La cultura del botellón no es nueva, a pesar de que la polémica a escala estatal que ha suscitado sí lo sea. La opinión pública y la clase política se han comenzado a preocupar de un fenómeno que hasta ahora pasaba inadvertido.
Lo primero de todo, deberíamos saber qué es exactamente el botellón. Y es que no existe una definición inamovible. En principio, podemos creer que se trata, simplemente, de beber alcohol en la calle. Pero no es exacto ya que, al hablar de botellón, no se incluye el hecho de beber en terrazas o durante las fiestas populares. Este término se refiere fundamentalmente a los numerosos grupos de jóvenes que se reúnen en plazas y parques de las grandes ciudades en las noches de fin de semana para tomar algo con sus amigos. Aunque nos hayamos acercado algo a la idea, sigue sin ser concreta.
La idea de “botellón” tiene asociados rasgos peyorativos, es decir, se le atribuye un significado que lo convierte en algo “mal considerado”. La pregunta inevitable que surge es: ¿realmente es tan terrible que unas cuantas personas se reúnan con otras personas en un lugar determinado? Entonces, ¿de dónde viene esa aversión de ciudadanos y políticos hacia el botellón? Puede parecer que lo que molesta y lo que se quiere erradicar es el consumo de alcohol entre los jóvenes y, más concretamente, entre los menores de edad. Esto sería algo lógico; al fin y al cabo, se trata de proteger a la juventud de los vicios.
Sin embargo, los comentarios en debates, charlas, artículos y demás foros de expresión, han dejado entrever que no es el exceso de alcohol lo que preocupa, sino los “excesos” de libertad que, en ocasiones, se toman quienes practican el botellón. Con esto me refiero al griterío que generan cientos de personas a altas horas de la madrugada y al rastro que dejan allí donde pasen. Esto lo provoca tanto un grupo de personas de 16 años como otro de 40 años. La diferencia estará, en todo caso, en el civismo que cada cual como persona tenga, no en la edad.
Las personas necesitamos relacionarnos entre nosotros, reunirnos, conversar, expresarnos… Está implícito en nuestra naturaleza humana. A esto se une la propia cultura ibérica, donde se grita, se baila, se ríe y se pasan muchas horas al día en la calle, además de tener muy arraigadas las costumbres relacionadas con el alcohol. Cuando una persona va madurando, se le premia con un vaso de vino o champán en alguna celebración y el “carajillo” es todo un clásico. ¿Por qué nos extraña que se añada la costumbre del botellón? ¿Por qué molesta?
Se proponen alternativas de ocio, como el deporte o la lectura, que son perfectas para un jueves por la tarde pero totalmente fuera de lugar un sábado noche. Otras son el acudir a “pubs” o discotecas en lugar de beber en la calle. Quien lo dice seguro que no sabe el horror que producen la mayoría de esos lugares claustrofóbicos, acalorados, con música altísima (y encima mala) y donde drogas duras corren como la pólvora. El estar al aire libre en una plaza una agradable noche primaveral con quien desees tomando un cubata por menos de un euro no tiene precio y es más saludable que ir a ningún antro discotequero.
Nihao. Zaragoza. 1 Marzo 2002