partido. Cuando el árbitro señaló el fin del partido nadie lo podía creer.
El presidente de la FIFA, Jules Rimet, quien debía entregar la copa que llevaba su nombre, tiempo después declaró: «Finalizado el torneo, yo debía entregar la Copa al capitán del equipo vencedor. Como los brasileños habían vivido hasta el último cuarto de hora la ilusión de una victoria que no podía escapárseles, habían previsto para aquel momento una grandiosa ceremonia. Una vistosa guardia de honor formaría desde la entrada al terreno de juego hasta el centro del campo, en donde estaría alineado el equipo victorioso, el de Brasil, naturalmente. Después que el público hubiese oído, de pie, el himno nacional, yo procedería a la solemne entrega del trofeo…
Automáticamente no hubo ya ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso ante el micrófono, ni entrega solemne del trofeo… Me hallé solo en medio de la multitud, empujado por todos los costados, con la Copa en mis brazos, sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, y le entregué, casi a escondidas, la Copa, estrechándole la mano, sin poderle decir una palabra….
Luego, la confusión remitió. La muchedumbre se fue marchando lentamente, como si saliera de una necrópolis. Federativos y jugadores brasileños felicitaron a sus vencedores con una cortesía triste y cordial a la vez».
Marcomic. Montevideo. 2 Junio 2002