Anticlericalismo en España (1812-1936) – por Francesc Sánchez

El trabajo que viene a continuación se va a centrar en el fenómeno del anticlericalismo en Cataluña y en España desde principios del siglo diecinueve, en el momento en que entran en el país las ideas ilustradas, hasta la violencia sin precedentes contra el clero que se desató durante la guerra civil en el siglo veinte.

Empecemos por la definición que da la Real Academia de la Lengua de clericalismo: 1. una influencia excesiva del clero en los asuntos políticos. 2. una intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos a los demás miembros del pueblo de Dios. y 3. Marcada afección y sumisión al clero y sus directrices. En cuando al anticlericalismo la define como: 1. doctrina o procedimiento contra el clericalismo. y 2. una animosidad contra todo lo que se relaciona con el clero.

Por lo tanto el anticlericalismo existe porque hay clericalismo. En nuestro tiempo en un país más secularizado no existe la violencia anticlerical pero en el pasado existió como consecuencia del clericalismo. Es decir, si en el pasado hubo violencia contra la Iglesia católica, sus miembros, sus conventos y sus templos fue porque el poder eclesiástico ejerció, directamente o indirectamente a través de las instituciones del estado, una violencia contra la sociedad. Puede resultar inflexible este argumento pero me temo que de otra manera seremos incapaces de comprender como las turbas la tomaron con el clero en momentos de máxima tensión social.

Antecedentes

La Iglesia católica desde su existencia ha formado parte de la sociedad y ante todo de la estructura de poder que integra el sistema de poder. Antes de su existencia los cristianos fueron perseguidos por el Imperio romano hasta que el emperador Constantino los integró en su seno y se apropió del cristianismo convirtiéndola en la religión oficial, es en ese momento cuando nace la Iglesia católica. Durante la Edad Media los oratores eran uno de los pilares de la triada constituida también por bellatores y laboratores: mientras los señores feudales y caballeros poseían el poder político y militar los clérigos atesoraban el conocimiento y ofrecían la ideología para sujetar a los campesinos. La Santa Inquisición medieval en manos de la Iglesia ejercía el terror para perseguir las herejías (por ejemplo la de los cataros que llegaron a generar un poder autónomo o la de los dulcinistas que destruían posesiones de la Iglesia) y mantener el control social torturando y quemando brujas y los que consideraban desviados. La Inquisición en la Edad Moderna cumplió la misma función esta vez claramente al servicio de la monarquía persiguiendo tanto la disidencia política como la religiosa. Durante estas dos épocas las clases populares criticaban los vicios clericales, había una reprobación moral contra los integrantes de la Iglesia, hasta el punto que se componían coplas, chistes, cuentecillos, proverbios y refranes como estos:

«Ni por lumbre a casa del cura va segura la moza», «El abad que no tiene hijos es que le faltan argamandijos», «En la casa del cura siempre hay hartura», «Fraile franciscano, el papo abierto y el saco cerrado» (Cueva, 2000).

Pero en ningún momento se cuestionan los dogmas ni a la institución eclesiástica solo a sus miembros. Se cuestiona y se denuncia la lujuria, la avaricia, la glotonería, la pereza, la ignorancia, la brutalidad y la doblez. El cambio viene en el momento que Lutero ve la corrupción de Roma, denuncia el negocio de las indulgencias, cuelga sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, y ante la imposibilidad de reformar la Iglesia asistimos a la ruptura de la Cristiandad y la emergencia de la Reforma Protestante. Roma hace su propia reforma en el Concilio de Trento entre 1546 y 1563 pero ya nada será como antes. Es entonces cuando se asiste a una violencia incontrolada de la mano de los anabaptistas contra las posesiones de la Iglesia católica y su clero, y se inician las guerras de religión entre los ejércitos de los protestantes y de los católicos. Las monarquías zanjaran el problema bajo el principio del Cuius regio, eius religio, es decir el pueblo adopta la confesión religiosa que mantiene el monarca o el príncipe. Puede considerarse que este tipo de violencia entre los integrantes de diferentes confesiones religiosas fue también una suerte de anticlericalismo. Las guerras de religión destruyeron la Cristiandad romana pero fueron determinantes en la formación de las monarquías absolutas que con el paso del tiempo darán como resultado los actuales estados. Esto lo podemos ver en la Inglaterra de Enrique VIII cuando el monarca rompe con Roma -y de paso se queda con sus tierras y posesiones- para instaurar el anglicanismo como su propia iglesia nacional. La revolución que inicia Cromwell en 1646 y que termina en 1689 con la Revolución Gloriosa es un importante paso hacia la democratización y secularización del Estado. En el continente en la Francia del 1789 el Tercer Estado, que hasta entonces no había sido nada y desde entonces lo será todo, quiere terminar con el Antiguo Régimen en el que la Iglesia católica seguía siendo uno de sus estamentos. Todo esto en España no sucedió y por eso el antropólogo Manuel Delgado argumenta que el anticlericalismo español vendría a ser una revolución pendiente hija de la modernización que promulgaban los liberales en la búsqueda de la separación de la Iglesia y el Estado y la secularización de la sociedad. Más tarde este componente ideológico liberal lo harán suyo en parte los republicanos, los socialistas y los anarquistas.

Luces y sombras

La influencia de las ideas de la Revolución Francesa entran en una España invadida por los ejércitos napoleónicos y se materializan en las Cortes de Cádiz de 1812 en la primera constitución liberal. Este es el momento, por primera vez en España, cuando los liberales combatiendo al Antiguo Régimen quieren quitarle el poder a la Iglesia y supeditarla al Estado. Desde el principio la Iglesia católica se opone a las Cortes de Cádiz y al Trienio Liberal porque no quiere perder sus privilegios. Es estonces cuando aparece por primera vez la violencia anticlerical dándose casos como el del cura Vinuesa en el Madrid de 1821 cuando es encarcelado por conspiración y la turba después de asaltar la cárcel lo asesina.

El regreso de Fernando VII y la vuelta al absolutismo vuelve a dejar las cosas prácticamente como estaban. Durante el Trienio Liberal han muerto 95 religiosos y sacerdotes y a su termino se procede a una brutal represión contra los liberales. En la disputa sucesoria entre María Cristina, que ejerce de regente por ser Isabel menor de edad, y Carlos María Isidro, hermano de Fernando, que enfrenta a los liberales con los carlistas, la Iglesia católica toma partido por estos últimos, tanto ideológicamente como materialmente dando apoyo, refugio y aportando mandos militares (de aquí vendrá el término del capellán trabucaire). Todo esto va generando una memoria y un rencor hacia el clero entre las clases populares. Entre 1834 y 1835 se producen matanzas de frailes en Madrid perdiendo la vida 78 jesuitas cuando las clases populares les acusan de la extensión del cólera. Los motines se extienden a Reus, Barcelona, Zaragoza y Murcia. Se queman edificios religiosos y se asaltan conventos matándose 85 frailes y religiosos.

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El episodio de Reus, donde los carlistas ejecutan a cinco milicianos de la ciudad y se produce como respuesta la ira contra un clero considerado aliado del carlismo y por lo tanto responsable, tiene su reflejo en Barcelona. La noticia de estos sucesos llega una tarde de domingo en la plaza de toros de la Barceloneta donde había habido una mala corrida, y el malestar popular por el mal espectáculo se suma a la indignación por los hechos de Reus, iniciándose una bullanga contra los conventos de la ciudad. Trece conventos fueron atacados, cinco quemados, y trece clérigos asesinados. Estos hechos fueron posibles por la pasividad de la milicia de la ciudad, que protegía a los clérigos desalojados y a los edificios cercanos a los conventos del fuego, pero nada hizo por impedir los ataques y la quema. Se ha argumento que la clase burguesa liberal de la ciudad, incluida la moderada, no hizo nada porque la desaparición de los conventos dejaba libre nuevos solares para su posterior urbanización. La quema de la fabrica de la Bona Plata por la misma turba, esta vez en contra de una modernización mecánica que quitaba puestos de trabajo, ya fue considerada una desgracia.

Desde entonces los diferentes gobiernos liberales adoptan medidas para reducir el poder del clero. Se procede a la expulsión de los jesuitas y a la supresión de las comunidades religiosas masculinas y una parte de las femeninas. Se abolieron los diezmos y primicias, se desamortizó la propiedad de la Iglesia (Desamortización de Mendizábal en 1836) y se vigiló a los obispos y sacerdotes problemáticos. Con la llegada al poder de los moderados se busca un entendimiento con la Iglesia firmándose un Concordato. En el bienio progresista de (1854 y 1856) se produce algún motín y algún incendio y durante el Sexenio Democrático (del 1868 a 1874) en el contexto de la tercera guerra carlista se produce el asesinato del gobernador de Burgos en manos de exaltados católicos.

Con la nueva Restauración borbónica en 1874 los donativos a la Iglesia católica por parte de la aristocracia y de la burguesía se incrementan, se restablecen las congregaciones religiosas, se abren nuevos seminarios, y se incrementan las demostraciones públicas de piedad. Entre 1860 y 1910 había 30.000 sacerdotes. El número de frailes del clero regular en las ordenes masculinas aumenta de 1.700 a más de 13.000. En cuanto a las ordenes femeninas las monjas pasan de 19.000 a 46.000. El número de conventos pasa de 1.200 en 1888 a 3.100 en 1901. Las medidas secularizadoras y anticlericales de la Tercera República francesa hacen que las ordenes religiosas dedicadas a la educación se trasladen a España, muchas de ellas a Barcelona. La Iglesia católica durante la Restauración tiene la hegemonía en la educación de los jóvenes y en la asistencia social a través de la beneficencia.

Al mismo tiempo que esto sucede con el traspaso de siglo el sentimiento anticlerical se incrementa, ahora no tanto en los liberales como en los republicanos y en las clases populares. Muchos responsabilizaban a las ordenes religiosas del desastre en 1898 en Filipinas donde su forma de actuar habría generado el sentimiento de rechazo hacia los españoles que se tradujo en una insurrección y con la intervención norteamericana en la perdida de la colonia. Se crean cada vez más logias masónicas y sociedades librepensadoras como espacios de sociabilidad y de sustento del ideal laico. Aparecen periódicos republicanos y semanarios especializados como Las Dominicales del Libre Pensamiento, El Motín o la revista satírica La Flaca marcadamente anticlerical.

Entonces en 1901 se produce lo que se ha venido a llamar ‘el año anticlerical’. Julio de la Cueva Merino argumenta tres detonantes: la boda de la princesa de Asturias con el hijo del jefe carlista Conde de Caserta, la causa judicial de Adelaida Ubau, una joven que ingresó en un convento sin el consentimiento de sus padres, y la obra de Electra de Benito Pérez Galdós que reflejaba el caso de la joven Ubau. Un río de gente entre vivas y mueras recorrieron las calles de Madrid enfrentándose a la policía y la Guardia Civil, atacando coches de autoridades civiles y eclesiásticas, y apedreando conventos. Este movimiento sin dirección política pronto se extendió por Barcelona, Valencia, Santander y otras poblaciones.

Pero 1901 también fue el año en el que el pedagogo y librepensador Francisco Ferrer y Guardia funda la Escuela Moderna como un contrapunto a las escuelas de las congregaciones religiosas con el objetivo de educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva.

Conventos en llamas

En 1909 una sublevación de las tribus rifeñas en Marruecos lleva al gobierno de Maura a enviar miles de reclutas a luchar en lo que se conoce como la guerra del Riff. Esta guerra que se producía veinte años después de la perdida de las colonias de Cuba y Filipinas frente a sus habitantes y los norteamericanos buscaba provocar un efecto propagandístico a nivel internacional y asegurar los importantes yacimientos de plomo y hierro para la Compañía del Norte Africano y la Sociedad Española de las Minas del Riff.

La semana que va del 26 de Julio al 1 de Agosto se produce en Barcelona lo que se ha conocido como la Semana Trágica, una huelga general convocada por el sindicato Solidad Obrera y una revuelta popular en contra de la guerra en la que la ira del anticlericalismo hace nuevamente acto de presencia.

El detonante se dio en el puerto cuando un grupo de mujeres burguesas (las que habían salvado a sus hijos de ir a la guerra aportando dinero) empezaron a repartir rosarios, escapularios y medallas de la virgen a los reclutas que estaban embarcando y las madres de los mismos las empezaron a increpar. El conflicto se extendió por toda la ciudad formándose barricadas y siendo asaltadas casetas de consumos, los tranvías y comisarías. Sin embargo, la ira pronto se desvió hacia los conventos, las iglesias y escuelas religiosas. Más de ochenta ardieron y en algunos casos se profanaron cadáveres de monjas sacándolos a la calle. El gobierno envió al ejército a la ciudad y en los enfrentamientos en las calles se produjeron más de cien muertes.

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Tras la sofocación de la revuelta se suspendieron las garantías constitucionales y llegó la represión produciéndose más de 2.500 detenciones (la mayoría anarquistas y republicanos radicales), de las cuales 1.725 fueron juzgadas, y de éstas 59 fueron condenadas a cadena perpetua. Cinco personas fueron ejecutadas, entre ellas un disminuido mental que bailó con uno de los cadáveres, y Francisco Ferrer y Guardia, el creador de la Escuela Moderna, que consideraron autor intelectual de la revuelta. Las escuelas laicas y los centros obreros y republicanos fueron clausurados.

Una semana después La Lliga Regionalista llamó a la delación en su periódico la Veu de Catalunya a través del artículo ¡Delatad!:

«Quien conozca a los culpables tiene el deber de ayudar la acción de la justicia que los persigue. No hay excusas que valgan. Pero yo siento miedo de que la cobardía de muchos, disfrazada de buen corazón y de humanitarismo, deje sola la justicia» (Marín, 2009:304)

Su director, Enric Prat de la Riba, en cambio se negó a publicar el artículo ‘La ciutat del perdó’ de Joan Maragall, porque consideraba que su partido no podía dejar solo a Maura en estos difíciles momentos. La Lliga Regionalista en su forma de actuar perdió fuerza electoral mientras el Partido Radical de Alejandro Lerroux la aumentó. Este partido no supo o no quiso reconducir la revuelta pero Dolors Marín se plantea si el periódico republicano El Progreso alentó a la misma cuando publicaron el 18 de Julio una canción popular bajo el epígrafe Remember! que rememoraba en positivo la quema de conventos de 1835 y que decía así:

«Hoy hace setenta y cuatro años que no se celebra ninguna corrida de toros en el antiguo circo, porque en 1835…

El día de Sant Jaume
de l’any 35,
hi va haver gran gresca
a dintre del Torín.
Van sortir set toros,
tots van ser dolents.
Això va ser la causa
de la crema del convents.» (Marín, 2009:255)

Muchos de los que participaron en la revuelta eran anarquistas pero también eran bases o simpatizantes del Partido Radical. Las militantes de este partido, conocidas como Damas Rojas, estuvieron tanto en el puerto al inicio de la revuelta como durante la quema de los conventos. Sea como sea el Partido Radical finalmente rentabilizó políticamente a su favor la revuelta. En cualquier caso se ha de decir también y aunque parezca paradójico que las clases populares se desengañaron de los partidos políticos y se acercaron más al anarquismo, creándose un año después el sindicato de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

El historiador Vicens Vives lo interpretó así:

«La represión de la rebelión barcelonesa fue muy dura: los obreros quedaron anonadados. Muchos de ellos se desengañaron definitivamente de los políticos que durante un decenio los habían incitado con su demagogia y que los abandonaron en los hechos de julio. Este desengaño fue terreno abonado para el desarrollo del anarcosindicalismo. La burguesía, atemorizada al principio, recuperó poco a poco sus fuerzas; pero no olvidó la experiencia de 1909. Los buenos propósitos democráticos de 1901 se fueron esfumando y se empezó a suspirar por una política de mano de hierro y de orden público.» (Marín, 2009:335)

Y efectivamente en el mes de septiembre de 1923 se da el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera y se establece una dictadura durante siete años con el ferviente apoyo de la Iglesia católica.

El último intento secularizador

Muchas veces es un lugar común llamar a los gobiernos o a la propia República anticlericales. Por esta razón creo conveniente mencionar como quedaban las cosas en la Constitución de 1931 con respeto a la religión y a la educación.

El estado republicano no tiene religión oficial, no hay privilegios jurídicos para nadie, todas las confesiones religiosas son consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial, y el estado no mantiene ni auxilia a las Iglesias o asociaciones religiosas. En cuanto a las ordenes religiosas quedaron disueltas las que tenían aparte de los tres votos canónicos la obediencia hacia el Vaticano y sus bienes fueron nacionalizados.

La libertad de conciencia y el derecho a profesar y practicar libremente cualquier religión estaba garantizado, sin que nadie estuviera obligado a declarar sus creencias. Los cementerios pasaron a la jurisdicción civil. Todas las confesiones religiosas podían ejercer su culto en sus templos, mientras que las manifestaciones públicas debían ser autorizadas.

En cuanto a la enseñanza era laica con los valores del esfuerzo, el trabajo y la solidaridad. Se reconocía que las Iglesias pudieran impartir su doctrina en sus establecimientos, pero se impedía a las ordenes religiosas ejercer la enseñanza. La enseñanza primaria era gratuita y obligatoria, y se facilitaba a los necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza. Los maestros eran funcionarios públicos y quedaba garantizada la libertad de cátedra.

La Iglesia católica desde el principio se opuso a la República: «El cardenal Segura hizo publicar en el boletín de la diócesis de Toledo una pastoral condenando el nuevo sistema político, en señalar que los católicos no podían quedarse inactivos contra los enemigos de Cristo». (Sánchez Cervello, 2013)

Durante la Segunda República, dejando de lado las tensiones que provocaban las procesiones y algunos enfrentamientos entre católicos y anticlericales, se produjeron dos episodios anticlericales de importancia. El primero de ellos se produjo el 10 de Mayo de 1931 en Madrid después de la inauguración del Circulo Monárquico Independiente. Al finalizar el acto hicieron sonar la Marcha Real y empezó a formarse un tumulto que terminó violentamente cuando se corrió el falso rumor de que los monárquicos habían matado a un republicano. Se producen dos movilizaciones una hacia el diario ABC y otra hacia la Puerta del Sol en el curso de las cuales la Guardia Civil mata a dos personas. Al día siguiente, 11 de Mayo, se empiezan a quemar conventos en Madrid, el 12 de Mayo los incendios llegan a Levante y a Andalucía (donde se queman todos los conventos, todas las iglesias y el palacio episcopal). La prensa republicana culpó de los hechos de Madrid a los monárquicos y a los frailes, aunque más tarde se ha responsabilizado a los círculos de izquierdas y a los anarquistas. Miguel Maura, el que era inistro de Gobernación durante ese periodo, cuenta como un capitán del ejército el de 10 de Mayo le dijo que en el Ateneo de Madrid se estaban preparando con gasolina, trapos y listas para incendiar conventos. Julio de la Cueva Merino menciona que Ramón Franco (el hermano de Francisco Franco) y Pablo Rada trajeron el combustible. Tras estos hechos, aunque luego se dio marcha atrás, el gobierno disolvió por decreto la Compañía de Jesús.

Durante el bienio de derechas en la conocida como Revolución de Asturias de 1934 el anticlericalismo también hace acto de presencia. Se quemaron 58 iglesias, el palacio episcopal, y el seminario de Oviedo. Se llegó hasta a dinamitar la Cámara Santa de la catedral. Durante esta revolución, que como sabemos no prosperó, murieron 34 religiosos en todo el país (31 en Asturias). Julio de la Cueva Merino señala que por primera vez los religiosos, al lado de los técnicos de minas, capataces, comerciantes, rentistas y guardias civiles, fueron señalados como objetivos.

Arden mil años de clericalismo

En cuanto al anticlericalismo durante los primeros meses de la guerra civil cobra una nueva dimensión, se queman templos y conventos, se destrozan imágenes, pero también se asesina a los clérigos sistemáticamente: se estima que 6.832 miembros de la Iglesia fueron asesinados en la retaguardia republicana. Los ejecutores de estos crímenes eran criminales comunes y elementos incontrolados de diferentes adscripciones políticas (entre ellas se ha puesto mucho énfasis en milicianos de la CNT y la FAI, también del POUM, aunque se produjeron asesinatos de curas también en zonas hegemónicas del PSOE como la Mancha) que en muchas ocasiones llegaban en patrullas a los pueblos desde centros urbanos más grandes en un contexto de vacío de poder dejado por la sublevación militar durante los tres primeros meses de la guerra y que impide a la República tomar el control de la situación. Este anticlericalismo fue contra la vida de los curas pero también contra templos (la mayoría de templos incendiados o no pasaron a tener otras funciones para la comunidad) e imágenes (se llegaron no solo a quemar Cristos y otras imágenes si no también a fusilarlas). Por lo que todo esto indica que consciente o inconscientemente había una voluntad de destruir cualquier presencia religiosa porque representaba simbólicamente un mundo y un estado de cosas que la revolución social pretendía cambiar.

En este sentido un colaborador en el periódico anarquista Solidaridad Obrera decía cosas como ésta: «Hay que destruir (…) Y sobre las cenizas de tanta barbarie, construir el monumento a la Libertad». «Sin titubeos, a sangre y fuego» (Cueva, 2000).

Esta destrucción de imágenes que mencionaba más arriba en muchas ocasiones seguía un ritual que describe el padre Andreu de Palma para el caso del Santo Cristo de Piera:

«Las hordas marxistas se habían conjurado contra el Santo Cristo de Piera: y el dulce atractivo de las multitudes iba a ser blanco de sus siniestros propósitos.

La turba profanadora entró en el sagrado templo y se dirigió al Camaril del Santo Cristo. Un clamor unánime entre ellos profirió la sacrílega blasfemia: «No queremos que reines sobre nosotros». Y el Cristo fue destronado, arrancado del Camaril y quemado en el centro de su misma Capilla. El cristo prodigioso resistió la acción del fuego, mientras el templo parroquial era profanado y destruido.

Algunos devotos pierenses escondieron, más tarde, la imagen ilesa en el huerto de la Rectoría. Pero, descubierto el hecho por el murmurio de los indiscretos, al siguiente día 22 volvieron los esbirros insaciables en sus iras y desenterrada la imagen, fue sacada y arrastrada hacia la Plaza llamada de las Monges, donde profanada por segunda vez, le prendieron fuego, custodiándola hasta su total aniquilamiento.» (Delgado, 2002: 116)

Dicho esto cabe decir que esta violencia no fue exclusivamente contra un clero que simbolizaba para sus ejecutores la opresión, estando esta ligada en muchos casos a rencillas o a combatir en otros al enemigo (en la película Tierra y Libertad de Ken Loach puede verse como los milicianos matan a un cura que previamente les estaba disparando desde un campanario y en Los Girasoles ciegos de José Luis Cuerda aparece un religioso que se apuntó al ejército nacional), lo fue también contra terratenientes, falangistas y personas de derechas significadas, o simplemente contra campesinos por no aceptar las colectivizaciones de la tierra, como fue el caso de los Fets de la Fatarella. Durante la guerra los enfrentamientos entre milicianos de diferentes adscripciones políticas llegaron a ser graves en Barcelona durante los Fets de Maig de 1937.

El clero fue una victima más durante la guerra pero la jerarquía de la Iglesia católica había tomado nuevamente partido políticamente. «El sucesor del cardenal Segura fue el cardenal Gomà, impulsor de la Carta Colectiva de los obispos. El texto contiene diversas falsedades de gran calado, como que la iglesia no hacia política, que no estaba al lado de la oligarquía, que en las elecciones de febrero de 1936 la izquierda había hecho un pucherazo…, todas con la finalidad de justificar el golpe de Estado.»

«La carta colectiva decía también que los rojos representaban la antipatria, abriendo el camino hacia su exterminación. Señalaba que el Movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado» (Sánchez Cervello, 2013)

Nada de esto fue un obstáculo para que hubiera «bomberos», como apunta Joan Villarroya, multitud de personas que se jugaron la vida para salvar a los demás, incluidos a los religiosos (el propio Durruti salvó a un sacerdote que luego se convirtió en su secretario), labor que hicieron también el gobierno de la República y el de la Generalitat.

El imperio hacia Dios

Como sabemos la represión en los territorios conquistados por los nacionales fue sistemática y brutal, esta vez perfectamente organizada por un ejército profesional y los cuadros de la Falange, que hizo de los paseos algo corriente. Franco dejó claro que la guerra civil era una cruzada contra los rojos, algo que la Iglesia católica aceptó no solo sin ninguna protesta si no también avalando ideológicamente esta misma cruzada. Al terminar la guerra el anticlericalismo desapareció y la Iglesia católica formó parte del nuevo estado con todos los privilegios repuestos y acrecentados. La Iglesia católica formó parte de una dictadura que se proclamaba nacional católica y la reserva espiritual de occidente. Ya no hubo más anticlericales porque la dictadura los eliminó físicamente y virtualmente cuando muchos se exiliaron, hacia fuera del país y hacia dentro de sus mentes. La dictadura durante cuarenta años puso en marcha una educación ideologizada y religiosa para hacer una labor pedagógica de aceptación del nacional catolicismo que para algunos autores aún se mantiene en lo que definen como franquismo sociológico. Julio de la Cueva Merino hace hincapié también en la aceptación de una parte de los religiosos de base del Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965 como uno de los motivos de distanciamiento de estos mismos religiosos de la dictadura y su aceptación por las clases populares. En ese momento, el mismo en que el país sale de la autarquía, es cuando la dictadura decide apoyarse en los tecnócratas de la orden del Opus Dei. Con el traspaso del dictador en 1975 se puso en marcha una transición hacia la democracia en la que se estableció una monarquía parlamentaria acofensional pero que mantiene hasta nuestros días en todos los aspectos, incluido el económico, una relación preferente con la Iglesia católica. En cualquier caso nada de esto parece contentar a una Iglesia católica que sigue haciendo política en las calles protestando cuando gobiernan las izquierdas e influye en sobremanera al gobierno cuando tiene el poder la derecha para que legisle en función de una moral pública cristiana que no todos compartimos.

Conclusiones

El anticlericalismo español se ha querido ver como una anomalía en nuestro entorno más cercano, y esto es cierto si contemplamos la historia europea de los dos últimos siglos, pero tenemos que tener presente que el aislacionismo de nuestro país durante la Edad Moderna y la indisoluble alianza entre la monarquía y el clero hicieron que los cambios ideológicos, políticos y sociales que en el resto de Europa se produjeron siglos atrás aquí llegaran tarde. Y cuando lo hicieron, como una derivación de la Revolución Francesa, durante la invasión de los ejércitos franceses de Napoleón, se notaron más, porque estaba intacto el Antiguo Régimen, y lo hicieron con mayor radicalidad, porque desde un principio hubo contestación clerical. El periodo que va desde la proclamación de la Constitución de 1812, la Pepa, hasta la guerra civil de 1936, puede verse si se quiere como una lucha por la modernidad entre fuerzas progresistas, al principio los liberales y después los republicanos, socialistas y anarquistas, y las fuerzas reaccionarias, que van desde el absolutismo, al carlismo y a las fuerzas conservadoras de la Restauración, entre las que la Iglesia católica quiso alinearse para mantener tanto sus privilegios como la influencia social, expresando así entonces una lucha entre el secularismo y el clericalismo.

La lucha fue por cauces legales en forma de legislación pero también fue violenta porque los dos bandos enfrentados querían imponerle al otro por las armas su modelo de sociedad. Por esta razón se pueden entender mejor el porque de algunos episodios violentos en contra de las posesiones del clero o contra sus propios miembros. Cuando se queman los conventos en Barcelona en 1835 se están quemando las viviendas de los que apoyan al carlismo. Cuando se vuelven a quemar en 1909 durante la Semana Trágica se está quemando además un símbolo del poder y del orden establecido de la Restauración. Cuando en 1931 durante la Segunda República vuelve a aparecer el anticlericalismo se está yendo contra una Iglesia católica que se opone a la legislación secularizadora del gobierno, que dio su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera y a la Monarquía. La brutal violencia que se da durante la guerra civil de 1936 en contra del clero procediendo a la quema de templos, su posterior reconversión para otras funciones, la destrucción de imágenes, y la eliminación de religiosos ya pretende ser definitiva. Durante los tres primeros meses de la guerra civil se quiere eliminar mil años de clericalismo para crear una nueva sociedad basada en la libertad y el individuo.

El milenio clerical no solo desplegó una fe cristiana adscrita al poder político y militar si no que modeló y marcó el tiempo de toda la sociedad. La Iglesia católica arrogándose la interpretación única de las Sagradas Escrituras sujetaba al campesinado y el resto de capas sociales prometiendo un mundo mejor después de la muerte. Y lo castigaba cuando las normas que dictaba eran transgredidas tanto moralmente con el infierno como físicamente con la Inquisición. Pero la Iglesia católica también marcaba el calendario con las procesiones y el ciclo vital de todos con los bautizos, comuniones, bodas y funerales. Este poder, más sutil si queremos, que se mantiene actualmente en la mayoría de religiones, es el que durante la guerra civil de 1936 se quiso hacer desaparecer.

El otro poder más material, en forma de posesiones o competencias en educación o asistenciales, fue posible porque el estado liberal durante estos dos siglos en unos casos delego voluntariamente en la Iglesia católica estas funciones, y en otros no llegó a desplegar una política secularizadora eficiente ni un estructura estatal alternativa de enseñanza y asistencial que suplantara o contrarrestase a la de la Iglesia católica. De ahí que ese vacío, o esa alternativa si queremos, lo llenaran, en paralelo al proceso de industrialización, los sindicatos. Por esa razón ejecutaron a Francisco Ferrer i Guardia. No fue porque fuera el autor intelectual de la quema de conventos si no porque al mismo tiempo que esa quema simbolizaba la destrucción de un estado de cosas su muerte simbolizaba la ejecución de una sociedad alternativa que a través de la Escuela Moderna se estaba materializando. Con la llegada de la Segunda República el estado por primera vez se encarga plenamente de la enseñanza arrebatándole a las congregaciones religiosas esa competencia promulgando en unas escuelas laicas los valores del esfuerzo, el trabajo y la solidaridad.

Pero es importante también apuntar, como argumenta Manuel Delgado, que esa ira contra el clero en forma de violencia, provocada la mayoría de veces por elementos incontrolados y no precisamente los mejor formados políticamente, desvió la atención de otros objetivos más perjudiciales para las clases populares y por lo tanto más vitales para los que detentaban desde siempre el poder económico. Por esta razón quizá el anticlericalismo no fue visto con excesiva preocupación por la burguesía catalana y española, porque a fin de cuentas no quemaban sus fabricas si no conventos de un clero, que en muchas ocasiones era visto como algo del pasado, que en parte de ellos mismos denunciaban.

Recientemente la Iglesia católica, la que no se ha prodigado demasiado en censurar la guerra civil y pedir perdón a sus victimas, ha beatificado como mártires a 522 religiosos asesinados en la provincia de Tarragona por, según sus palabras, ser meramente religiosos. Pero por todo lo dicho hasta ahora, sin dejar de tener en cuenta como hemos dicho que el factor religioso fuera importante, formando parte la Iglesia católica de ese viejo orden que se pretendía substituir, considero que también lo fue en muchos casos tanto la adscripción política de los asesinados, sus propios actos durante la guerra, y la política que siguió la propia Iglesia católica antes y durante el alzamiento. Política y sentimiento de resquemor en el pueblo que venían en muchos casos como hemos visto de muy atrás en el tiempo.

Bibliografía:

Artículos o capítulos:
– Abelló, Teresa (2012) La Semana Trágica: Violencia y política a principios del siglo XX. Bulletin d’Historie Contemporaine.
– de la Cueva Merino, Julio (2000) Si los curas y frailes supieran… La violencia anticlerical. Capitulo de Violencia política en la España del siglo XX. Taurus.
– Raguer, Hilari (2005) La matança de capellans als primers dies de la guerra. Capitulo de Breu història de la guerra civil a Catalunya. Edicions 62.
– Sánchez Cervello, Josep (2013) Carta del catedràtic Josep Sánchez Cervelló a l’arquebisbe Jaume Pujol. Aparecida en el Períodico Reusdigital.cat.

Libros:
– Delgado, Manuel (2012). La ira sagrada: anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en la España contemporánea. RBA.
– Delgado, Manuel (2002). Luces iconoclastas : anticlericalismo, blasfemia y martirio de imágenes. Ariel.
– Marín, Dolors (2009) La Semana Trágica : Barcelona en llamas, la revuelta popular y la escuela moderna. La esfera de los libros.
– Risques, Manel (2006) Història de la Catalunya contemporànea: de la guerra del Francés al nou Estatut. Mina.
– Sánchez Cervello (2001) Conflicte i violencia a l’Ebre: de Napoleo a Franco. Flor del viento.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 10 Febrero 2014.