¿»Arte»?

Figuración y realismo son dos términos que tienden a suscitar muchas confusiones. Hablamos de movimientos figurativos cuando nos referimos a aquellos que, sin representar la realidad tal cual es percivida, se basan en ella. Un claro ejemplo sería el cubismo. Por otro lado movimientos realistas son aquellos que, por supuesto, son figurativos y además representan la realidad con una gran fidelidad.

Ambas cosas son dos formas diferentes de interpretar una realidad, lo mismo que movimientos más complejos que se incluyen ya totalmente dentro de la abstracción (incluyendo movimientos minimalista, conceptuales, etc.). Sin embargo, todos estos movimientos o tendencias son mucho menos apoyados por el espectador poco iniciado en el arte. La falta de conocimiento de estos movimientos y de la historia del arte en general, los gustos pre-establecidos o la autoeliminacion ante las obras de arte que requieren un mayor esfuerzo intelectual son algunas de las razones que hacen que estos movimientos sufran de poca estima popular.

Sin embargo todas estas cuestiones referidas a la abstracción de la realidad y a la dificultad a la hora de entender estas obras no es una cuestión nueva. Desde los tiempos de nuestros ancestros el arte siempre estuvo al servicio de algo. En un principio era una forma de marcar un territorio, narrar historias, una forma más de comunicación sin ignorar, por supuesto el caracter mágico. En Egipto, Grecia y Roma el arte ya se encontraba al servicio del poder, un servicio tanto social como propagandístico. Con la aparición de la religión cristiana el arte tomó, además de nuevamente un caracter propagandístico, un caracter educador (con respecto a la nueva fe): el arte ligado al lenguaje escrito que hacia entender al pueblo las historias de la Biblia en caso de que no supieran leer. Y así a lo largo de la historia del arte, la verdadera independencia del autor nunca existió… hasta el Romanticismo, según cuentan, el mayor puñetazo a la cultura europea. Por supuesto algunos autores anteriores al Romanticismo ya intentaban expresar sus propios sentimientos, como es el ejemplo de Goya.

El Romanticismo coincide temporalmente con otro movimiento, el Neoclasicismo. Dos movimientos totalmente diferentes. Mientras el último reivindica el uso de la razón, el caracter educador del arte… el Romanticismo habla del «yo», de representar sentimientos, del poder de la sin-razón. Por supuesto, aún ligeramente ahogados por los gustos pre-dispuestos por la academia, estos autores tardan en ser reconocidos y el nombre que recibe el movimiento es incluso despectivo (como suele ocurrir con la mayoría de los movimientos).

Ya el Romanticismo es considerado un movimiento de difícil compresión, ya entonces se empiezan a asentar las bases del actual estatus del artísta. Reivindican la originalidad de la obra, la autoría, la obra individual, rompen con el público, sus obras no son para todo el mundo si no para aquellos que entiendan, como ellos mismo se atrevían a decir, las obras que menos gustan al público son las mejores. El arte toma el puesto de la vanguardia, es el que guía a la sociedad, el que abre caminos. Llevado aún más lejos el artista es el medium entre Dios y el mundo, la obra el medium entre artísta y público. Esta ruputura con el público es la que crea el nacimiento de los críticos.

Por supuesto, anteriormente los críticos ya existían, pero su servicio estaba a la orden de la academia, una institución que en países como España estaba bajo el mando real. Esta vez la labor de los críticos no será la de evaluar que gustos están dentro de lo políticamente correcto, si no la de hacer que el público entienda las obras (además de la crítica general, por supuesto).

Estos movimientos totalmente figurativos e incluso realistas (en cierto modo) ya gozaban de la incompresión. Pero ya entonces y desde antes, se ve que los artístas con un mínimo grado de libertad, muchos de ellos, en las obras que realizan para sí mismos u otras a modo ocasional que expondrán en salones una vez consagrados, van más hacia la mancha, hacia lo abstracto, exagerando un poco. Así vemos por ejemplo en Goya o en Turner. Y es quizás con seguridad, una evolución natural, el cansancio de lo real, muchas veces el cansancio de la línea como se observa en Chillida, que aburrido de un dibujo perfecto, comienza a dibujar con su mano izquierda. Así se ve también en Picasso y en muchos otros artístas.

Y una vez medio sabido y entendido ésto… uno se para a pensar qué espera encontrar cierta gente en museos de arte contemporáneo. Pongamos como ejemplo el museo Guggenheim Bilbao. Éste es uno de esos casos extraños. A causa de la publicidad dada por los medios de comunicación se ve el Guggenheim como una obra de arte en si. Su arquitectura maravilla a cualquiera. Y curiosamente muchos de esos maravillados, son los que entran dentro y desprecian la mayoría de las obras que hay en sus salas. Increiblemente hay gente que en la sala de arte cubista se queja y ríe… hasta que ve a Picasso y de repente son los únicos cuadros que entiende. Se sienten insultados ante cuadros como «Cuadrado Blanco Sobre Cuadrado Blanco», pero esa arquitectura enmarañada que tanto defienden cuando algunos incluso se atreven a escribir a los periodicos calificando esas obras de vergonzosas, forma parte también de ese arte que no entienden. La falta de honestidad que achacan a las obras abstractas o menos realistas, se puede achacar también a un pintor hiper-realista que dibuja con un proyector de opacos.

Se pueden criticar las cosas, por supuesto, el arte se puede aborrecer o desaborrecer, pero con criterio. Hay cuadros, como el anteriormente mencionado, que interesan menos por su caracter plástico que por su caracter histórico. Ése cuadro, por ejemplo, fue una total ruptura con el arte o incluso puede que un insulto muy estudiado. El «Gran Vidrio» de Duchamp llevó años a su autor y finalmente no fue acabado. Las obras conceptuales son resultado de tratados y más tratados, de metafísica y matemática, de razón y de líneas rectas. El mismísmo Mondrian partió de un árbol perfectamente dibujado, para acabar convencido, a base de estudios y más estudios, que la solución ideal se basaba en rectas (sentido totalmente racional) y por supuesto nada de diagonales (sentido más irracional, poca estabilidad).

La honestidad o falta de honestidad no es algo por lo que se pueda valorar una obra de arte, al menos no totalmente, pues es tan aplicable al realismo como a la abstracción. Quizás tampoco sea honesto que durante 40 años un autor no pare de hacer lo mismo, éso es acomodarse… y aburrir al público. Y por supuesto, si usted se basa en ésto… no se haga fotos con el Puppy (gran perro de flores que aparece frente al Guggenheim) puesto que su mismo autor, Keft Koons realiza sus obras con el único objetivo de reírse del público y del mercado del arte… ¿saben cuánto cuesta mantener a ese cachorrillo?.

Crimentales. Bilbao. 11 Mayo 2002.