Cuando el deporte se convirtió en locura

Los últimos acontecimientos relacionados con actitudes violentas en el ámbito deportivo son ya conocidos. Los más bombeados por los medios han sido los referentes a la penúltima jornada de la liga de fútbol pero estos hechos son más habituales de lo que nos muestran.

Todos los deportes en general, y el fútbol en particular, se han convertido en fenómenos sociales que atraen a las masas de una forma increíble. Padres, madres, hijos y abuelos están invitados por igual al espectáculo. Por un precio que oscila entre los 9 y 30 euros (considerando las localidades más baratas), el espectador puede pasar una tarde viendo a su equipo o a su jugador favorito. Pero no sólo eso, sino que también se le da opción de olvidarse de sus problemas (y, por extensión, de los del mundo) y blasfemar contra todo lo que se menee. Todos los tacos son pocos y no hay ningún problema en enseñárselo a los más jóvenes, así se vive con más pasión. Muchos de los protagonistas de estas escenas volverán el lunes a su puesto de trabajo como un pincel y con una educación exquisita.

¿De dónde sale esa transformación? Hay que tener en cuenta la función descargadora de tensiones que representa el deporte. Ya no ejercitándolo, sino presenciándolo. Los comportamientos de las personas cuando se ven inmersas en un grupo, en este caso el de aficionados a un deporte o equipo determinado, son distintos de los que tienen individualmente. Esto es aprovechado por cada uno de ellos para justificar ante sí mismos, y ante los demás, esas conductas completamente irracionales de «cagarse en la madre que parió al árbitro» o amenazar de muerte al jugador «x». El apoyo mediático que recibe, tanto el deporte en sí, como todo lo que le rodea, contribuye a que estas conductas vilolentas sean consideradas lícitas, incluso a veces divertidas.

En el fútbol, esta violencia es atribuída a los grupos «ultras», identificados a su vez con grupos de «cabezas rapadas» o «skinheads». Además, éstos suelen ser relacionados con tendencias políticas de extrema derecha. Se trata de un error de bulto.

Los denominados «ultras» o «hinchas» son peñas, normalmente de amplio número, que sienten un fervor especial por animar a su equipo. Sus actuaciones suelen derivar en comportamientos violentos cuando se tercia, bien de tipo material (destrozo de mobiliario urbano o del estadio) o bien de tipo verbal (amenazas, insultos, etc), que suelen ser los más comunes.

El movimiento «skinhead» está muy ligado al fútbol, sobre todo en Inglaterra, lugar de su origen. Los jóvenes skins embrutecidos de los años 50 y 60, utilizaban el fútbol como una de sus vías de escape a sus tensiones de la dura vida de proletario. Posteriormente, el movimiento se dividió en tres facciones: los fascistas, a los que comunmente se alude cuando se habla de «skins»; los comunistas, o «red-skins»; y los apolíticos, también llamados «sharp». Esta explicación es necesaria para comprender que «skinhead» no es sinónimo de «nazi». Al igual, no todos los «nazis» se corresponden con una indumentaria «skin».

Así, nos encontramos con grupos «ultras» que cuentan en sus filas con «skinheads» y otros que no. También los hay que se identifican claramente con ideologías neofascistas, otros neocomunistas y otros con ninguna. Por ejemplo, el grupo Frente Atlético, hinchas del Atlético de Madrid, tienen un marcado patriotismo y tendencia fascista, mientras que Biris Norte, del Sevilla, muestra más simpatías por una ideología comunista, sacando de paseo a Ché Guevara por las gradas. Aficionados del Tenerife protagonizaron la semana pasada incidentes violentos, sin que se sepa su identificación con ninguna ideología concreta. Estos grupos, como ejemplo que sirve para el resto, han protagonizado comportamientos violentos, tanto dentro de los estadios como fuera, sin poder hacer una diferenciación entre ideologías.

Esta violencia generalizada en los campos de fútbol, que cada vez se está extendiendo más a otros deportes, como el baloncesto o el tenis, es apoyada no sólo por los medios de comunicación, sino también por los propios clubs de fútbol de una forma, quizá más indirecta, pero aún más efectiva. Las peñas, donde se incluyen los mencionados grupos «ultras», suelen tener un trato preferente por parte del club a la hora de elegir ubicación en el estadio y cuando toca que el equipo se desplace a otra ciudad a jugar un partido, tienen descuentos en el viaje, lo que favorece su encuentro con otros «ultras» y las consecuentes trifulcas.

Pero no olvidemos a la educación como otro de los causantes de este envoltorio de violencia gratuita que genera el deporte. Muchos niños practican diversos deportes en algún equipo de la escuela o en algún club de barrio después de las clases. Se trata de una costumbre sana en principio: se crean amistades, se cultiva el buen estado del cuerpo y es una fuente de diversión. El problema puede aparecer cuando ese espíritu deportivo de «jugar para participar» se convierte en «jugar para ganar». Aunque la razón de ser de estos juegos infantiles sea a menudo el fomentar los valores de la cooperación y la participación, los padres de estos niños les exigen ser los mejores y ganar a toda costa. Además, viven con más pasión, si cabe, los «enfrentamientos» de sus hijos con los otros niños, que los de los jugadores profesionales. No son pocas las veces que se han producido agresiones en partidos de categoría «infantiles» ( unos 13, 14 años) o «juveniles» ( unos 15, 16 años). Si dentro de unos años los niños que presencian estas escenas son los que rompen los asientos de las gradas de un estadio para lanzarlo a quien se cruce, no deberíamos extrañarnos demasiado.

En definitiva, no se debe culpar únicamente a quien lleva a cabo estas conductas violentas en el ámbito deportivo sino también a quienes las provocan y las alentan, convirtiéndose en cómplices.

Nihao. Zaragoza. 14 Mayo 2002