Ebla: un imperio redescubierto – por David Valiente

Los medios de comunicación están muy ocupados hablando de la pandemia. Es de agradecer, porque a veces sus reportajes y crónicas me repatean. Los seres humanos somos hijos de nuestro tiempo, dicho de una manera coloquial y cercana. Pero nuestro tiempo, a diferencia de lo defendido por ciertas teorías metafísicas, no es una línea recta que viaja por el espacio como controlado por un GPS que le impide ladear su cabeza a los costados para contemplar el paisaje. El tiempo (nuestro tiempo) se codea con la vida y con toda la naturaleza existente. Por eso, también, creo que somos hijos de los acontecimientos que suceden lejos de nuestras fronteras. Es una lástima que las sociedades mediterráneas sepamos tan pocas cosas de Siria, al fin y al cabo compartimos un estrecho mar, y adquirimos una deuda cultural que hasta el momento solo hemos sabido pagar con mentiras sobre una guerra civil que nos atañe tanto como si se desarrollara en nuestro suelo.

Con esta serie, entre otras intenciones, pretendo rendir un homenaje a un territorio dañado por la hipocresía humana, a una población obligada a huir de su tierra natal por la lluvia de bombas que ha convertido sus hogares en polvo. Siria merece otro tipo de descripción, menos vinculada al patriotismo barato y a la falta de conocimiento del territorio que seguramente la suela del reportero que firma las crónicas no había pisado.  Quiero mostrar al lector la otra Siria, escondida en las yermas tierras desérticas, esa Siria que un día, hace milenios, fue el mayor imperio económico, capaz de amedrentar a los gigantes de su tiempo, pero que, como nos advierte Maquiavelo, corrió la misma suerte de todos los imperios y gobiernos: llegó a su final. Por suerte, siglos después fue descubierta por un grupo de investigadores italianos. ¡Os quiero presentar a Ebla!

¿Dónde está Ebla?

Seguramente, queridos lectores, no hayáis oído nunca esta palabra, ni siquiera en vuestros libros de historia habréis leído este nombre. Ebla, como yacimiento, se descubrió en los años 60 del siglo pasado gracias a la labor de varios investigadores de la universidad italiana de laSapienza. Su juventud y los continuos parones de las excavaciones por motivos diversos, no siempre ligados a conflictos bélicos, han provocado que el conocimiento de Ebla permanezca encorsetado en las altas esferas académicas.

La ciudad de Ebla se sitúa en Tell Mardikh, un montículo de tierra de proporciones oblongas y forma trapezoidal, que cubre una extensión total de 56 hectáreas, ubicado a 55 km de Alepo. Las proporciones del tell, si lo comparamos con otros de la zona, son considerablemente superiores y de esto se había percatado a comienzos del siglo XX una de las administraciones del protectorado francés encargadas de proteger y preservar el patrimonio sirio: la Dirección General de Antigüedades de Siria del norte. Asimismo, tanto la Dirección General de Antigüedades y Museos, institución creada tras la independencia, como los arqueólogos que destaparon el yacimiento, dieron cuenta de excavaciones clandestinas. Aún así resultó difícil creer que sobre un desierto se construyera un centro urbano con una suficiencia económica basada en la agricultura de secano complementada con una ganadería de aproximadamente dos millones de cabezas de ganado y sin recursos minerales de gran valor. Sin embargo, su situación geográfica (la Alta Mesopotamia) lo convertía en un lugar de paso de caravanas y productos; los eblaítas conocían sus debilidades, pero explotaban sus puntos fuertes sabiendo sacar gran rentabilidad de ellos. Por eso, la carencia de materias primas nunca supuso un obstáculo, pues aprovecharon sus redes de comunicaciones y su situación privilegiada para traerlas de cualquier otra parte del ecúmene oriental. Su sistema comercial llegó a alcanzar zonas diametralmente opuestas como Egipto y el actual Irán.

De ahí los tremendos problemas para determinar qué territorios eblaítas son de facto y con cuales simplemente mantuvieron relaciones comerciales o de “vasallaje”. Además dificulta mucho esta labor el hecho de que la Siria del tercer milenio se componía de un conglomerado de pequeños reinos con características culturales y políticas muy similares. En la actualidad, los investigadores afirman que los límites del poder fáctico de Ebla se deben situar por el norte en la ciudad de Urshu (sur de Turquía); por el este, el límite se encontraría en la ciudad de Emar; la zona oeste para los investigadores aún está por determinar, Pettinato afirma que su control se extendió hasta la ciudad de Biblos (actual Líbano), pero otros disienten, decantándose por una relación amistosa entre la dos ciudades, y un intercambio de productos ininterrumpido. Al igual que por el oeste, las líneas de demarcación sureñas son poco claras, aunque la mayoría de investigadores apuntan a la ciudad de Hasor (Canaán) como candidata, ya que algunos archivos han revelado que hubo funcionarios desempeñando labores administrativas dentro de su palacio.

Nuestro objetivo: los Archivos Reales

Tell Mardikh alberga restos datados desde la prehistoria hasta el siglo VII d.C. Sería interesante desgranar cada una de las etapas del yacimiento, pero por cuestiones de tiempo nos centraremos en el primer periodo de máximo esplendor de Ebla, denominado por los investigadores como el periodo de los Archivos Reales (recibe este nombre porque en Tell Mardikh se halló una inmensa biblioteca con más de 2000 documentos en perfectas condiciones y alrededor de 6000 fragmentos, de los que tendremos el placer de hablar en otro momento). Además, los extractos correspondientes a esta etapa de la historia han dado a los investigadores ingentes cantidades de material para reconstruir las formas de actuar del gobierno eblaíta. Aunque los expertos aún andan a la gresca para determinar con exactitud la fecha correspondiente al periodo de los Archivos Reales, cierto consenso temporal establece su paroxismo de poder entre los años 2400 a.C 2300 a.C, un siglo de apasionantes disputas académicas, como comprobaremos más adelante.

¿Por qué Ebla estuvo tanto tiempo bajo tierra?

La andadura comenzó cuando el lingüista y arqueólogo Sabatino Moscati propuso a Paolo Matthiae, por aquel entonces un joven interesado en la historia del arte, emprender una campaña arqueológica en Siria. La convicción de Matthiae y de otros miembros de la misión, vinculados a la Universidad de la Sapienza, sacaron a la luz,  algo más de un siglo después de realizarse los grandes descubrimientos arqueológicos en el Cercano Oriente, la ciudad de Ebla, que yacía incólume bajo capas de sedimentos terrosos; demasiado tarde para ser un yacimiento de cierta relevancia y en una tierra frecuentada por aventureros, orientalistas, arqueólogos aficionados y diplomáticos, muy dados a las lides arqueológicas. Si bien a inicios del siglo XX se apuntaron posibles localidades para el yacimiento, ninguno había acertado a la hora de horadar la tierra con la piqueta; quien más se aproximó fue W.F. Albright que, en 1926, sitúo a Ebla en un montículo a 5 km de distancia de Tell Mardikh. Albright, orientalista de profesión, publicó los resultados de su estudio en un libro de viajes que vio la luz 34 años después.

Giovanni Pettinato- hablaremos de él en la siguiente entrada- afirma tajantemente que Ebla no ha recibido un trato igualitario a otros yacimientos de la zona: “Los arqueólogos no lo consideraban importante para la reconstrucción de la historia del Periodo Preclásico”. Aunque el lingüista acertó en muchas teorías, erró en este punto. Son muchas las causas por las que Ebla no fue descubierta antes, sin ir más lejos, las referencias textuales, vitales para la labor arqueológica, son escasas fuera del contexto literario del tercer milenio. La primera referencia de Ebla se descubrió en el templo de Karnak, Egipto, por la misión napoleónica de 1798. La inscripción se encuentra en una de las paredes del recinto sagrado y hace referencia al conglomerado de ciudades sirias que estuvieron bajo el control directo de Tutmosis III. Hubo que esperar al descubrimiento del Imperio acadio y a las fanfarronerías de Sargón que, según una inscripción, el dios del cereal y la agricultura, Dagan, “le dio el País Superior: Mari, Jarmuti y Ebla, hasta el bosque de los cedros y hasta la montaña de plata”.

Sin embargo, la gran fuente de la que vivían los investigadores de finales del siglo XIX y principios del XX para localizar nuevas culturas desaparecidas bajo la tierra era la Biblia. No hay referencias a un reino que respondiera al nombre de Ebla; por otro lado, el azar tampoco jugó un papel justo con Ebla, pues no permitió que las inquietudes de algún Heinrich Schliemann pusieran la piqueta en el tell correcto.

Tampoco podemos obviar la cuestión política, relevante cuando hablamos de territorios con conflictos particulares como los del Próximo Oriente. Tras la independencia del territorio sirio en 1946, la nueva administración crea la Dirección General de Antigüedades y Museos con la finalidad de recuperar el pasado oculto y reforzar la idea de comunidad a través de un elemento denostado y de vital importancia como es la cultura. Los gobiernos democráticos, primero, y años después el neodespotismo de Hafez al-Assad pretendían probar que antaño, la actual Siria albergó poderes económicos y políticos comparables a los que hace unas décadas los sojuzgaron; también trataron de demostrar que la Alta Mesopotamia nada tenía que envidiar en cuanto a riqueza histórica se refiere a su vecina la Baja Mesopotamia. Comenzó una carrera contrarreloj para demostrar que, por lo menos, culturalmente la independencia de Siria estaba más que justificada. Por ello, el gobierno dio concesiones a investigadores extranjeros de todos los países, y estos, ni cortos ni perezosos, se trasladaron a Siria para extraer sus riquezas de la estepa indómita.

En la próxima pieza, nos adentraremos en el fascínate mundo de las ruinas eblaítas; caminaremos por las tripas que los arqueólogos abrieron a finales de los años 60 del siglo pasado.

David Valiente Jiménez. Madrid
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Septiembre 2020.