El discreto encanto de la antiglobalización

Aún está caliente el recuerdo de la última cumbre europea celebrada en Barcelona. Esta cumbre no pasará a los anales de la historia de la construcción europea por lo que se dijo dentro del salón de congresos, sino por lo que se dijo fuera.

No todos los días se reunen algunos cientos de miles de personas para manifestarse, y menos para hacerlo en contra de los supuestos invitados. Independientemente del número final de manifestantes, lo cierto es que se trataba de una concentración excepcional.

¿Qué movió a cerca de un cuarto de millón de ciudadanos a expresar su malestar en una tarde donde todo invitaba a quedarse en casa? Evidentemente no todos compartían exactamente los mismos ideales: en una misma concentración se concentraban desde los antisistema hasta autónomos y pequeños propietarios, poco sospechosos de veleidades revolucionarias. Pero también es cierto que existía una base mínima en la que todos estaban de acuerdo: existe un cierto modelo de organización de la sociedad que no convence a una fracción muy importante de ésta.

Uno de los principales caballos de batalla es, sin duda alguna, las reformas del mercado de trabajo. Durante la última década se ha repetido en ciertos sectores por activa y por pasiva que los costes laborales eran la causa de la mala competitividad de las empresas europeas respecto las norteamericanas, y que por lo tanto éstos deberían reducirse para poder ser competitivos. La consecuencia de tal premisa ha sido la precarización de las condiciones de trabajo hasta extremos como los que presenta Ken Loach en “la Cuadrilla”. Contratos de cinco días, generalización de las horas extras no remuneradas y una política de prejubilaciones amparadas por el Estado y costeadas por todos los ciudadanos.

Esta mayor flexibilidad laboral, no obstante, no ha afectado a todos por igual. Han sido las grandes empresas las que se han beneficiado, mientras que las pequeñas empresas o los autónomos no han disfrutado de sus beneficios. Se trata de una situación paradójica, más cuando una gran empresa tiene mayor margen de maniobra para afrontar los costes laborales en un momento económico delicado.

Si a ello unimos los desmesurados sueldos que se han aplicado los directivos durante los últimos años, incluso en periodos en el que sus empresas incurrían en pérdidas y sus accionistas veían mermados sus capitales, o ciertas conductas directivas de dudosa ética (el caso Enron es ilustrativo), es fácil comprender cómo va surgiendo un caldo de cultivo propicio para el descontento de amplias capas de la población.

Un segundo factor que creo que es importante para comprender todo este fenómeno es el proceso de privatizaciones iniciado hace más de una década en la mayoría de países occidentales. Aquello que se empezó vendiendo como una mejora para el consumidor ha acabado convirtiéndose en algunos casos en una pesadilla. En España, por ejemplo, pese a disponer de unas telecomunicaciones liberalizadas, seguimos “disfrutando” de un servicio precario y que en muchos casos depende de facto de un monopolio privatizado y en el que el proceso de elección de los directivos y su control son Expedientes X.

No es casualidad, por tanto, que amplias capas de las clases medias se sientan alienadas en todo este proceso. Como consumidores han visto como sus oportunidades de elección no han aumentado sustancialmente y, en cambio, ha empeorado la calidad del servicio. Como trabajadores han visto cómo sus condiciones laborales empeoraban, empezando por el sueldo. Finalmente, como pequeños accionistas han visto cómo parte de sus ahorros se esfumaban sin que los responsables de los desaguisados rindieran cuenta alguna.

Los partidos políticos deben tomar buena nota de este creciente malestar. No se trata de mero electoralismo sino de una cuestión de fondo. Si no son capaces de canalizar este descontento, se corre el riesgo que éste sea capitaneado por personas con una sensibilidad más radical, y con ello perder el favor de las clases medias, que son las que a fin de cuentas han materializado los cambios. El movimiento crítico con la globalización no puede tener como mayores exponentes a un agricultor que hace años se dedicaba a quemar camiones españoles y actualmente se dedica a arrasar hamburgueserías.

Datum. Barcelona. 21 Marzo 2002