Si un grupo de personas decidiera intervenir en la sociedad, de tal forma que sus acciones pudieran incidir de manera efectiva en el devenir de ésta, no tendría más opción que seguir fórmula siguiente:
1. Formar u organizar fundaciones y asociaciones de corte socio-cultural que difundiesen sus ideas y promoviesen su identidad. Sólo así entraran las propuestas de ese grupo en el mercado de las ideas oficiales, aspirando a representar una alternativa efectiva dentro del ideario social.
2. Como consecuencias de los costes que se derivarían de la condición anterior, se hace necesario establecer medios que permitan el desahogo económico.
A poco que pensemos en grupos nutren de ideas a la sociedad, vemos que lo dicho anteriormente se cumple: Grupos de Investigación y Desarrollo, grupos religiosos, ONGs, partidos políticos…
Sin embargo parece que estas condiciones no se dan en el principal movimiento con carácter transformador que existe en nuestros días: Los llamados «Antiglobalizadores». Y es lógico que esto ocurra, de hecho no se trata de un grupo, sino de un conglomerado de cientos de grupos y, no dispone de un ideario claro y diferenciado, sino miles de éstos. Es un grupo unitario, pero que carece de identidad común. Sólo un nombre y un lema nos une.
Desde que desapareció la influencia del Bloque Soviético, el mundo ha pasado a estar en disposición de un único criterio: la explotación capitalista de recursos tanto humanos, como materiales.
El pensamiento que más altamente puntúa en el juego de nuestras vidas es el de la rentabilidad económica. La acumulación de capital, es el único objetivo vital realmente relevante y, respecto a ello, da igual que tu o que yo pensemos lo contrario. Podemos irnos al campo como un «buen salvaje», podemos convivir en comunas hippies, organizar falansterios, dejar de beber coca-cola, y no consumir comida rápida o prefabricada …, pero el mundo sigue su curso con un pensamiento único: el éxito económico.
Ante esta situación, los luchadores e inconformistas deciden reaccionar. El momento era de gran confusión, pero por fin se dio con una fórmula que resultaba efectiva: concentrar a grupos, que se oponen a la ferocidad capitalista, justo en las reuniones de sus principales instituciones. «Otro mundo es posible» es el lema que los reúne en las ya célebres contracumbres.
Como el grupo no tiene identidad en su origen, sino que es una suma de identidades, los medios de comunicación corporativos lo bautizaron con el apelativo, poco brillante, que ya conocemos.
Estos «anti» hemos asumido el nombre, aunque muchas voces han indicado que nos es demasiado acertado. Es más, hacia tiempo que ningún movimiento de lucha social era tan global como el de hoy día, incluso puede que ni siquiera las sucesivas Internacionales lo fuesen.
Señalaré dos características de este movimiento que me parecen de especial relevancia:
– Es un movimiento de resistencia. Una respuesta que trata de frenar los abusos de un liberalismo cegado por sus propios intereses y, que al no tener ningún adversario que ejerza de contrapeso, echa por tierra importantes conquistas sociales que se lograron con mucha lucha.
– Es un movimiento global, pero que se asienta en lo local. Son las organizaciones locales las que, puntualmente, se congregan allá donde lo hacen las instituciones del capital y las finanzas.
La fuerza de este fenómeno radica en la unidad, pero ¿cuánto durará dicha unidad espontánea?, ¿seremos capaces de pasar a un nuevo nivel y permanecer unidos?, ¿podremos pasar de la reacción a la transformación social sin perder nuestras respectivas identidades y a la vez creando una nueva y común?.
Yo confío en que sí, así que tratemos de relajar nuestros respectivos sectarismos, fetichismos, chovinismos y vanaglorias. Fijemos algunas ideas que construyan otro mundo ¿será eso posible?
Pensar globalmente, actuar localmente. El pueblo unido jamás será vencido.
Kilobites. Málaga. 4 Abril del 2002