Así denominó Fidel Catro la política económica postulada por los Estados Unidos y la Unión Europea, durante la cumbre que estos días se celebra en la ciudad mejicana de Monterrey.
Tal calificativo debió ofender al bueno de George Bush, que, para evitar encuentros incómodos solicitó no coincidir con el rebelde cubano en ningún momento de la cumbre. Castro le ahorró las molestias y abandonó Monterrey muy disgustado, pero no sin antes despacharse a gusto contra la hipocresía capitalista en un apasionado discurso.
El casino neoliberalista ha sido erigido sobre los más firmes dogmas de fe en un sistema individualista y elitista, que propugna la hipocresía y la contradicción como un cimiento fundamental del propio régimen. ¿Cómo comprender sino el caso Enron? Resulta curioso que incluso el ranking de popularidad, prisma bajo el que los norteamericanos miden a cualquier personaje público, evidencie la crisis de esta sociedad. Si bien su predecesor en el cargo se había visto muy afectado por un escándalo personal (que al fin y al cabo sólo lo incumbían a él y a su familia), George Bush aumenta su popularidad a base de discursos simplistas que ornamenta con el más infantil efectivismo en multitud de frases cortas que convierte en sentencias. Poco importa que el presidente se haya visto involucrado en un escándalo mucho mayor al de Bill Clinton. Los norteamericanos restan importancia a un caso Enron que destapado las carencias de una empresa expuesta como modelo a seguir para los estudiantes universitarios. La séptima compañía más grande de Estados Unidos, y por tanto una de las mayores del mundo, era un fraude: no había ni beneficios ni ganancias, todo era pura especulación. Tal vez los devotos capitalistas más grandes del mundo, los apologístas de la comida basura, el American way of life y la McDonización se nieguen a castigar a su presidente, cuya financiación de la candidatura corrió a cuenta de la susodicha empresa, por temor a afrontar la realidad, quizá el choque fuese demasiado brusco. Un norteamericano medio (entiéndase por esto, un norteamericano típico), orgulloso hasta la muerte de su país y de su sacro sistema económico, no podría soportar jamás la osadía de ser consciente de su hipocresía. Sería terrible acostarte un día por la noche creyendo ser ciudadano del país más maravilloso del mundo y despertarte al día siguiente llorando por cada víctima de la que tu patria es responsable.
Pero dejemos Estados Unidos, pues, al fin y al cabo, ellos sólo son el máximo exponente de la barbarie neoliberalista, existen otros muchos genocidios capitalistas a lo largo del mundo causados por otros Estados Unidos, que son lo mismo con distinto nombre y en distinto lugar. De todos modos, cualquier injusticia económica entre Norte y Sur viene a confirmar la idea que José Saramago exponía en el último número de Le monde diplomatique: la política es, a día de hoy, una esclava de la economía. Mientras unos piden democracia para Cuba, al mismo tiempo son los promotores de las dictaduras económicas.
Pero algunos locos idealistas todavía gritamos: ¡Un mundo mejor es posible! (unos lo gritan en Monterrey y otros desde esta ventanita de Internet).
Eli. Pontevedra. 25 Marzo 2002