Crimea: crónica de una secesión anunciada – por Octavi Mallorquí

El pasado domingo 9 de marzo los crimeanos acudieron a las urnas para decidir su futuro. Con una participación de un 80%, más del 95% de los votantes se manifestaron a favor de la unión con Rusia. Y a continuación el parlamento de Crimea, donde 78 de los 100 diputados se declaran abiertamente pro-rusos ha solicitado la integración a la “madre patria”. La Federación Rusa ya ha anunciado su intención de aceptar a este estratégico territorio en su seno. El actual gobierno ucraniano, por su lado, ha advertido que no aceptará el resultado de este referéndum pero poco podrá hacer más allá de mostrar su indignación ante el gigante ruso.

Ya dijimos en un anterior artículo como en 1954 Crimea había sido entregada a la república soviética de Ucrania por Nikita Krushev. Aquello se hizo según la propaganda oficial para conmemorar el 300 aniversario del Tratado de Pereyaslav que desvinculaba a los cosacos ucranianos de Polonia y los aliaba con los zares de Rusia. Lo cierto es que ninguno de sus sucesores en el Kremlin se preocupó en derogar aquella cesión, y así nos encontramos en 1991 con la disolución de la URSS en la que para evitar un pandemónium de movimientos de fronteras se estableció que sólo tenían derecho a la independencia las 15 repúblicas que constituían el imperio soviético, manteniendo la integridad de sus fronteras internas. Sin ninguna duda Rusia se llevó la peor parte de aquella decisión pues se cortó el cordón umbilical que unía a millones de rusos con su patria. Quizá el caso más flagrante fue el de Crimea, pero ha habido otros que estos últimos años ya han sido noticia como Osetia del Sur, Abkhazia o el Transdniester. Todos ellos resueltos de manera no muy satisfactoria con estados fantasmas sólo reconocidos por la Federación Rusa.

Desde 1991, cuando desapareció la URSS, el censo de Crimea poco ha variado. Con una población cercana a los dos millones de habitantes el 60% de la población se declara rusa, un 25% ucraniana, y el restante 15% es un conglomerado de diversas nacionalidades donde destacan los tártaros, pueblo autóctono de Crimea. Desde entonces y hasta ahora los tártaros son el único grupo que ha aumentado su presencia en la península pues tras la independencia de Ucrania aproximadamente 200 mil de ellos regresaron a su tierra de origen desde el exilio en Asia Central al que fueron enviados por Stalin por su presunta colaboración con los nazis. Volvieron esos tártaros pensando que así escapaban para siempre de los rusos y paradojas de la vida un cuarto de siglo después vuelven a caer en las redes de Moscú. Los tártaros son musulmanes y eso añade un elemento de tensión con los eslavos cristiano-ortodoxos.

Hagamos un repaso a la cronología de los hechos. Ya en mayo de 1992 el Parlamento autónomo de Crimea promulgó una declaración de secesión pendiente de celebrar un referéndum que la ratificara, ni tan siquiera había pasado un año de la independencia de Ucrania y los rusos crimeanos ya pensaban en abandonar la nave. El parlamento ucraniano respondió anulando dicha declaración secesionista y a su vez la Duma anulando la entrega territorial de 1954. Las espadas estaban en todo lo alto. Para completar el cuadro, las quince comarcas septentrionales, las únicas de mayoría no rusa, amenazaron con separarse del resto de Crimea si seguía adelante el proceso de ruptura.

Aquellos eran malos días para la orgullosa Rusia con una crisis económica galopante y una situación política nada halagüeña, así que el presidente ruso Boris Yeltsin optó en junio de 1992 por un pacto con Ucrania que volvía al redil a los crimeanos a cambio de otorgarles una mayor autonomía, pero renunciando a la secesión. El embajador Leonid Smoliakov declaró solemnemente que la Federación Rusa respetaría la independencia e integridad territorial del estado ucraniano.

Pero a principios de 1994 volvía la tensión a Crimea cuando el gobierno de Ucrania expulsaba del país a periodistas rusos acusados de animar a la rebelión a los crimeanos.

Al año siguiente y ante la política separatista del presidente regional Yuri Meshkov el Tribunal Supremo de Ucrania anulaba la Constitución de Crimea y el presidente ucraniano Leonid Kuchma tomaba el control directo de la península imponiendo entre otras una ley que limitaba la recepción de las televisiones rusas al considerar que eran un peligro para la unidad territorial. Los enfrentamientos no se hicieron esperar pero el gobierno de Kiev no parecía dispuesto a ceder por lo que gracias a la mediación una vez más de Yeltsin y con el objetivo de apaciguar los ánimos los representantes políticos de los rusos de Crimea reconocieron su pertenencia a Ucrania. Aquellos eran años de deshielo y una intervención militar rusa como la que hemos vivido estos días era impensable.

En junio de 1996 se aprobó una nueva constitución para Crimea avalada por Kiev que devolvía la autonomía al territorio, ampliada si cabe, siempre y cuando las leyes aprobadas por el parlamento regional no entraran en pugna con las del estado ucraniano.

Lejos de calmarse el conflicto ese mismo 1996 Rusia se negó a delimitar definitivamente las fronteras con Ucrania y añadió más madera cuando a finales de año el alcalde de Moscú Yuri Luzhkov visitaba Sebastopol, única ciudad de la península que no formaba parte de Ucrania por su carácter estratégico de base naval, y que se interpretó como un guiño a los habitantes rusos de toda la península.

Puede que no fuera más que una treta política para conseguir un mejor acuerdo bilateral, ya que unos meses más tarde, los presidentes Kuchma y Yeltsin firmaban en Kiev un tratado de amistad por el que se reconocía la independencia e integridad mutua; la antigua flota soviética del Mar Negro pasaba en un 80% a manos rusas; se les alquilaba los puertos ucranianos por un plazo de veinte años a cambio de una cantidad nada desdeñable de 150 millones de dólares; y se garantizaba la protección de la minoría rusa en Ucrania y de la ucraniana en Rusia.

No era un mal acuerdo, pero en Sebastopol se produjeron duros enfrentamientos entre la policía y manifestantes pro-rusos que consideraban que Yeltsin los había traicionado pues la torna del citado acuerdo de amistad fue la entrega de esta ciudad a Ucrania, aunque con un estatuto autónomo propio. Por cierto que ya el pasado 6 de marzo Sebastopol cortó amarras con Ucrania y proclamó su integración en la Federación Rusa.

En realidad ahora sabemos que aquel ya lejano tratado de amistad de 1997 era un parche, un tomar aire de cara a un nuevo envite.

Cambió la estrategia con la llegada al Kremlin de Vladimir Putin. A mediados de 1999 era ya primer ministro y hombre de confianza de Yeltsin, todos lo percibían como su sucesor aunque con los antecedentes de Yeltsin pocos intuían su fuerte liderazgo.

Empezaba así una partida de ajedrez, al más puro estilo Guerra Fría, que ha durado más de una década. Ya no se trataba de que Crimea o el sur-este rusófono de Ucrania (conocido históricamente como la “Nueva Rusia”) se separaran del resto del país, sino de caza mayor, que toda Ucrania gravitara entorno a Moscú, a imitación de lo sucedido en Bielorrusia. Y para lograr este objetivo se pensaba utilizar la fuerza de la demografía en las urnas, es decir que electoralmente la mayoría rusófona llevara a la presidencia de Kiev a dirigentes afines a Moscú. Claro está que desde el otro lado, el occidental, se ha jugado a lo mismo, a apoyar a políticos partidarios de sus intereses aunque sin tanto éxito pues mientras el rusófono Partido de las Regiones se ha mostrado siempre compacto, la nota predominante de los candidatos pro-occidentales han sido las disputas internas.

Desde la llegada al poder de Putin, el conflicto de Crimea se había mantenido en una situación de stand by, con la esperanza de que Ucrania entera virara hacia Moscú y evitar así un previsible choque de trenes. Si observamos los resultados electorales que se habían producido en la península observaremos como masivamente se había votado a candidatos pro-rusos. Ya en las presidenciales de 1999 se apoyó al líder comunista Piotr Simonenko que estuvo a punto de sorprender al todopoderoso Kuchma, para posteriormente volcarse a favor del gobernador de Donetsk Viktor Yanukovich, que ya llevaba un par de años ejerciendo de primer ministro y que estaba llamado a ser el hombre de Putin en Ucrania, “el Lukaixenko ucraniano”. Tanto en las elecciones de 2004, que tuvieron que repetirse por fraude, como en las de 2010, en las que finalmente Yanukovich accedió a la presidencia de Kiev, los crimeanos lo votaron abrumadoramente, con más del 80 % de los votos en ambas ocasiones.

Tal y como se esperaba, con Yanukovich el giro pro-ruso fue un hecho, los ventajosos acuerdos energéticos y crediticios o el alargo hasta 2047 de la presencia de la armada rusa en Sebastopol fueron exponentes de ello. Cuando en noviembre 2013 el presidente Yanukovich daba carpetazo a las negociaciones iniciadas por sus antecesores con la Unión Europea y se inclinaba por la Unión Aduanera propuesta por Putin parecía que Ucrania iba a ser definitivamente engullida por el gigante ruso, con la satisfacción claro está de Crimea y el sur-este ucraniano pero ahí es cuando se iniciaron las protestas populares conocidas como del Euromaidan, etiquetadas de europeistas y en las que el principal elemento aglutinador fue su carácter nacionalista, o si queremos decirlo de otra manera anti-ruso. Durante semanas se mantuvo un feroz pulso entre la policía y los opositores en el centro de Kiev, hasta que sorprendentemente Yanukovich abandonaba el poder el 22 de febrero de 2014 huyendo a Rusia. El cambio de régimen era un hecho, pero la ruptura de Ucrania también.

Seamos sinceros, ni el fraude electoral ni el envenenamiento por Dioxina, hechos que sucedieron en las elecciones de 2004, son acciones lícitas, pero el Euromaidan ha significado romper la baraja, legitimar un golpe de estado. Creo que es esa y no otra la razón del actual zarpazo de Vladimir Putin. Enrabietado y considerando que no podrá llevarse todo el pastel (Ucrania), tiene como premio de consolación a Crimea y quizá la “Nueva Rusia”, y es probable que los Estados Unidos y la Unión Europea, en el fondo, más allá de declaraciones teatrales, ya les parezca bien, pues ellos han logrado quedarse con Kiev.

Octavi Mallorquí Vicens. Historiador. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Marzo 2014.

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